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La masacre de las Fosas Ardeatinas y el castigo a la población civil como arma de guerra Opinión Crédito foto: De antmoose – Flickr, CC BY 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=432689

La masacre de las Fosas Ardeatinas y el castigo a la población civil como arma de guerra

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Enrique Fernández Darraz
Por : Enrique Fernández Darraz Doctor en Sociología, académico.
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Pese a lo que muchos criminales de guerra nazi denunciaron majaderamente, no parece que se les haya aplicado una “justicia de vencedores”, ni siquiera ante la brutalidad de este acto.


El 24 de marzo se cumplen 81 años de la masacre de las Fosas Ardeatinas, ocurrida en el sur de la ciudad de Roma, en 1944, como represalia nazi al atentado realizado por un grupo partisano.

El día anterior, el Gruppi d’Azione Patriottica había hecho explotar una bomba al paso de un batallón nazi, resultando 33 soldados muertos. Informado de lo sucedido, Hitler ordenó matar 10 italianos por cada alemán fallecido, cifra que fue “redondeada” en 335.

Para llegar a ese número se recurrió a detener a población civil, a presos comunes y judíos. Todos fueron trasladados a unas antiguas minas abandonadas cercanas al pueblo de Ardea, del que reciben su nombre.

A diferencia de otras ejecuciones, estas personas no fueron puestas ante un pelotón de fusilamiento, sino asesinadas de un disparo en la nuca, luego de ser obligadas a arrodillarse. El más joven tenía 14 años, el mayor 74. Finalizada la matanza, los soldados alemanes dinamitaron el acceso a las minas.

Este hecho no inaugura ni mucho menos cierra el castigo a la población civil como arma de guerra. Pero, sin duda, marca un hito en la historia moderna.

Los Convenios de Ginebra de 1949, y sus protocolos adicionales, son uno de los puntos iniciales para establecer “la protección debida de las personas civiles en tiempo de guerra”. A partir de ellos comienzan a definirse figuras jurídicas como las represalias contra civiles, ataques indiscriminados, tratos inhumanos, destrucción injustificada, desplazamiento forzado, toma y ejecución de rehenes, ataques contra bienes indispensables para la supervivencia, castigo colectivo, entre otros.

Pese a estos convenios y a las múltiples iniciativas que le han sucedido, por desgracia, este tipo de hechos han persistido. Como la matanza de Mỹ Lai cometida por el ejército norteamericano en Vietnam el 16 de marzo de 1968, en que acribillaron entre 350 y 500 civiles. O la matanza de Srebrenica en 1995, durante la guerra de Bosnia, en que fueron asesinados unos 8 mil prisioneros musulmanes y un par de decenas de miles de desplazados.

Actualmente queda por ver qué determinará la justicia internacional sobre lo que ocurre en Gaza, en que las cifras se mueven entre 40 mil y 60 mil muertos civiles y millones de desplazados, además de la destrucción de la infraestructura y las restricciones de acceso a alimentos y medicamentos, determinadas por la actividad militar israelí.

Como consecuencia de la masacre de las Fosas Ardeatinas varios oficiales alemanes fueron juzgados. Entre ellos, Albert Kesselring, enjuiciado en Italia en 1947 y condenado a muerte. Pero su pena fue conmutada por cadena perpetua y trasladado a una prisión en Alemania. En 1952 fue liberado por problemas de salud (un cáncer a la garganta), falleciendo en 1960, a los 74 años, en Alemania.

El coronel de las SS Herbert Kappler fue detenido y sentenciado a cadena perpetua por un tribunal italiano, en 1948. Treinta años después, en 1977, gracias a la ayuda de su esposa logró fugarse del hospital en que se encontraba hacia Alemania, en una maleta. Falleció un año después, en su casa (a los 70 años), después que las autoridades germanas se negaran a extraditarlo a Italia.

El capitán Karl Hass fue hecho prisionero después de la guerra, pero debido a su posterior trabajo de espía para los aliados fue puesto en libertad. Regresó a Italia para testificar contra su compañero de armas y también criminal de guerra Erich Priebke, a cambio de inmunidad. Pero luego de arrepentirse intentó huir. Fue juzgado en 1998 y sentenciado a cadena perpetua, cumpliendo su condena bajo arresto domiciliario. Murió en 2004 a los 92 años.

El también capitán Erich Priebke fue enjuiciado y condenado a prisión perpetua por su participación en este crimen en 1998, luego de haber vivido desde el fin de la guerra en total impunidad en Bariloche, hasta su extradición a Italia en 1996. La pena de cadena perpetua le fue conmutada por arresto domiciliario, dada su avanzada edad. Priebke murió en Roma en 2013, a los 100 años, sin expresar arrepentimiento por sus actos.

Pese a lo que muchos criminales de guerra nazi denunciaron majaderamente, no parece que se les haya aplicado una “justicia de vencedores”, ni siquiera ante la brutalidad de este acto.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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