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Un instante bipolar Opinión

Un instante bipolar

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Henry Saldivar Canales
Por : Henry Saldivar Canales Cientista político, Pontificia Universidad Católica de Chile
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Que no le importemos a Trump, podemos interpretarlo como una señal de autonomía.


El entendimiento cordial entre Bush y Putin, que evoca otras épocas, ha dado forma a un nuevo equilibrio mundial. Un transitorio estado de bipolaridad que se corresponde, claro está, con los Estados más poderosos del planeta, militarmente hablando.

La renacida política del garrote y la zanahoria practicada por el nuevo presidente de los EE.UU. es de larga data en las maniobras del presidente ruso. Lo que ha potenciado el entendimiento entre dos presidentes autoritarios, nacionalistas y dispuestos a usar la fuerza, si fuese necesario.

Alguien había anticipado que las consecuencias de este entendimiento eran repartirse el mundo en zonas de influencia, tal como ha sido ya en la historia. Aquí en América renacería la agenda Monroe, una declarada esfera de influencia, alejada de la penetración europea; y una Europaaunque en aprestos– que tendría un límite hacia el Este, reclamado por Rusia.

Hay que partir de la idea de que la nueva narrativa norteamericana es que el presidente está evitando con estas acciones la Tercera Guerra Mundial, que podría comenzar por los desacuerdos europeos nuevamente. No es raro que sus fanáticos comiencen a presentarlo como un salvador de la humanidad y lo postulen al Nobel de la Paz, si esto resulta en una pacificación general.

Aquí no se trata de armas –parece transmitir–, son solo negocios. Trump tiene la visión de una Europa demasiado ambiciosa, a costa del poder norteamericano. Por ello, ha buscado obstaculizar los intereses de una Europa que se ha desplazado profundamente hacia el noreste –amparada en la OTAN– como para estar a tiro de cañón de Moscú, desde la frontera ucraniana.

¿Qué queda entonces de Ucrania y su independencia, que había suscitado la mayor cruzada occidental en nombre de la libertad de ese país eslavo, primo hermano de Rusia? Unía en Occidente a nombre de la libertad desde los neoliberales hasta los neolibertarios. Eso ya no existe y Trump ha traído de vuelta la antigua y todavía práctica realpolitik: la paz solo es factible entendiéndose con Rusia.

Zelenski pasó de héroe a villano en Washington. Tratado de comediante de poca monta, que se hizo del poder proclamando un nacionalismo radical y fue tan lejos, como para querer una tercera guerra mundial, e incluso transformarse en dictador, porque su permanencia en el poder  constitucionalmente ha cesado. El fervor por su causa se ha trasladado a Londres.

Gran Bretaña y Francia están ahora a la cabeza de la defensa europea, bajo el paraguas nuclear de una revivida Francia bélica, mientras los alemanes y otros se rearman apresuradamente. En las elecciones alemanas ha triunfado la DC con Friedrich Merz, quien ha prometido un rearme de Europa. O, lo que es lo mismo, resguardar la seguridad europea por los propios europeos, que creen en la idea de hacer –en un territorio todavía impreciso–, un sujeto político con FF.AA. propias. También existen dudas sobre qué tan imperativo sea llegar a los extremos, por un país que aún no pertenece a Europa.

Es probable que con o sin Europa, la paz mundial dependa en gran medida de lo que acuerden finalmente Trump y Putin, repartiéndose el mundo en zonas de influencia. A ellos se añadirá China, para que esto implique una paz efectiva, que permita el intercambio global. 

Una esfera de influencia es una región geográfica en la que un país u organización tiene predominio económico, político, cultural o militar. Cada una de esas áreas comienzan por su entorno inmediato. Son las determinaciones de la geografía de las grandes potencias, lo que ha traído de vuelta a la geopolítica en los asuntos internacionales.

Trump ha declarado que no le importa América del Sur: “Ellos nos necesitan más a nosotros”, ha dicho. Su área de seguridad inmediata es hasta Panamá y buscará recuperar el control de ese canal bioceánico.

América del Sur es una región de doce países, en que coexisten medianos y pequeños Estados, con un gigante de habla portuguesa, rodeado de países de habla castellana. Comparado con EE.UU. son débiles, desunidos y sin un claro destino como un espacio de cooperación regional.

Los países más relevantes del sur parecen estar más preocupados de su agenda doméstica que de los asuntos regionales. Lejos del interés norteamericano, los Estados del sur practican la doctrina Sinatra. Cada uno va “a su manera”.

Chile es un país del sur y lo que realmente nos importa es la tranquilidad el barrio. Vivimos en un vecindario donde a Chile le debe importar lo que hagan Brasil, Argentina, Colombia y Perú, que son democracias claves para la paz y la cooperación en el sur del continente.

Que no le importemos a Trump, podemos interpretarlo como una señal de autonomía.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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