
Matthei, las fronteras y el síndrome del capitán Ahab
Dejar caer la lápida del cierre de fronteras como solución es irresponsable y contraproducente.
Evelyn Matthei, la candidata de la derecha tradicional (UDI/RN) anda en apuros. Tras deambular por más de un año en solitario, el apoyo a su candidatura no crece, asediada por la derecha emergente (republicanos y libertarios) y distanciada de un centro que anhela y no puede captar.
Su estrategia –si a algo así puede llamarse estrategia– es una fuga hacia adelante. Se apoya en un discurso ríspido y radical, que apabulla por la hemorragia de información memorizada y aparenta avanzar más allá de todo lo existente, aunque en realidad no se mueve más allá de lo ya dicho.
En todo esto me recuerda aquella imagen del colérico capitán Ahab que, tras arponear a Moby Dick, no pudo zafarse de su supuesta presa y se hundió con ella en el océano mientras levantaba los brazos en ademán victorioso.
Matthei nos arponea con lo que los mexicanos llaman “frases-cohetes”, es decir, expresiones altisonantes, más retóricas que sustanciosas, pero que apuntan a cuestiones de alta sensibilidad y obnubilan los sentidos. Ahí se ubica, para poner algunos ejemplos, la algarabía sobre una megacárcel en el desierto, la restauración de la pena de muerte y, a lo que quiero referirme, el cierre de la frontera.
“Cerrar la frontera” es una ocurrencia de Matthei en un recorrido por la frontera con Perú, flanqueada por varios condotieros de la xenofobia local, y siempre compitiendo en dureza discursiva con los dos K.
Según los reportes de prensa, la candidata aboga por el cierre total y para ello clama por llenar las vías de acceso de todo lo que impida el paso. Con el fervor que permite la ignorancia, menciona todo tipo de obstáculos físicos –zanjas, alambres de púas e incluso dinamita para hacer volar por los aires a los inmigrantes inadvertidos–, además dispositivos técnicos aprendidos de memoria que rememoran momentos de la guerra de las galaxias.
Ello se complementaría con unidades de respuesta rápida, centros de internación, e incremento de la presencia militar: el Ejército en los pasos terrestres, la Fuerza Aérea en los aeropuertos y la Armada en los puertos. Y ahí se cierra el círculo.
El discurso de Matthei trata de explotar en su beneficio el temor creciente del electorado ante lo que percibe como una crisis de la seguridad pública en relación con la migración. En este sentido, parasita una sensación apocalíptica que la derecha y su prensa –que es decir la mayor parte de la prensa nacional– construyen irresponsablemente sobre una situación real que necesita atención, pero distante de la percepción que de ello se ha logrado instalar. Y ofrece supuestas soluciones que en realidad solo agravan el problema. En este sentido, Matthei no es solución, sino parte del problema.
Dejar caer la lápida del cierre de fronteras como solución es irresponsable y contraproducente. Ante todo, algunas de las medidas anunciadas por Matthei ya han sido adoptadas y han producido resultados en la disminución de ingresos ilegales. Pero aun cuando se aplicaran todas –incluso la impresentable “dinamitación” de los pasos–, siempre resultarían insuficientes, dada la naturaleza de estas fronteras, que Matthei evidentemente desconoce: desiertos, bofedales, cientos de kilómetros de zonas despobladas.
La presencia de los militares puede resultar útil en determinadas tareas, pero no reemplaza la especialización de los funcionarios –civiles y policiales– en las tareas propias de las fronteras. Y nada reemplaza la necesidad planteada por este Gobierno de llegar a acuerdos regionales y binacionales que faciliten las reconducciones y obliguen a todas las partes a controles más eficientes, como es el caso del reciente acuerdo con Bolivia. Los halcones que acompañan a Trump entienden estas complejidades cuando tratan con los mexicanos. Evidentemente la derecha y su candidata no lo han conseguido.
Hay otra arista del asunto que contiende con los cierres de fronteras: la vida de las comunidades en torno a ellas. Cientos de miles de chilenos y chilenas viven en las fronteras y realizan sus vidas de esta situación: comercian bienes y servicios, comparten valores e incluso asumen identidades similares.
El comercio transfronterizo es una condición de sus existencias, y ese comercio no puede ser simplemente lapidado con epítetos degradantes. Son de nacionalidad chilena, pero también aimaras, por lo que comparten con la gente del otro lado, sentires y celebraciones, tan relevantes como pueden ser los 18 de septiembre. Una diversidad que enriquece nuestra nación, pero que la derecha y su candidata parecen obviar.
En una dimensión mayor, Arica y Tacna se ubican en estas fronteras nortinas. La economía de una es inseparable de la otra. Cada año el complejo Chacalluta/Santa Rosa procesa millones de cruces. Se trata de peruanos jóvenes que cruzan a Arica para trabajar en actividades claves de la economía ariqueña –agricultura en Azapa, construcciones, servicios– y de chilenos que cruzan a Tacna para consumir servicios y productos que abaratan sus vidas.
Personas de ambas nacionalidades viven en la otra parte, donde han creado familias y aportan a sus localidades. De forma incipiente, aparecen formas de producción cooperada y de usos del puerto de Arica por empresarios tacneños. En resumen, todo un sistema de intercambios que hacen de estas ciudades una región transfronteriza dinámica.
¿Es esto lo que quiere cerrar Matthei con todos los medios que menciona, incluso dinamita? Me recuerda inevitablemente a Pinochet. El dictador se tomó en serio lo de cerrar las fronteras. Comenzó a hacerlo en 1978 y llegó a colocar en las fronteras chilenas unas 180 mil minas, la inmensa mayoría en la zona de Arica, donde todavía pueden verse los carteles con advertencias, y de vez en cuando sabemos de alguna explosión que se lleva alguna vida. ¿Es así como Matthei se imagina su propuesta de dinamitar las fronteras?
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