Publicidad
Sobre los epítetos de Cariola: la frontera rota entre lo efímero y lo eterno Opinión AgenciaUno

Sobre los epítetos de Cariola: la frontera rota entre lo efímero y lo eterno

Publicidad
Mauro Basaure
Por : Mauro Basaure Universidad Andrés Bello. Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social
Ver Más

Lo que parecía una conversación efímera se torna ineludible por la fuerza que adquiere la escritura cuando se divulga: las ofensas quedan fijadas, los adjetivos negativos se vuelven definitivos y cualquier intención de matizarlos se ve opacada por la evidencia textual.


Las conversaciones privadas filtradas entre Karol Cariola e Irací Hassler en torno al Presidente Boric, la ministra Vallejo y un exjefe de gabinete exponen una tensión fundamental entre la crítica al “hacer” y la crítica al “ser” y, a la vez, revelan la distancia entre la fugacidad de la charla presuntamente oral y la permanencia que cobra la palabra escrita cuando se difunde públicamente.

En primer lugar, los mensajes contienen reproches vinculados a acciones o decisiones puntuales, algo que normalmente se lee como una manifestación de descontento o frustración propia de la actividad política; ese tipo de comentarios, por referirse al “hacer”, podría relativizarse o mutar si se rectifican los errores o cambian las circunstancias.

Sin embargo, en los mismos textos se encuentran expresiones que apuntan directamente al “ser” de las personas, emitiendo juicios que describen rasgos negativos arraigados y difíciles de remediar, pues están concebidos como algo inherente a la esencia del aludido. Esto eleva el tono de la polémica, ya que no se dirime únicamente una gestión deficiente o una postura política cuestionable, sino la integridad y la naturaleza mismas de los involucrados. Se trata ahí de seres humanos despreciables, asquerosos, de los que solo cabe alejarse.

A esta tensión entre lo momentáneo y lo definitivo se añade el problema de la cuasioralidad transformada en escritura. WhatsApp parece propiciar un diálogo cercano al habla coloquial –se “charla” (to chat) de modo espontáneo–, pero la posibilidad de guardarlo y, en este caso, filtrarlo, le da un carácter de perdurabilidad que difumina la frontera no solo entre lo privado y lo público, sino también entre lo dicho al calor del momento y lo registrado para siempre.

La sorprendente facilidad con la que algo que se presuponía íntimo puede hacerse público acentúa el impacto de estas expresiones, pues despoja a quienes hablan de la posibilidad de reducirlo a un exabrupto pasajero. Una vez que el texto se comparte, esa palabra pretendidamente efímera pasa a ser un documento fijo, un testimonio eterno de la opinión que se vertió.

Por otra parte, no debe perderse de vista que se trata de filtraciones: estos mensajes, concebidos para un ámbito privado, nunca debieron exponerse ante la sociedad. Esto trae a colación la cuestión del respeto a la vida privada y la legitimidad de juzgar lo que se dice en un espacio íntimo, donde la sinceridad absoluta –incluso la más hiriente– suele expresarse sin las barreras que impone la diplomacia política.

Sin embargo, una vez desatado el escándalo, el contenido de esas palabras escapa al control de sus autores y se transforma en material de análisis y escrutinio público. Lo que pudo ser una queja momentánea y contenida en un reducido círculo acaba convertido en un símbolo de la fractura entre las apariencias públicas de cercanía y los sentimientos reales expresados en privado.

Así, lo que parecía una conversación efímera se torna ineludible por la fuerza que adquiere la escritura cuando se divulga: las ofensas quedan fijadas, los adjetivos negativos se vuelven definitivos y cualquier intención de matizarlos se ve opacada por la evidencia textual.

Es así como la mezcla de juicios sobre el “ser” y la exposición de un registro escrito que nunca debió salir a la luz generan un efecto potenciado: no solo queda al descubierto la censurable brecha entre el discurso oficial y el pensamiento íntimo y la develación de una amistad falsa, sino que además se produce una suerte de eternización de los agravios, que dejan de ser interpretables como simples desahogos de un instante.

De allí la dificultad de enmendar el daño o reducirlo a un suceso temporal, pues la lectura social percibe que se ha revelado una verdad que, al expresarse en un texto, ostenta la fuerza de lo permanente.

Esta confluencia de factores –juicios al “ser” (y no solo al “hacer”), pérdida de la barrera entre lo privado y lo público, y la escritura convertida en arma de trascendencia– hace de esta filtración no solo un asunto de conflictividad política interna, sino también una llamada de atención sobre cómo la tecnología actual quiebra la ilusión de fugacidad al capturar y difundir palabras que, por su propia naturaleza, deberían haberse mantenido fuera de la vista colectiva.

Los políticos más viejos siguen prefiriendo hablar en persona y presencialmente, juntarse al café, aunque los teléfonos móviles, al igual que las armas lo fueron en su momento, debiesen o dejarse en casa o ponerse sobre la mesa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

Inscríbete en nuestro Newsletter El Mostrador Opinión, No te pierdas las columnas de opinión más destacadas de la semana en tu correo. Todos los domingos a las 10am.

Publicidad

Tendencias