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Huevoduro Opinión

Huevoduro

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Pepo creó a Huevoduro a imagen y semejanza de un ciudadano canadiense muy blanco, muy pálido.


El personaje era un testigo más bien pasivo de las aventuras de Condorito. Su presencia ofrecía un contrapunto, un punto de referencia, para dimensionar la humorada del primero. Hoy pareciera ser que a Huevoduro le corresponde acompañar a un nuevo personaje, uno que regenta un país donde se consumen alrededor de 281,3 huevos por habitante hacia 2023.

En ese año se produjeron 109.426 millones de huevos, tarea que se repartieron 332.328.000 ponedoras. La industria es, para desgracia de las gallinas, una de las conquistas tecnológicas del siglo XX, facilitada por la electrificación y técnicas de producción que han reducido el espacio de 380 centímetros cuadrados, bastante menos de lo que requieren para desarrollar sus actividades vitales.

La lógica empresarial es implacable: a menor espacio, mayor es la ganancia y, si además se induce la ovulación, la rentabilidad es aún mayor. Aunque sorprenda a Huevoduro, un artículo científico establece que: “El comportamiento reproductivo de las aves de postura comercial ha sido modificado genéticamente, así algunas gallinas comerciales pueden iniciar su actividad sexual a las 22 semanas de vida y llegar a poner 40 o más huevos en forma continua, para luego tener un descanso de 1 o más días y posteriormente reiniciar la postura”.

La lógica empresarial no es distinta a la que se aplica a la gestión pública: mientras menos trabajadores, mejor; mientras más productivo sea el funcionario, más eficiente es el Estado, lo que, para Huevoduro, pareciera ser sensato. Mal que mal, es una retórica familiar en nuestro país, a cuyo sistema público sirven 320.000 personas que son parte del “boletariado”.

No debiera sorprender que en los Estados Unidos se haya querido “sanear” la administración, deshaciéndose de la “grasa” que supone una multitud de funcionarios que, desde el punto de vista del gasto público, son un lastre.

La racionalización de la función pública se tradujo, en el caso del país del norte, en la reducción de un cuarto de los servidores que atendían las oficinas de testeo del Departamento de Agricultura. “Volaron de sus oficinas para asegurar el destino que a ese país la historia le ha reservado”, pensó Huevoduro. A decir del nuevo mandatario, “perseguiremos nuestro destino manifiesto hacia las estrellas, lanzando astronautas estadounidenses para plantar la bandera de las barras y estrellas en el planeta Marte”.

Y los astronautas, claro está, comen huevo con bife al desayuno previo a su viaje, tradición tempranamente inaugurada, en 1961, por Alan Shepard, según Huevoduro había leído en las Selecciones del Reader’s Digest. Había razones prácticas para ello: una dieta rica en proteínas y con poca fibra permitía, a la vez que avanzar en la carrera espacial, retroceder en las carreras al baño. La tradición quedó instalada.

Más allá de la idiosincrática inclinación culinaria del astronauta en cuestión, el tema de los huevos era y es una condición connatural al ser americano. Un desayuno sin huevo es impensable, algo como no partir el día con una marraqueta. La introducción del huevo se asocia a la promoción del tocino en la dieta norteamericana y ambos desplazaron a los cereales que habían sido los principales ingredientes con los que partía el día.

A juzgar por la historia reciente, queda la impresión de que la preferencia por el huevo duro que manifiesta la mayoría de los consumidores norteamericanos no es uniforme en la estrata política. Huevoduro presiente una competencia desleal en el medio. Hay signos crecientes de un consumo desproporcionado de huevo frito, huevo revuelto, huevo crudo y mezcladito con tocino. Es una receta ideal para el colesterol y bien sabemos de los riesgos que tal consumo tiene para las arterias.

Dadas las actuales condiciones, estos riesgos gravitan, no solo en la salud individual de los gobernantes, sino que, además, en el bienestar planetario, amenazado por el engrosamiento de arterias que pueden ser conducentes a una demencia vascular.

Pero, volviendo a nuestra preocupación y a la de Huevoduro –los huevos y, si se prefiere, los huevos y la gestión pública–, nos encontramos con que, a más de un mes de asumido el mandatario del norte, la inflación, cuya reducción era objetivo primario de su campaña, parece un tema vetado por la nueva administración. Y, detrás de este fantasma que altera los nervios de consumidores y economistas, están los huevos.

La lógica empresarial tropieza con su propia soberbia, porque al final de cuentas no se trataba solo de gallinas, huevos, espacios y, sobre todo, mercado. Mercado hay y mucho. ¿Instalaciones? Las suficientes. Pero gallinas hay menos y ponen menos y, para qué decir de los huevos: cualquiera que sea la solución a que se llegue, ni en meses ni en años se llegará a reponer el stock.

Las razones son varias, pero una no menor es la gripe aviar, cuyo control quedaba en manos del Departamento de Agricultura. Sus profesionales, técnicos y científicos despedidos a inicios de febrero, a fin de mes están siendo desesperadamente reclutados por una administración que les consideró innecesarios. Será difícil detener la inflación, los huevos alcanzan precios exorbitantes y, sin control, la gripe aviar diezma a las ponedoras. La vida escapa al control de la razón económica. Las aves existen más allá de la ganancia y/o de la pérdida.

Le toca, pues, a Huevoduro contemplar a otro personaje, aún ausente en la historieta, uno que tiene una yema de color anaranjado que, en el hervor del aceite amenaza con explotar, cuya clara se hincha, asustando a la cocinera y a sus ayudantes, hasta que se desinfla cayendo al vacío.

Este nuevo personaje y sus amigos tienen recetas para el buen gobierno, para la administración eficiente y para la racionalización de la gestión pública –de las que se ufana Che Copete–, solo que parecieran ignorar la existencia de un mundo más allá de la estrechez de sus bolsillos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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