
A un mes del apagón
Lo ocurrido el 25F no es solo un problema tecnológico. Es una alerta sobre la gobernanza del sistema eléctrico, sobre cómo se toman decisiones y sobre la rendición de cuentas.
El 25 de febrero (25F) vivimos como sociedad una particular toma de conciencia que en la vida moderna nos pegó fuerte, dada nuestra creciente dependencia de un suministro eléctrico confiable y omnipresente. En Chile, teníamos la percepción de haber establecido un sistema eléctrico confiable y robusto, y que, ante fallas, los protocolos y los sistemas de control aseguraban absorber las contingencias –inevitables en sistemas complejos– con impactos acotados y una recuperación rápida de estas situaciones.
El apagón nos llevó de un golpe a la realidad, exhibiendo en forma brutal la fragilidad y carencias del Sistema Eléctrico Nacional (SEN). Tres fallas sucesivas y enlazadas mostraron profundos problemas de gobernanza, gestión y coordinación.
La primera falla –o “hecho cero”, como lo denomina el Coordinador Eléctrico Nacional (CEN) en su Estudio de Análisis de Falla de 398 páginas y publicado en estos días–, ocurrió a las 15:16 en la subestación (S/E) Pan de Azúcar, con la súbita apertura de un interruptor de protección en una línea de 500 kV por la que se transferían 1.800 MW de potencia –algo así como el 15% de toda la energía que se consumía en el Sistema Eléctrico Nacional y por encima de los 1.600 MW que indicaba la planificación del CEN como máxima potencia segura de transitar por ese circuito–.
Casi 2 horas antes (13:35), Interchile, el operador de dicha línea y subsidiaria de la empresa estatal colombiana ISA, había declarado al CEN una falla en la protección primaria de esta (quedaba en operación la protección redundante o secundaria). El CEN, aun así, mantuvo los niveles de carga en la línea.
A estas alturas es plausible asumir que fue en el intento de Interchile de resincronizar las protecciones primarias cuando ocurre la falla, aunque no es posible aún indicar causalidad. El CEN alega que no fue informado de esta maniobra. Pero, sabiendo de la falla, ¿qué medidas de monitoreo y mitigación tomó el CEN? En días posteriores al 25F la transferencia por esa línea fue severamente disminuida. ¿No era eso lo que correspondía hacer el 25F a 13:35, para evitar o mitigar lo que ocurrió después?
Y lo que vino después de la desconexión de las 15:16 fue un desbarajuste total. Casi instantáneamente, cayó el circuito gemelo de 500 kV y se perdió aproximadamente 1/3 del abastecimiento de la red al sur de la S/E Pan de Azúcar, mientras que la red al norte de la S/E Maitencillo quedó con más del doble de la generación respecto de su consumo.
Hasta antes del evento, se consideraba poco plausible que una perturbación aislada terminase desconectando todo el sistema nacional. Si el colapso se extendió de Arica a Chiloé es porque las protecciones de la red no estaban configuradas adecuadamente, permitiendo el colapso en cadena, igual que fichas de dominó.
Mecanismos automáticos debieron compartimentar la red, despejar cargas y equilibrar los subsistemas-isla resultantes. ¿Por qué no ocurrió esto? ¿Negligencia, errores humanos, decisiones económicas de priorizar costos antes que seguridad? Son preguntas que el Coordinador Eléctrico Nacional aún no responde con claridad.
La tercera parte de este abrumador desastre fue la lenta y errática recuperación del servicio. En teoría, el restablecimiento de la energía debería haber tomado unas dos horas, especialmente por no haber una avería física que reparar. Hubo fallas en la comunicación entre la Central de Despacho del CEN y las empresas, sistemas de control (SCADA) no operativos, intentos fallidos de reconexión y una evidente falta de preparación para manejar una situación de esta magnitud.
La excesiva centralización en el manejo de la crisis agravó el problema. El Coordinador Eléctrico Nacional alega que las empresas no le obedecían o no eran capaces de ejecutar las partidas autónomas que se les solicitaban. Esto evidencia una grave falta de preparación, de liderazgo técnico y de gestión.
En Chile, solo unas pocas decenas de centrales son capaces de manejar una partida autónoma (esto es, entrar a suministrar una red sin tensión o voltaje). Estas centrales son remuneradas por esa condición como parte de los servicios complementarios. Pero la partida autónoma requiere ajustar configuraciones y establecer condiciones. Según las estadísticas del CEN, solo cerca del 20% de los ensayos de partidas autónomas se habría completado.
Algunos apuntan como cómplices a la generación fotovoltaica (que es sensible a variaciones de frecuencia o voltaje y no concurre a mitigar la perturbación), otros a la necesidad de capacidad redundante de transmisión. Hay quienes indican la necesidad de operador estatal en el sector para aumentar la seguridad del sistema. Nada de esto resiste análisis. Las condiciones de la red eran conocidas y, por tanto, previsibles.
Afortunadamente no la sacamos tan cara y siempre podría ser peor. Pero lo ocurrido el 25F no es solo un problema tecnológico. Es una alerta sobre la gobernanza del sistema eléctrico, sobre cómo se toman decisiones y sobre la rendición de cuentas. Hay que ir antes de la falla cero y ver lo que se hizo para prevenir lo que vino después. Porque más allá de los extensos informes, auditorías, excusas, multas y litigios que vendrán, hay una certeza incómoda: este apagón se puede repetir.
Nuestra red eléctrica está siempre transformándose, con el mayor uso de energías renovables, nuevas tecnologías como sistemas de almacenamiento en baterías y nuevas interconexiones (ojalá de este a oeste con Argentina o al sur de Pichirropulli, que es lo que se necesita). Esta evolución ofrece oportunidades y desafíos a cómo responder a perturbaciones y dar confiabilidad a la red.
Hay muchas situaciones que pueden generar problemas severos en la red: desde terremotos, atentados (incluido el ataque cibernético) hasta perturbaciones geomagnéticas. La próxima vez que se presente una falla como la del 25F, ojalá tengamos una respuesta adecuada. Esto, porque: la falla fue anticipada, su respuesta ha sido detalladamente modelada y ensayada, y tenemos la certeza de que todos los actores son diestros en ejecutar las tareas que los protocolos les asignan. Al final, lo que necesitamos es tener un liderazgo capaz de coordinar a todos los actores del sector.
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