
¿Hombres y mujeres en crisis?: entre la igualdad y la pérdida de identidad
Vivimos en una época de desorientación respecto al papel del hombre en la familia y, por ende, en la sociedad.
Para comprender la situación actual del hombre, es necesario analizar lo que ha sucedido con la mujer, ya que la relevancia de sus diferencias se ha hecho evidente en la actualidad. Actualmente, ya no se trata solo de la lucha por los derechos de la mujer o su incorporación al mercado laboral. Hoy en día, la mujer ha alcanzado un papel protagónico y, en muchos casos, no solo busca igualdad, sino una posición que debería ser tan justa y común como la del hombre y se lo ha ganado con creces.
Si bien esto responde a un legítimo derecho de igualdad de oportunidades y a la necesidad de aprovechar sus capacidades en el mundo actual, muchas veces se pasa por alto que, para lograrlo, algunas mujeres deben tomar decisiones que van en contra de su propia naturaleza y características particulares. Un claro ejemplo de ello es la maternidad.
A pesar de que en muchos países existen leyes que prohíben el despido de mujeres embarazadas, en la práctica esta condición sigue considerándose una limitante. Esta protección es más difícil de hacer cumplir, ya que las empresas pueden rechazar a una candidata sin declarar que el embarazo es la razón principal.
Aun así, algunos países tienen leyes que explícitamente protegen a las mujeres embarazadas en los procesos de contratación: España, Francia, Alemania o la misma Unión Europea, prohíben la discriminación basada en el embarazo para el acceso al empleo, obligando a estos países a garantizar que las mujeres embarazadas no sean excluidas de procesos de selección por su estado.
En Latinoamérica, Brasil, Colombia o nuestro vecino país Argentina, protegen contra la discriminación por embarazo en la contratación. Incluso, si una empresa rechaza a una candidata por esta razón, puede ser sancionada.
Chile, no es la excepción, su Constitución Política y el Código del Trabajo establecen la igualdad de derechos en el empleo y prohíben la discriminación por razones de sexo, embarazo o maternidad. Sin embargo, a pesar de la legislación, muchas mujeres enfrentan dificultades para ser contratadas estando embarazadas, ya que algunas empresas evitan contratarlas por los costos asociados a la licencia de maternidad y la estabilidad laboral que la ley les otorga.
Los regímenes laborales, la presión por ascender rápidamente y otros factores hacen que, para muchas mujeres, conciliar su vida profesional con su vida personal o familiar siga siendo un desafío. Es innegable el protagonismo que ha alcanzado la mujer, pero también lo es el hecho de que, en muchas ocasiones, debe tomar decisiones difíciles, sacrificando una esfera de su vida en favor de la otra. Situación a la que los hombres no se ven enfrentados.
El feminismo heredado de pensadoras como Simone de Beauvoir ha impulsado la idea de que la maternidad es una desventaja en el desarrollo personal y profesional de la mujer. Desde esta perspectiva, se plantea la eliminación de las diferencias entre hombres y mujeres, separando a la mujer de su identidad ligada a la maternidad y buscando igualarla al hombre.
Si bien este pensamiento puede parecer comprensible en el contexto de las dificultades que las mujeres han enfrentado, la realidad ha demostrado que eliminar las diferencias no es la solución.
No ha predominado un enfoque que valore las diferencias entre hombres y mujeres y busque conciliarlas para alcanzar una verdadera igualdad de oportunidades y dignidad. Un ejemplo claro de esto es la renuncia a la maternidad, lo que ha derivado en la disminución de la tasa de natalidad en Chile, experimentado una notable disminución en las últimas décadas.
En el año 1950, la tasa bruta de natalidad era de aproximadamente 37.5 nacimientos por cada 1.000 habitantes, con una tasa de fecundidad total de 5.15 hijos por mujer. Mientras que en los años 2000-2005, la tasa de natalidad descendió a 15.9 nacimientos por cada 1.000 habitantes y la tasa de fecundidad se situó en 2.00 hijos por mujer.
Así, durante los años 2015-2020, la tasa de natalidad fue cada vez reduciéndose más, llegando a números alarmantes de 13.3 nacimientos por cada 1.000 habitantes, con una tasa de fecundidad de 1.73 hijos por mujer. En la actualidad, existen estimaciones que proyectan una tasa de natalidad de 12.4 nacimientos por cada 1.000 habitantes y una tasa de fecundidad de 1.75 hijos por mujer.
Sin embargo, el intentar eliminar las diferencias también ha llevado a una desvalorización del rol del hombre. Esto ha dado lugar al aumento de familias monoparentales, en las que, ya sea por elección, abandono, separación o divorcio, la mujer cría sola a sus hijos. La imagen del padre ha sufrido un gran deterioro, reforzado por la idea de que maternidad y paternidad no son roles intercambiables, lo que ha generado la creencia de que la mujer puede bastarse sola para criar a sus hijos.
La liberación sexual, tanto femenina como masculina, ha “liberado” a los hombres de la responsabilidad de la paternidad mediante el uso de anticonceptivos. Sin embargo, esto no ha sucedido de la misma manera con las mujeres, ya que la maternidad está intrínsecamente ligada a su ser. Ni siquiera el aborto puede desvincular completamente a la mujer de su maternidad, pues esta se desarrolla dentro de ella. Prueba de esto es que, en la mayoría de los hogares monoparentales, es la madre quien se encarga de la crianza.
Hoy en día, la paternidad se percibe como algo temido. Se está preparado para una relación sexual, pero no para asumir la posible paternidad que esta implica. Vivimos en una época de desorientación respecto al papel del hombre en la familia y, por ende, en la sociedad. Asimismo, existe una confusión sobre la concepción que la mujer tiene del hombre y lo que espera de él.
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