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Horst Paulmann y la jaula de hierro Opinión

Horst Paulmann y la jaula de hierro

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Santiago Andrés Wilckens Correa
Por : Santiago Andrés Wilckens Correa Abogado, Magister en Filosofía por la Universidad de Concepción, máster en Ciudadanía y Derechos Humanos: Mención Filosofía política por la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona.
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Siempre es de mal gusto opinar públicamente de quien falleció recientemente, como también es de mal gusto la cobertura mediática y sin ningún juicio crítico que la vida del empresario alemán ha recibido.


Una vía para entender la increíble atención pública que ha generado durante todos estos días el fallecimiento de Horst Paulmann es volver a la teoría que Max Weber desarrolló en La ética protestante y el espíritu del capitalismo. En dicho libro, sucintamente, el sociólogo nos relata que el origen de la modernidad se encuentra en la afinidad de dos fenómenos.

Por una parte, los grupos protestantes, particularmente calvinistas, que se alejaban de la institucionalidad católica tradicional y buscaban la salvación de su alma mediante una conducta ejemplar que se manifestaba en mantener una vida ascética, metódica y de trabajo incesante. Y por otra, la irrupción de nuevos modelos económicos racionales y nuevas formas de producción desarrollados por la naciente burguesía.

El resultado sería que, al incipiente tren del capitalismo, se le monta sobre los rieles de una nueva ética religiosa y, con ello, se da lugar a la racionalización de la conducta tan típica de la modernidad.

Sumado a lo anterior, agrega Weber, el desencantamiento del mundo habría “secado las raíces religiosas” de esta ética, de tal manera que, si bien hoy permanece la lógica del trabajo de las sectas protestantes, esto ya no reflejaría una voluntad de asegurar la salvación del alma, sino solo los impulsos propios de la acumulación capitalista.

Weber nos dice con tono pesimista que la racionalización y burocratización modernas privan de sentido a la vida, en tanto todo se ve supeditado a la utilidad y el beneficio económico, es decir, nuestra nueva forma de organizar la sociedad y la economía se solidificaron hasta el punto de volverse una “jaula de hierro” para nosotros mismos. Además, podemos constatar hoy, la jaula de hierro parece haberse convertido en una prisión feliz que no debemos cuestionar, sino promover.

Ejemplos de esta ética del trabajo “vacía” sobran en la cotidianidad. Son verdaderos héroes de redes sociales empresarios como Elon Musk, quien se jacta de trabajar más de 14 horas al día, todos los días de la semana. En la misma línea están los miles de influencers que nos bombardean con formas desfiguradas de estoicismo o con recetas de súper rendimiento a través de baños periódicos en agua fría.

Así, se promueve una perspectiva de nuestros problemas como fenómenos estrictamente individuales y causados por no haber aplicado la disciplina correcta a nuestra vida. De este modo, aunque la gran mayoría trabaje y se esfuerce, el problema se simplifica a una crítica a no hacerlo de la manera correcta o con la necesaria intensidad.

En la política chilena nadie reflejaba esta figura mejor que Sebastián Piñera, “la locomotora” de derecha, de quien parecíamos esperar que desde el Gobierno nos enseñara a trabajar mejor para multiplicar nuestras ganancias. Sin duda fue esta caracterización de su personalidad y su asociación a una gran capacidad de trabajo lo que le permitió ser dos veces Presidente. Sin embargo, según los últimos días nos han mostrado, en Chile existía un destilado aún mejor de este arquetipo, el líder de Cencosud Horst Paulmann.

Siempre es de mal gusto opinar públicamente de quien falleció recientemente, como también es de mal gusto la cobertura mediática y sin ningún juicio crítico que la vida del empresario alemán ha recibido.

Se nos cuenta como anécdotas propias de un carácter obsesivo y excéntrico circunstancias como que Paulmann dejó a su familia en el auto esperando toda la tarde para salir de vacaciones, mientras él revisaba planos con arquitectos. En el mismo tono se nos dice que prefería vivir en hoteles –lejos de las tareas domésticas– para así facilitar su movida vida laboral o que era común para sus empleados recibir sus llamados a las 3 de la mañana.

Así, la herencia de Paulmann para los chilenos parece ser el motivarnos al esfuerzo, el buscar en su experiencia un sistema meritocrático que si funcionaría. Sin embargo, la herencia más tangible seguirá siendo su torre gigantesca en medio de la ciudad, una “jaula de hierro” que refleja con increíble claridad nuestra disposición a admirarlo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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