
Scream II
El propio Trump reconoce que “habrá un pequeño disturbio”. Ni él ni Elon Musk notarán “el disturbio” en la canasta básica, pero millones de estadounidenses sin duda sí lo harán.
En septiembre de 1970 Richard Nixon se reunió con el director de la CIA, Richard Helms. Sus instrucciones eran “salvar a Chile” de la amenaza que representaba Salvador Allende, quien había sido elegido democráticamente diez días antes. Un golpe de Estado ya estaba sobre la mesa (un memorándum de la CIA decía que “es una política firme y continua que Allende sea derrocado por un golpe de Estado… es imperativo que estas acciones se implementen de manera clandestina”). Mientras tanto, Nixon encargó a la CIA que presionara económicamente al país. “Haz que la economía grite”, ordenó Nixon.
El mundo ha cambiado dramáticamente en 55 años, pero parece que la política estadounidense, o al menos algunas de sus herramientas políticas, han regresado. Un presidente estadounidense diferente, que parece compartir el desprecio de Nixon por la ley, nuevamente quiere hacer gritar la economía extranjera de los demás. Pero esta vez no se trata de usar la presión económica para evitar la propagación de la influencia soviética –real o percibida– sino de presionar a un aliado de larga data, Canadá, por razones que nadie entiende del todo.
A juzgar por las propias declaraciones de Donald Trump, el objetivo es convertir a Canadá en el estado número 51. Algunos piensan que Trump está fanfarroneando, presentando una posición maximalista para obtener alguna ventaja en las negociaciones. Pero ¿negociaciones para qué?
La verdad es que Canadá no puede darse el lujo de jugar a las adivinanzas, y el resto del hemisferio tampoco. Cuando Donald Trump dice que quiere invadir Canadá, apoderarse del Canal de Panamá o imponer aranceles al cobre chileno, debemos tomarle la palabra. Trump debe ser juzgado tanto por sus palabras como por sus acciones, y sus acciones ya han tenido un efecto.
En febrero de 2025, Trump firmó órdenes ejecutivas que imponían un arancel del 25% a todos los productos canadienses, excluyendo los productos energéticos. La excusa fue que Canadá no estaba haciendo lo suficiente para combatir la inmigración y el tráfico de drogas, en particular la exportación de fentanilo a los Estados Unidos.
Sin embargo, según las propias cifras del Gobierno de EE.UU., menos del 2% de los inmigrantes indocumentados y el 0.2% del fentanilo que llega a Estados Unidos ingresa desde el norte.
Aun así, Canadá anunció medidas para mejorar la vigilancia a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y Canadá, asignando aproximadamente 1.300 millones para iniciativas como un grupo de trabajo de inteligencia aérea y una fuerza de ataque conjunta. Los aranceles entraron en vigencia el 4 de marzo, pero Trump ha amenazado más sanciones para el 2 de abril.
Los efectos ya se notan en Canadá, donde los productos estadounidenses están desapareciendo de los estantes de los supermercados. Y quizás lo más importante, el Partido Liberal, al que Trump claramente quería perjudicar, ha revertido sus fortunas en las encuestas en vísperas de las elecciones federales del próximo mes. Pierre Poilievre, un conservador que frecuentemente ha tratado de presentarse como una especie de Trump light, ha caído desde un 49% el día en que Trump asumió a un 37%, lo que lo coloca en un empate técnico con los Liberales bajo el nuevo primer ministro, Mark Carney.
Los estadounidenses también están sintiendo los efectos: se estima que los precios de los automóviles están subiendo entre 4.000 y 10.000 dólares. Los precios de las casas nuevas pueden subir hasta 10.000 y las frutas y verduras provenientes de México también subirán de precio. El propio Trump reconoce que “habrá un pequeño disturbio”. Ni él ni Elon Musk notarán “el disturbio” en la canasta básica, pero millones de estadounidenses sin duda sí lo harán.
Si bien Trump podría desear presionar a Ottawa, en realidad el presidente muestra una sorprendente falta de consideración vecinal o conocimiento histórico. Si hay algo que ha unido a los canadienses –durante la Revolución Americana, la Guerra de 1812, las redadas fronterizas de la década de 1870, el Arancel McKinley de la década de 1890 y durante los debates sobre el libre comercio de la década de 1980– es la convicción de que simplemente son diferentes a los estadounidenses.
Las amenazas estadounidenses de invadir o dominar solo sirvieron para fortalecer a Canadá. En 2015 el ex primer ministro Justin Trudeau sostuvo que Canadá podría transformarse en el primer país “postnacional”. Ese objetivo hoy parece ser no solamente algo ingenuo, pero más lejos que nunca. No es fácil, en un país geográficamente y étnicamente tan diverso, crear una narrativa nacional. Pero gracias a Donald Trump, el nacionalismo canadiense, a su manera, ha regresado.
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