
Chile 2025: la política de la confrontación
En el año 2025 vamos a ser testigos en Chile del empuje de un nuevo orden político, al igual que observaremos la capacidad de nuestra institución republicana para seguir combatiendo a quienes intenten vulnerar sus bases democráticas.
Como un inevitable correlato de su época, 2025 se constituye en Chile en un escenario propicio para la política de la confrontación. Con ello, se quiere subrayar la construcción de perfiles políticos de candidatos y programas que tienen la vocación de mostrar un distanciamiento evidente con sus adversarios, reduciendo a su mínimo tamaño la orientación a las políticas del acuerdo.
Esto nos aleja de la ya casi olvidada Concertación y, sobre todo, ubica al país en un contexto más amplio de lo que se ha observado en las ciencias sociales como un momento de singular polarización política.
En gran medida, ello se debe al particular empuje que han mostrado las “nuevas” o “extremas” derechas. Frente a lo que ocurrió en las dos décadas pasadas, cuando se abrieron camino fórmulas de izquierda latinoamericana, en los últimos años han emergido voces que han vociferado sus propuestas políticas a partir de una retórica confrontacional, a la manera de un eco de palabras más ajenas, de Europa y Norteamérica, que propias.
Es por ello que es conveniente entender elementos centrales de este animal ideológico que actualmente se encuentra desbocado y que tiene una clara vocación de poder, con éxitos ya instalados dentro de la historia política contemporánea, como Bolsonaro, Trump y Milei, y con muchos otros a las puertas de los palacios presidenciales.
Es imprescindible entender que la política de la confrontación que protagonizan estas nuevas expresiones de la derecha política se caracteriza por enviar el mensaje de que las soluciones a los problemas que enfrenta la sociedad son fáciles. Es la impericia, los sesgos ideológicos o malas prácticas lo que ha impedido que gobiernos progresistas hayan alcanzado el éxito.
La subida de aranceles, el recorte de impuestos, la militarización e incluso la pena de muerte en algunos casos son ejemplos de propuestas que circulan sin medida por el verbo de sus líderes. Por lo tanto, su primer principio es que la política puede ser complicada, pero las soluciones son sencillas.
En segundo lugar, se dice querer prescindir del Estado o de su centralidad, al mismo tiempo que utilizan la institucionalidad estatal para reinstalar a fuego las jerarquías sociales que lo rodean. Es decir, se pasa de la crítica al Estado a un momento político en que la estatalidad se vuelve una matriz imprescindible para hacer un gobierno efectivo de las plutocracias nacionales. Los parlamentos en sus manos son correveidiles de gobiernos dominados por la oligarquía a la sazón. El famoso Estado burgués, denunciado por el marxismo, se vuelve una base trascendental del capitalismo, en su forma más rampante.
En definitiva, se instala el gobierno del más fuerte, dentro y fuera del aparato público, lo que proporciona un apoyo esencial al unilateralismo del que se alardea.
En tercer lugar, se habla principalmente de lo económico, los niveles de desempleo, la balanza comercial, el PIB, la renta per cápita y similares. Sin embargo, la agenda de la confrontación construye al adversario como a-valórico o equivocado en sus orientaciones culturales. El ideologizado rival adopta posiciones exageradas, disparatadas o meramente interesadas, frente a la necesidad de retornar a una mirada tradicional, entendida como más natural o propia de las personas por su esencia, mejor conectada con la necesidad de construir una sociedad sobre principios y creencias mayoritarios sin rebordes identitarios excesivamente elaborados.
A este nivel, las alianzas con las iglesias no deben verse necesariamente como parte de una estructura de intereses, por más que exista, sino como una forma de saltar el vacío que deja la insolidaridad radical que cultivan los modelos oligárquicos desde el punto de vista de la distribución de rentas. Los recortes en ayudas sociales mientras observamos gestos de contrición en misas televisadas son fotografías que retratan el momento en que la confrontación quiere pasar sin ser advertida como parte de un baño de masas, sin duda autoproducido.
En cuarto lugar, confrontar requiere un enemigo. Más específicamente, requiere un enemigo interior. En el siglo XX, los comunistas sirvieron perfectamente bien a este juego. En el siglo XXI, todavía sirven y, a modo de ejemplo, se ha podido afirmar, evidentemente tirando a la bandada y sin mayor rigor, que Boric es un comunista (redes sociales dixit).
El funesto léxico que contempla el uso de palabras como “Chilezuela” y “venecos” también sitúa la mirada en grupos de enemigos internos, a veces de manera disfrazada y con la posibilidad siempre de retirar las palabras a través de la disputa de interpretaciones. En el summum, toda la oposición puede llegar a ser concebida como formada por adversarios “vendepatrias” o aliados de fuerzas extranjeras, por poner dos casos.
Finalmente, la política de la confrontación piensa lo político como un juego de suma cero, nosotros o ellos, reduciendo el espacio del encuentro cívico, el mismo para el que la identidad nacional fue diseñado. La construcción histórica de un cosmos nacional universal es puesta en duda por los mismos que utilizan la patria como estandarte. La lógica confrontacional convierte la nación en patrimonio de una parte, dejando a los otros en un terreno simbólico un tanto apátrida.
En el año 2025 vamos a ser testigos en Chile del empuje de un nuevo orden político, al igual que observaremos la capacidad de nuestra institución republicana para seguir combatiendo a quienes intenten vulnerar sus bases democráticas.
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