
Día Internacional de los Glaciares: ciencia, conservación y compromiso global
Las variaciones en la temperatura global no solo alteran el ciclo hídrico y contribuyen a la elevación del nivel del mar, sino que también amenazan la supervivencia de comunidades que dependen de estos recursos, afectando los servicios ecosistémicos.
Los glaciares son masas de hielo formadas a lo largo de miles de años, remanentes de períodos geológicos más fríos y húmedos. Debido a su extensión y volumen, actúan como importantes reservorios de agua dulce, ya sea en latitudes polares o en grandes cadenas montañosas. Sin embargo, su derretimiento acelerado no solo amenaza a los ecosistemas que los contienen (cuencas con glaciares y biodiversidad), sino que también contribuye al aumento del nivel del mar.
En el contexto actual de calentamiento global, los glaciares se consideran un indicador clave del cambio climático, ya que su retroceso es una clara señal del aumento de las temperaturas atmosféricas.
En 2025, la Unesco impulsó una iniciativa histórica: se estableció el Día Mundial de los Glaciares, el cual se celebrará cada 21 de marzo, para concientizar sobre las consecuencias del deshielo acelerado y para fomentar acciones de conservación que garanticen un futuro sostenible. El Día Mundial de los Glaciares se celebra en el marco del Año Internacional de la Conservación de los Glaciares, cuyo evento de alto nivel en París también conmemorará el Día Mundial del Agua, destacando la interconexión entre el hielo y la seguridad hídrica mundial.
Según Unesco, en los Andes tropicales se proyecta que entre el 78% y el 97% de su volumen podría desaparecer antes del 2100, por esto es urgente sensibilizar tanto a la sociedad como a los tomadores de decisiones sobre la necesidad de reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero para frenar este fenómeno.
En base a los resultados de nuestras investigaciones en curso en los Andes centrales, podemos señalar que el adelgazamiento anual es mayor que la tasa mundial de -0.81 m a-1 derivada para la primera mitad del siglo XXI; que muchos glaciares de montaña de poca profundidad (menos de 10 m de espesor, como los que existen en el cerro El Plomo) han perdido superficie de manera significativa (pérdida de 10% entre 2000 y 2023); y que algunos glaciares de valle se cubren de manera natural (se transforman desde glaciares descubiertos a glaciares con cubierta de detritos), lo que significa que dichos núcleos de hielo van a perdurar.
El Parque Nacional Glaciares de Santiago
Anunciado casi al término del Gobierno de Sebastián Piñera, en marzo de 2022 y promulgado en el Diario Oficial en agosto de 2023, el Parque Nacional Glaciares de Santiago se concibió para integrar áreas de protección glaciar en el entorno urbano; de hecho, la Región Metropolitana no disponía de ningún Parque Nacional.
Sin embargo, el parque enfrenta serios desafíos en su diseño y gestión y en la conservación de la biodiversidad de la cordillera de los Andes. De momento, el parque solo existe como un decreto y un mapa.
Con una extensión aproximada de 75 mil hectáreas ubicadas por sobre la cota de 3.600 metros de altura sobre el nivel del mar (m s.n.m.), el diseño del Parque no incluyó alrededor de 67 mil hectáreas de predio fiscal en los valles de los ríos Colorado y Olivares, las que hubieran garantizado un acceso terrestre hasta esa altura, donde comienza recién el parque, haciendo el acceso al mismo hoy día prácticamente imposible.
Adicionalmente, esta decisión de diseño del parque significa el resguardo solo de unos 300 glaciares del valle del río Olivares, que aunque son los más grandes de la Región Metropolitana, deja fuera unos 1.200 glaciares existentes en esta zona de la cordillera de los Andes centrales.
La elevada altitud del área protegida impone un acceso naturalmente restrictivo, lo que dificulta la implementación de medidas de vigilancia y el aprovechamiento de sus potenciales beneficios para la sociedad. Hoy no existe un camino vehicular que llegue hasta el parque; y más aún, la histórica ruta Patrimonial del Valle del Olivares (huella de mulas) solo se aproxima hasta el Gran Salto de los Olivares (a 3000 m s.n.m.), lo que significa una excursión mínima de 4 días y 60 km.
