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Uno contra todos

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Juan Pablo Glasinovic Vernon
Por : Juan Pablo Glasinovic Vernon Abogado de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), magíster en Ciencia Política mención Relaciones Internacionales, PUC; Master of Arts in Area Studies (South East Asia), University of London.
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Alejar a los amigos, manteniendo a los enemigos, en ninguna parte parece ser una fórmula ganadora. El retiro de Estados Unidos de los principales temas mundiales necesariamente favorece a otras opciones en el mediano y largo plazo.


Es un hecho de la causa que el sistema internacional está mutando radicalmente. Lo curioso es que el impulso principal para su transformación proviene del que fuera su arquitecto y gestor principal. En efecto, Estados Unidos impulsó y lideró un nuevo diseño tras la Segunda Guerra Mundial, con una institucionalidad política y económica que, llevando su sello y reconociendo su liderazgo, permitió el multilateralismo y otorgó una horizontalidad no vista anteriormente en la historia de las relaciones internacionales.

Los Estados más débiles tuvieron un espacio impensado hasta entonces, que antes solo dependía del poder duro que pudieran tener, ya sea individual o colectivamente. Es así como surgieron conceptos como el “poder blando”, que es la influencia que ejerce un país al servicio de su interés nacional, fundada en factores distintos a su poder militar y/o económico, como la cultura, el turismo, la ciencia y la tecnología.

Muchos de los asuntos mundiales principales, como guerras y conflictos, pasaron o fueron abordados de alguna manera por Naciones Unidas, y actuar al margen era siempre posible, pero tenía un costo en legitimidad (con eventuales consecuencias prácticas), que inhibía a la mayoría de salirse del cauce de la legalidad internacional, o al menos mitigaba su conducta.

Por supuesto que desde el principio hubo países que buscaron diluir el sistema, pero en sus características esenciales fue el que rigió durante toda la segunda mitad del siglo XX.

Con la caída de la Unión Soviética y el desmoronamiento de su bloque, pareció que el sistema se reforzaba. Además, la percepción del fin de la amenaza de la guerra, al menos en Europa, así como la dinámica del funcionamiento multilateral, hicieron que muchos países, incluyendo a casi todos los europeos, consideraran que no era necesario mantener un robusto gasto en defensa. Los temas principales, tanto políticos como comerciales, podían ser discutidos y resueltos en foros multilaterales.

Las primeras señales de cambio vinieron con el atentado a las Torres Gemelas en Nueva York a comienzos de este siglo. Como sabemos, ese acto terrorista llevó a EE.UU. a la guerra en Irak y Afganistán. En ese proceso, este país presionó y en gran medida cooptó a Naciones Unidas para avalar su reacción militar, al considerarla, junto con el derecho internacional, como cortapisas a su accionar.

Este hito fue acompañado de un cambio en la política interna en Estados Unidos, especialmente en el seno del Partido Republicano, con una tendencia cada vez más fuerte al unilateralismo, así como al aislacionismo.

Así llegamos a la primera presidencia de Trump, reflejo del triunfo de esa tendencia. Recordemos que una de las primeras medidas de Trump en ese período fue retirar a Estados Unidos del TPP. Eso marcó sin duda el comienzo del fin de la globalización liberal comercial. Después siguió el desmantelamiento del Nafta, renegociándolo a su configuración actual de T-MEC, e invirtiendo el principio de tener un tratado indefinido a uno con una cláusula de extinción después de cierto tiempo, lo que implica renegociar regularmente sus condiciones.

En el ámbito mundial, EE.UU. empezó a socavar el funcionamiento de la organización Mundial de Comercio, precisamente para facilitar su giro a políticas y medidas más proteccionistas.

No podemos también dejar de mencionar el alza de los aranceles, principalmente a China, desatando la denominada “guerra comercial” entre ambas potencias que persiste hasta hoy y que ha generado impactos y movimientos en los circuitos productivos y en las cadenas de valor, favoreciendo a algunos países y regiones y perjudicando a otras.

Entre las favorecidas está la propia América del Norte, que se convirtió en uno de los mercados más integrados a nivel mundial, beneficiando particularmente a México.

En materia de seguridad, durante su primer período Trump condicionó el rol de Estados Unidos como garante del orden mundial, exigiendo a sus aliados incrementar sus gastos en defensa y a compensar por la protección estadounidense. En esa línea amenazó, por ejemplo, con salirse de la OTAN y de dejar sin efecto otras alianzas.

El resultado de esas políticas y medidas cambió nítidamente el rumbo de EE.UU. en el campo económico hacia un sistema mucho más proteccionista y con énfasis en la reindustrialización. Prueba de ello es que Biden mantuvo e incluso profundizó algunas de las medidas de su predecesor.

