
¿Es posible una nueva centroizquierda?
Construir una alianza similar no será una labor fácil. Deberán superarse fosos muchas veces artificiales e interesados, propiciados generalmente por los extremos políticos, los únicos perdedores en una posible gobernanza de centroizquierda.
Primeramente, los números la hacen obligatoria: en la primera vuelta presidencial de 2021 la izquierda neta obtuvo cerca del 39% de los votos (Gabriel Boric, Marcos E. Ominami, Eduardo Artés, más una parte de la votación de Yasna Provoste). En la segunda vuelta, la votación de Boric no es atribuible a la sola izquierda, más bien fue el efecto antiKast el que explica buena parte de los sufragios. De este modo, el actual Congreso no reflejó el 55,9% de la votación de Boric, con los efectos políticos que saltan a la vista: el tortuoso camino de la relación Gobierno/Parlamento ha trabado (por no decir abatido) el programa inicial del novedoso y entusiasta mandato del actual Presidente. La senda de la izquierda en solitario no es, pues, un panorama realista para una vigorosa gestión, un gobierno seguro y no maniatado a avances, retrocesos y estancamientos en su agenda política.
En segundo lugar, la composición de la actual izquierda chilena muestra dos proyectos no fácilmente conciliables: PC-FA y Socialismo Democrático, dos bloques cuya unidad se erige más en base al temor de un triunfo de la derecha tradicional o, peor aún, de la extrema derecha republicana y libertaria, que en torno a una común visión político/programática. Los continuos y fervorosos llamados a la unidad de las izquierdas (o de un difuso progresismo), así lo demuestran. Un nuevo gobierno tensionado por el ánimo socialdemócrata y el maximalismo PC-FA no parece ser lo más recomendable para un país que debe reposicionarse como una economía pujante y operante sobre una sólida estabilidad política e institucional.
En esa perspectiva, y como lo demostró ampliamente la experiencia gubernamental de la Concertación, la centroizquierda tiene la capacidad de promover las políticas de justicia social e igualdad propias de la izquierda, como mejoras en la educación, la salud y la protección social, sin alienar completamente al sector privado. Esto permite un equilibrio entre el crecimiento económico y la equidad social. Además, un enfoque de centroizquierda puede facilitar consensos, buscando integrar reformas y medidas progresistas, templadas y razonables, lo que es crucial en un país con una reciente historia de polarización política.
Ahora bien, la propuesta y triunfo de una fórmula de centroizquierda para el próximo periodo de gobierno en Chile, pasa por dos obvios actores: la izquierda y el centro político. Dos consensos y dos voluntades políticas que deben clarificar el cómo y el con quién construir dicha alianza de gobierno. En la izquierda la mirada hacia el centro parece reducirse a la sola Democracia Cristiana, aun considerando su actual fuerza política, menguada por sucesivos abandonos. Es un centro conveniente no solo por su limitada capacidad de negociación política, sino también porque en los últimos años ha ido desdibujando su vocación centrista a favor de posturas congeniales a la cultura izquierdista, por lo menos en algunos de sus más relevantes exponentes.
Así pues, la ausencia de un centro político significativo y aglutinado, complica la instalación de un centroizquierda con horizontes más amplios que la mera coyuntura electoral. Los partidos de centro recientemente constituidos, Demócratas y Amarillos, están en un proceso de consolidación que pasa necesariamente por el imperativo de las próximas elecciones parlamentarias. Demócratas luce un discurso a favor de una alianza con la derecha de Chile Vamos, aunque exige mayores cupos en la plantilla de un eventual pacto electoral. Por su lado, Amarillos debe resolver en las próximas semanas el dilema de imitar dicha alianza con la derecha tradicional o enfrentar las elecciones en solitario.
Como sea, la izquierda debería despejar y afinar su postura frente al centro político, también representado por estas nuevas formaciones, derivadas de militantes emigrados principalmente de la DC, aunque además los hay provenientes del PS, PPD y PR. La derecha necesita estas fuerzas políticas que, ahora sí, sustentarían con mayor precisión su etiqueta de centroderecha, que suena mejor que derecha a secas. ¿La izquierda, y en especial el socialismo democrático, continuarán –en base a prejuicios y cuentas pasadas– cediendo este centro a la derecha? Ambas fuerzas, Demócratas y Amarillos –según porcentajes logrados en la elección de concejales (2024)– suman un 4% de la votación, igual al obtenido por el PPD y el doble del Partido Liberal. No es poco, considerando que son partidos nuevos que por primera vez participan en una contienda electoral.
¿Por qué mirar al centro para instalar un nuevo pacto de gobierno? Porque el centro político representa en su esencia el equilibrio y la moderación, virtudes necesarias para la construcción de sociedades justas y estables. Porque se potenciaría el diálogo entre diferentes perspectivas, evitando los extremos que suelen polarizar y fragmentar a la sociedad. Al buscar un balance entre intereses opuestos, el equilibrio político asegura que las políticas públicas sean inclusivas y sostenibles a largo plazo, respetando la diversidad de actores que participan en democracia. Son virtudes que han sido beneficiosas para la izquierda, cuando esta no ha alcanzado a reunir una mayoría suficiente para gobernar con solvencia y tranquilidad.
En suma, una nueva centroizquierda puede generar confianza ciudadana (a mal traer desde hace años) al promover un diálogo inclusivo entre el sector público, el privado y la sociedad civil. Esto podría traducirse en pactos nacionales sobre temas y reformas claves para el Chile de hoy y de mañana. Pero construir una alianza similar no será una labor fácil. Deberán superarse fosos muchas veces artificiales e interesados, propiciados generalmente por los extremos políticos, los únicos perdedores en una posible gobernanza de centroizquierda, que es factible si sus líderes así se lo proponen.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.