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Chile inserto en la irrupción de la ultraderecha a nivel global Opinión Archivo

Chile inserto en la irrupción de la ultraderecha a nivel global

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Jaime Ensignia
Por : Jaime Ensignia Sociólogo, Dr. en Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Libre de Berlín. Director del Programa Internacional de la Fundación Chile 21
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El progresismo y la izquierda están al debe en el debate sobre esta irrupción de la ultraderecha a escala internacional y nacional. Les ha faltado mayor comprensión y construcción de propuestas para detener política y socialmente a estos movimientos y partidos.


En un conversatorio a finales del 2024, en la Universidad de Valparaíso, la expresidenta de Chile, Michelle Bachelet, instaba a tomar muy en serio la arremetida de la ultraderecha, tanto a nivel nacional como también a nivel global.

Señalaba que hay que afinar el análisis de este fenómeno político, enfrentar de manera decidida a la ultraderecha y constatar que el mundo progresista y de izquierda aún no logra encontrar su discurso-relato para contrarrestar esa banalidad política ideológica de la extrema derecha que le habla a la gente de manera simple, vaga, pero que sintoniza con lo más básico de sus temores y reivindicaciones, mientras la izquierda racionaliza de manera más extrema su discurso, su propuesta, que –la mayoría de las veces– se aleja del sentido común de los ciudadanos.

En efecto, la ultraderecha ha llegado para quedarse en el escenario internacional. Debemos estar atentos al avance de la ultra y extrema derecha no tan solo en Europa, sino también a nivel mundial. Este referente político y social se ha instalado en el escenario político, tensionando fuertemente al sistema democrático, al Estado y sus instituciones. Es particularmente activa en el escenario europeo, latinoamericano y en EE.UU. Podríamos mencionar también algunas naciones en el Medio Oriente, como en el caso del gobierno sionista de Netanyahu, en Israel, junto a otros regímenes autocráticos, ultraconservadores y nacionalistas.

La ultraderecha avanza primeramente en su contienda con la derecha liberal, tradicional y conservadora, arrebatándole la primacía representativa en lo político-electoral y, luego, en el imaginario de otros sectores sociales –no necesariamente conservadores– de capas sociales vulnerables, excluidas, desmoralizadas, social y económicamente. Le compite abierta y violentamente a la izquierda el apoyo político social y electoral que esta ha tenido históricamente.

El cordón sanitario de la derecha tradicional y de las fuerzas progresistas en el Viejo Continente que tenía como objetivo aislar a la ultraderecha, dejó de funcionar, salvo en Alemania y ahora en Austria.

En la nación germana el partido de la ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD) logró ser la segunda fuerza política en las recientes elecciones generales del 23 de febrero pasado. Desplaza a los socialdemócratas (SPD) y al Partido de los Verdes. Recientemente en Austria, en donde después de 5 meses de las elecciones generales (septiembre 2024), conservadores, socialdemócratas y liberales lograron un acuerdo para formar gobierno, dejando de lado al partido de ultraderecha ÖVP, el cual se había erigido con la primera mayoría, con el 29% de los votos.

Estas fuerzas de extrema derecha, ultraderecha o posfascistas, como suelen ser denominadas, son gobiernos o participan de ellos en muchas naciones europeas, como el caso de Italia, Hungría y, hasta un poco tiempo atrás, en Polonia. También, se alzan como una fuerza política importante en España, con Vox.

La ultraderecha, tanto a nivel de la Unión Europea (UE) como globalmente, es un peligro para la democracia. Es un hecho real y no hay que perderla de vista, ni engañarse creyendo que es un fenómeno pasajero.

La crisis de los sistemas democráticos, de los partidos políticos tradicionales, de las instituciones del Estado (Ejecutivo, Parlamento y sistema judicial), así como el tema de la inseguridad ciudadana y el crimen organizado transnacional, generan el caldo de cultivo para estas organizaciones y partidos de la extrema derecha. Se percibe que la democracia no está dando respuestas a estos desafíos básicos anhelados por los ciudadanos.

Las Américas no están exentas de este tsunami político ultraderechista. En la última década los tenemos con Nayib Bukele, en El Salvador; Rodrigo Chaves, en Costa Rica; Daniel Noboa, en el Ecuador; Javier Milei, en Argentina y, hasta hace poco, con el expresidente Jair Bolsonaro en Brasil, que aún sigue teniendo una fuerza social nada despreciable.

Vuelve al ruedo el triunfante Donald Trump en la Casa Blanca de EE.UU., en concomitancia con Elon Musk, peligroso personaje en el mundo actual que interviene no tan solo en la política norteamericana, sino también en la europea, apoyando a la extrema derecha en Alemania, en otros países de la UE y  de América Latina.

En Chile, la ultraderecha, personificada entre otros por José Antonio Kast, fundador del Partido Republicano (PR), ha dado muestra de un crecimiento nada menor. Ha puesto a la derecha tradicional de rodillas ya en dos ocasiones, obligándola a apoyar su liderazgo en la segunda vuelta presidencial de diciembre 2021 y en la elección del Consejo Constitucional del 7 de mayo del año 2023.

Sin embargo, a Kast le ha salido competencia en su tribu de la extrema derecha, con otro más radical que él: el diputado Johannes Kaiser, quien ha abandonado el Partido Republicano, creando el Partido Nacional Libertario (PNL). En sondeos recientes de intención de votos para las presidenciales, Kaiser supera a Kast.

En una columna de opinión publicada en el diario El País, nuevamente la expresidenta Bachelet reitera y llama la atención sobre la necesidad de unidad de las fuerzas progresistas para parar el avance de la extrema derecha. Son pocos los líderes políticos chilenos que se han manifestado reflexivamente y con propuestas en contra de la extrema derecha.

Sí lo ha hecho, recientemente, el Presidente Gabriel Boric, en una entrevista con la agencia española EFE, en la que insta a la izquierda global a replantear su estrategia frente al avance de la ultraderecha con un enfoque más pragmático y con alternativas más concretas en beneficio de las grandes mayorías del país y no meramente ideológicas.

Veremos qué pasará con la extrema derecha chilena en las elecciones parlamentarias y presidenciales de noviembre de este año. Podríamos señalar que en términos globales el progresismo y la izquierda están al debe en el debate sobre esta irrupción de la ultraderecha a escala internacional y nacional. Les ha faltado mayor comprensión y construcción de propuestas para detener política y socialmente a estos movimientos y partidos.

En las Américas se avecina un panorama nada alentador para las democracias del continente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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