Eso luego de solicitar un restringido permiso en número de visitantes por parte del Ministerio de Bienes Nacionales para cruzar la barrera existente en la localidad de Maitenes. Pero llegar al Salto tampoco es sinónimo de acceso al parque, pues los 600 m de desnivel restantes solo son reservados a montañistas experimentados, ya que no existe una forma fácil de poder sortearlos; incluso desde el valle los glaciares no son visibles.
Además, la falta de un plan de manejo del área protegida, reglamento formal de acceso según la capacidad de carga, la ausencia de guardaparques y la insuficiente infraestructura social impiden que el parque ofrezca una experiencia para la sociedad.
Los parques nacionales, por sí solos, no tienen control sobre las actividades que se desarrollan en sus alrededores, como la minería u otras intervenciones humanas, lo que deja expuestos a ecosistemas vulnerables fuera de sus límites. Un ejemplo de esto es el hábitat del gato andino (Leopardus jacobita), especie en peligro de extinción, que no está incluido dentro de las áreas protegidas del parque y, por lo tanto, queda sin resguardo efectivo.
En este contexto, una ley de protección de glaciares en conjunto con el fortalecimiento de áreas protegidas garantizaría la mayor preservación de la biodiversidad de una cuenca y sus ecosistemas, más allá de los límites propios tanto de los parques nacionales, como los glaciares, evitando así que queden a merced de la influencia externa o de intereses puramente productivos.
La urgencia de proteger el hielo: retos y legislación
El deshielo acelerado de los glaciares es una de las manifestaciones más evidentes del cambio climático. Aunque se lograra frenar el aumento de la temperatura del aire, no se podría evitar por completo su retroceso, ya que factores como las sequías afectan su regeneración. La precipitación es la principal fuente de acumulación de nieve en los glaciares y su disminución impacta directamente en su capacidad de recuperación.
Las variaciones en la temperatura global no solo alteran el ciclo hídrico y contribuyen a la elevación del nivel del mar, sino que también amenazan la supervivencia de comunidades que dependen de estos recursos, afectando los servicios ecosistémicos.
Sin embargo, lo que sí podemos hacer es evitar el aceleramiento de un proceso natural debido a causas antropogénicas, como las señaladas anteriormente. Por ejemplo, disminuir la emisión descontrolada de gases de efecto invernadero, que contribuye al calentamiento global y al derretimiento de los glaciares; controlar y minimizar la contaminación del aire con carbono negro, que al depositarse sobre el hielo reduce su capacidad de reflejar la radiación solar y acelera su derretimiento; regular el cambio en los patrones de uso de suelo, como la deforestación y la urbanización, que alteran el ciclo hídrico y afectan la acumulación de nieve en las zonas de montaña.
En Chile, tras la evaluación ambiental del Proyecto Pascua Lama en 2006, se impulsó la discusión de una ley específica para la protección de los glaciares, evitando de esa forma su intervención directa (tales como: vibraciones, remoción, excavación, cubrimiento con botaderos de estériles) o indirecta (tales como operaciones de faenas cercanas que resuspendan polvo mineral por tronaduras o movimiento de tierra, deposición de PM sobre el nielo y la nieve), las que deben ser evaluadas en un estudio de impacto ambiental (EIA).
Desde 2009, los glaciares catastrados por la Dirección General de Aguas (DGA) del Ministerio de Obras Públicas cuentan con una protección mínima mediante el Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental (SEIA); pero, el proyecto de ley que se encuentra actualmente en trámite en el Senado, desde agosto de 2023, busca establecer la prohibición de actividades mineras y de construcción en sus proximidades, además de la creación de un Registro Nacional de Glaciares a cargo de la DGA, el que debe ser realizado por expertos y siguiendo sólidas bases científicas.
En efecto, en mayo de 2022, la autoridad sectorial (MOP-DGA), publicó en el Diario Oficial un nuevo inventario público de glaciares (IPG v2) desarrollado entre 2018 y 2022, con una estimación de área de 21.009 km2 distribuidos en 26.169 glaciares. El inventario 2022 reemplazó al de 2014, a partir de lo cual la autoridad informó que los glaciares perdieron 8% de su área en menos de una década.
