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Groenlandia y su creciente valor estratégico Opinión BBC

Groenlandia y su creciente valor estratégico

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Alberto Rojas
Por : Alberto Rojas Director del Observatorio de Asuntos Internacionales, Facultad de Humanidades y Comunicaciones, Universidad Finis Terrae. @arojas_inter
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El interés de Estados Unidos por Groenlandia no es nuevo. Durante la Segunda Guerra Mundial, en 1941, cuando Dinamarca fue invadida por el Tercer Reich, Washington firmó un acuerdo con el embajador danés que le permitía establecer bases militares en la isla para prevenir una posible ocupación nazi.


La polémica visita a Groenlandia del vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, y su esposa, Usha Vance, ha reavivado el debate sobre la importancia estratégica de esta vasta isla ártica, y ha generado una respuesta contundente por parte del gobierno de Dinamarca. Originalmente, la agenda incluía actividades culturales y encuentros con comunidades locales; sin embargo, ante la creciente polémica, se redujo a una visita exclusiva a la Base Espacial Pituffik. Esta modificación fue recibida con alivio por el ministro de Exteriores danés, Lars Løkke Rasmussen, quien consideró positivo que la visita se limitara a la base militar y no incluyera contacto con autoridades groenlandesas. ​

Esto, luego que la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, calificó la visita inicial como una “presión inaceptable”, interpretándola como un intento de Estados Unidos de influir en los asuntos internos de Groenlandia. Esta postura refleja la sensibilidad de Dinamarca respecto a su soberanía y su descontento con las aspiraciones estadounidenses de adquirir la isla más grande del mundo.

Groenlandia es un territorio autónomo dentro del Reino de Dinamarca. Y aunque geográficamente está ubicada en América del Norte, política y administrativamente forma parte de Europa a través de su relación con Dinamarca, la cual ha evolucionado en las últimas décadas hacia una mayor autonomía.

Groenlandia ahora tiene su propio parlamento (Inatsisartut) y gobierno (Naalakkersuisut), aunque Dinamarca sigue siendo responsable de asuntos exteriores, defensa y política monetaria. Además, recibe anualmente un subsidio de aproximadamente US$ 570 millones.

El interés de Estados Unidos por Groenlandia no es nuevo. Durante la Segunda Guerra Mundial, en 1941, cuando Dinamarca fue invadida por el Tercer Reich, Washington firmó un acuerdo con el embajador danés que le permitía establecer bases militares en la isla para prevenir una posible ocupación nazi. Posteriormente, en 1946, el presidente Harry Truman ofreció comprar Groenlandia a Dinamarca por US$100 millones, propuesta que fue rechazada. ​Y durante el primer gobierno del presidente Donald Trump, Washington nuevamente insistió en este tema.

Groenlandia ocupa una posición geográfica clave en el Ártico, sirviendo como punto de acceso entre el Atlántico Norte y el océano Ártico. Esta ubicación es vital para el control de rutas marítimas emergentes debido al deshielo polar, como el Paso del Noroeste, que podría reducir significativamente los tiempos de navegación entre Europa y Asia a través de rutas transpolares. Además, la Base Espacial Pituffik desempeña un papel crucial en la defensa aérea y la vigilancia espacial de Estados Unidos, rastreando posibles ataques mediante su Radar de Alerta Temprana. ​

Más allá de su valor geoestratégico, Groenlandia también es rica en recursos naturales esenciales para las industrias tecnológicas modernas. La isla alberga vastos depósitos de minerales de tierras raras, fundamentales para la fabricación de dispositivos electrónicos, baterías de vehículos eléctricos y tecnologías de energía renovable. Además, se encuentran presentes minerales como uranio, níquel, titanio y oro. Y, de hecho, 25 de los 34 minerales considerados “materias primas críticas” por la Comisión Europea se hallan en Groenlandia. ​

También se estima que posee alrededor del 13% de las reservas no descubiertas de petróleo y el 30% de las de gas natural del mundo, además de yacimientos de uranio, según el Servicio Geológico de Estados Unidos. ​

A pesar del potencial, la explotación de estos recursos enfrenta desafíos considerables. Las condiciones climáticas extremas, la falta de infraestructura adecuada y las preocupaciones medioambientales han limitado hasta ahora el desarrollo de proyectos a gran escala. Además, la economía de Groenlandia depende en gran medida de la pesca, representando el 90% de sus exportaciones, y de los subsidios daneses, lo que refleja una estructura económica aún por diversificar. ​

​En este contexto, un sondeo realizado por la empresa Verian, publicado en febrero pasado, indica que una mayoría significativa de los groenlandeses apoya la independencia de Dinamarca: un 72% de los encuestados se muestra a favor de la separación definitiva, mientras que solo un 28% se opone. Sin embargo, en cuanto a la relación con EE.UU., la misma encuesta revela que un abrumador 85% de los groenlandeses rechaza la idea de que la isla se convierta en parte de EE.UU., mientras que solo un 6% estaría a favor. Estas cifras reflejan una postura firme de la población en mantener su soberanía y rechazar propuestas de anexión.

El constante interés de Trump por Groenlandia podría acabar con un quiebre profundo no solo con Dinamarca, sino con el resto de la Unión Europea. Por otra parte, Washington enfrenta la clara resistencia de los habitantes de esta isla ante la posibilidad de quedar bajo autoridad estadounidense.

El punto es que en la medida que Groenlandia no tenga una sólida autonomía económica, difícilmente podrá avanzar en su proceso de independencia. Y, mientras tanto, tendrá que continuar resistiendo los embates de Trump. O, incluso de otras potencias, como Rusia o China. El futuro de la isla más grande del mundo se ve incierto.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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