
Monumento para Sebastián Piñera
Lo que no puede negarse es que, en tiempos extremadamente difíciles, sostuvo la democracia, la misma que conmemoramos el 11 de marzo. Lo hizo contra viento y marea, a veces en casi completa soledad.
Usted podrá tener la opinión que quiera del expresidente Sebastián Piñera.
Algunos lo vestirán de las consignas de siempre y le adjudicarán delitos que no cometió. Otros lo criticarán por su adhesión a la derecha, reconociéndole quizás capacidad de gestión. Y están aquellos, entre quienes me encuentro, que valoramos su impronta y preferimos, por razones políticas y también de afecto, puntualizar sus luces, porque para las sombras ya están los adversarios (por ambos costados).
Probablemente porque murió temprana y trágicamente, la imagen positiva de Sebastián Piñera ha crecido progresivamente, aun cuando, ya antes del 6 de febrero del 2024, llegaba en CADEM al 54%. La misma encuesta publica, días antes de cumplirse un año desde de su muerte, la última medición: 69% de imagen positiva, alcanzando el 77%, la valoración más alta, en el segmento socioeconómico “bajo”, representado por los chilenos más vulnerables.
La Sala del Senado acaba de aprobar en general, en su primer trámite, la moción para que se erija un monumento en su memoria, en la Plaza de la Constitución. La idea fue propuesta por senadores de oposición y lleva además la firma de José Miguel Insulza, un histórico PS. Se aprobó por amplia mayoría.
Quienes reconocemos en Piñera la figura política más importante desde el retorno a la democracia, al menos en la derecha, podríamos enumerar muchas razones para justificar un monumento, entre ellas, porque fue dos veces elegido Presidente de la República; porque lideró con eficacia momentos críticos, desde la reconstrucción hasta la pandemia, pasando por el rescate de 33 hombres hundidos a 600 metros en una mina; porque en su primer Gobierno el país generó casi un millón de empleos y mantuvo un alto crecimiento económico.
En fin, porque dejó un legado sustancial para el país, a pesar del estruendo que lo rodeó permanentemente.
Sin embargo, a mi juicio la razón para ese monumento es aun más profunda y trascendente para Chile.
Piñera fue un demócrata desde siempre. Respetuoso de la República, para quien Chile y las responsabilidades de su integridad estaban por encima de todas las consideraciones partidistas e ideológicas. “No voy a hipotecar el futuro de Chile”, repitió una y otra vez en privado y en público, cuando se le presionaba para tomar decisiones populistas. Su posición de rechazo a los retiros de fondos previsionales, para ir a algo muy concreto y que nos pesa hasta hoy, le valió una altísima impopularidad.
Pero lo que amerita que su figura sea recordada en un lugar de honor no son solo sus obras ni tampoco el sostener posiciones que, aunque rechazadas por una mayoría, para él eran inclaudicables y en torno a las cuáles vemos hoy un amplio consenso, sino su carácter para enfrentar lo que ningún Presidente de Chile había enfrentado desde 1990: el intento de poner fin a su mandato.
Primero fue por la vía de la violencia, luego, con el incesante llamado a renunciar desde la izquierda radical. Y, finalmente, se convirtió en el único Presidente de Chile desde 1990 acusado constitucionalmente por la oposición, por razones infundadas y no una, sino dos veces.
Esta semana Chile conmemoró 35 años de democracia ininterrumpida. Junto a Uruguay y Colombia son los únicos países de América del Sur en los cuales, durante estas últimas décadas, cada mandato presidencial empieza y termina en el plazo establecido en sus respectivas constituciones (Venezuela no cuenta como democracia y queda, por tanto, fuera de ese reporte).
Sí, a usted lo asiste la garantía constitucional de opinar lo que prefiera del expresidente Sebastián Piñera. Lo que no puede negarse es que, en tiempos extremadamente difíciles, sostuvo la democracia, la misma que conmemoramos el 11 de marzo. Lo hizo contra viento y marea, a veces en casi completa soledad y resistiendo la tentación más humana: dejarlo todo y salir de La Moneda, rodeada de un infierno.
No es retórica: Piñera salvó la continuidad democrática y merece tan solo por esa razón el propuesto monumento en la Plaza de la Constitución.
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