En el ámbito multilateral, Trump ninguneó el rol de los foros, partiendo por Naciones Unidas.

Con su derrota en la reelección inmediata parecía que las cosas podían volver atrás, al menos en lo que a la seguridad y sus alianzas se refiere y a una recuperación del multilateralismo, pero vino su nueva elección y lo que hizo en su primer gobierno no solo está siendo continuado, sino que empujado a una escala mayor.

En los pocos meses que Trump lleva de su segundo mandato, la constante ha sido golpear a sus aliados, bajo la premisa de que Estados Unidos va a terminar con las dinámicas perjudiciales para sus ciudadanos e interés nacional.

Es así como a los europeos les enrostró su desidia para preocuparse de su propia defensa y volvió a poner en duda la concurrencia estadounidense en caso de agresión. Además, en los hechos dejó afuera a Europa de su negociación con Rusia para lograr la paz en la guerra con Ucrania.

En relación con este último país, pasó de ser su principal aliado militar a exigirle atenerse a las condiciones que le dicte para lograr la paz, lo que consideró el cese temporal de la ayuda bélica, incluyendo la dimensión de inteligencia.

En el plano regional, amenazó a Canadá y México con alzas arancelarias, con una implementación parcial de estas, arguyendo que ambos países competían deslealmente y también para forzarlos a reducir el tráfico de drogas y la migración a EE.UU. desde sus territorios.

Adicionalmente, respecto de Canadá, les hizo saber que deberían unirse con su país para convertirse en el estado 51. Las medidas económicas, así como los dichos de Trump, generaron una ola de indignación y nacionalismo pocas veces vistas en Canadá, así como rechazo a una alianza que parecía inquebrantable, tanto así que el nuevo primer ministro Carney viajó a Europa como su primer destino exterior en el cargo, rompiendo una larga tradición de ir a Washington en su primera gira.

Con América Latina más allá de México, por el momento el foco ha estado en la seguridad, con la deportación a El Salvador de presos de bandas criminales. Recientemente también se habría acordado con el Gobierno venezolano una repatriación masiva de personas de esa nacionalidad en Estados Unidos. Panamá, sin embargo, ha estado bajo una intensa presión por la pretensión de Trump de “recuperar” el canal, que ya se tradujo en que la empresa CK Hutchison de Hong Kong debió ceder la concesión de los puertos a ambos lados del canal al fondo BlackRock.

En síntesis, en menos de 3 meses, el presidente Trump ha abierto una multiplicidad de frentes externos (sin mencionar los domésticos), caracterizados por el conflicto con quienes han sido aliados tradicionales.

En lo inmediato, pareciera que Estados Unidos consolida su liderazgo mundial desde la óptica del unilateralismo del actual Gobierno, sobre la base de sus fortalezas económica y militar. En la primera dimensión y siendo EE.UU. uno de los principales importadores del mundo, su margen de presión es inmenso, porque es imposible encontrar un mercado alternativo en el corto plazo.

Eso podría servir el propósito de reindustrialización para precisamente evitar las alzas arancelarias y otras barreras. Al menos ese es el objetivo declarado del Gobierno de Trump.

En el plano militar, la incontrastable superioridad norteamericana provee un doble mecanismo de presión: la industria de armas que es la más grande a nivel global, combinada con la posibilidad de interrupción del suministro a sus clientes en función de las decisiones del Gobierno, así como el potencial uso de la fuerza contra quien se le oponga.

Efectivamente en el muy corto plazo la administración Trump podría tener la ilusión de maximizar sus beneficios, fundamentalmente desde la perspectiva económica, pero con seguridad los perjuicios terminarán siendo mayores, porque no se puede prosperar si al resto le va mal y tampoco se puede ejercer liderazgo si uno se resta de los asuntos mundiales.

Alejar a los amigos, manteniendo a los enemigos, en ninguna parte parece ser una fórmula ganadora. El retiro de Estados Unidos de los principales temas mundiales necesariamente favorece a otras opciones en el mediano y largo plazo.

EE.UU. fue central en la implementación del sistema internacional que nos rigió desde la Segunda Guerra Mundial y ha sido central en su finiquito. Eso en la historia mundial es extremadamente raro. La pregunta es si, en lo que viene, Estados Unidos tendrá un papel más protagónico y se verá más beneficiado. La respuesta está en construcción, pero me atrevo a aventurar que es altamente improbable un mejor resultado con el curso actual, porque no se puede estar contra todos al mismo tiempo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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