De 24.114 glaciares inventariados en 2014 con un área de 23.641 km2, se obtuvo que solo 18.806 glaciares mantienen el mismo ID entre ambos inventarios, siendo imposible determinar la existencia y evolución de los restantes 5308 glaciares catastrados en 2014. De aquellos 18.806 glaciares con el mismo ID, un número de 3713 glaciares tienen un aumento de área por un total de +1129,4 km2, lo que significa que dichos glaciares “crecieron” entre ambos inventarios, y que únicamente se explica por delimitación manual de quien dibuja lo que cree que es un glaciar.
Un número de 1943 glaciares calificados como “rocosos” (de los 3713) incrementaron su área en 168,4 km2, a lo que se agrega el mapeo de un significativo número de glaciares menores que una hectárea (0,01 km2), umbral mínimo recomendado en la literatura internacional en base a la data disponible utilizada.
En sentido opuesto, un número de 15.093 glaciares experimentaron una reducción de área por un total de -3506,4 km2. Determinar variaciones de glaciares entre inventarios requiere homogeneizar y estandarizar la data, de lo contrario, este aumento arbitrario compensa la pérdida de área final y distorsiona el cambio total de área glaciarizada, siendo imposible actualmente saber a ciencia cierta la respuesta de los glaciares al calentamiento global, una alerta necesaria para la certeza jurídica y ambiental.
A nivel internacional, diversos países adoptan estrategias distintas. Mientras en Estados Unidos la conservación de los glaciares se integra en la gestión de parques nacionales (como el Glacier National Park), naciones como Noruega y Suiza incluyen la protección del hielo dentro de marcos legislativos ambientales generales. Estas alternativas demuestran que, independientemente del modelo, la preservación de la criósfera es una prioridad global.
Los glaciares en el territorio chileno y en la Antártida
Chile es uno de los países con mayor diversidad glaciar en el mundo, y alberga alrededor del 75% de los glaciares de Sudamérica, incluyendo zonas de relevancia científica mundial como lo son los grandes Campos de Hielo de Patagonia. Campo de Hielo Sur aún tiene un área pendiente de delimitación que bordea los 1400 km2 y que por su inmensidad es alrededor de 3 veces la totalidad de los glaciares de la cuenca del río Maipo en los Andes centrales.
Si bien el área glaciarizada de Chile continental es del orden de 23.000 km2, el territorio antártico chileno es del orden de 1.250.257 km2, el que en su mayoría es hielo polar. Esta fracción reclamada por Chile es representativa de la totalidad de la Antártica, que con 14 millones de km2, es capaz de elevar el nivel de los mares por más de 60 m.
Mientras el Parque Glaciares de Santiago es un pequeño paso hacia la conservación en la zona central, el Territorio Chileno Antártico contiene un sistema de hielo marino, glaciares de montaña, casquetes y plataformas de hielo a lo largo de la Península Antártica, y sábanas de hielo en el Plateau Polar en su proyección hacia el Polo Sur.
Estas masas de hielo antárticas son vitales para comprender la dinámica del cambio climático por su impacto en otras latitudes. El aumento del nivel del mar será devastador en el sudeste Asiático y en islas de la polinesia por la existencia de millares de personas que habitan en elevaciones muy bajas. La estabilidad de las masas de hielo requiere el monitoreo específico que integre la interacción océano-atmósfera-criósfera, pues la descarga de hielos hacia el mar es mayor que lo predicho solo por el aumento de la temperatura del aire.
La consolidación de bases científicas en la Península Antártica, la incorporación de un buque rompehielos, la red de sensores latitudinales y la operación de la base conjunta glaciar Unión, son pasos relevantes que consolidan a Chile como país antártico. Sin embargo, aún existe una gran falta de monitoreo permanente de parámetros ambientales críticos y brechas territoriales entre bases ubicadas a mucha distancia entre ellas, desconectadas entre sí, especialmente aquellas ubicadas al interior del Círculo Polar, y las operaciones científicas recurrentes de Chile están aún a 1000 km del Polo Sur.
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