
La apuesta presidencial de Winter: ¿aún hay espacio para el octubrismo?
Gonzalo Winter puede no ser el favorito en las encuestas, pero su candidatura cumple una función crucial en la democracia: dar representación a un conjunto de ideas que, aunque erosionadas por la experiencia de gobierno, siguen siendo parte del debate público.
La proclamación del diputado Gonzalo Winter como candidato presidencial del Frente Amplio (FA) para las primarias del oficialismo puede ser leída de múltiples formas. Una de ellas –y tal vez la más relevante desde el punto de vista del debate democrático– es que se trata de una oportunidad política para poner a prueba, en la arena electoral, la vigencia del ideario original del FA.
Esta candidatura representa algo más que una apuesta personal: es una suerte de termómetro que permitirá medir cuán vigente sigue siendo el discurso del llamado “octubrismo” y los marcos identitarios que marcaron el surgimiento del FA como actor disruptivo del sistema político chileno.
Winter no es un outsider dentro del frenteamplismo. Por el contrario, es un actor orgánico del sector, con trayectoria política que lo vincula directamente con los orígenes universitarios y callejeros de esta coalición. Es uno de los representantes más puros del ADN que dio vida al Frente Amplio: crítica estructural al modelo neoliberal, énfasis en las luchas feministas, ecológicas y de reconocimiento identitario, defensa de los derechos sociales universales y una apuesta por nuevas formas de hacer política.
En un escenario donde las coaliciones tienden a diluirse en la lógica de la gobernabilidad, Winter ofrece una candidatura que reencarna el ethos inicial del proyecto político que en 2022 llegó a La Moneda con Gabriel Boric.
Pero más allá de sus posibilidades reales de triunfo, su candidatura tiene un valor sustantivo: permite que la ciudadanía evalúe si el ideario original del FA sigue teniendo fuerza o si ha sido devaluado tras tres años de experiencia gubernamental en la conducción de los destinos del país y de la oferta de cambios con que llegó al poder.
La gestión del Frente Amplio en el Ejecutivo ha implicado concesiones, tensiones internas, negociaciones con el socialismo tradicional y una relación compleja con las expectativas generadas por el proceso constituyente fallido. Todo esto ha generado dudas sobre si ese proyecto transformador sigue vivo o ha sido absorbido por las inercias de la política institucional.
En este contexto, la candidatura de Winter aparece como una forma de sincerar ese debate: ¿hay todavía en la ciudadanía apoyo real al programa original del FA? ¿O el desencanto con la política también arrastra al proyecto frenteamplista que prometía renovarla?
La primaria puede ser, entonces, un espacio de clarificación política. No solo permitirá ordenar al progresismo y redefinir liderazgos, sino también, y quizás sobre todo, habilitará una evaluación pública del núcleo ideológico y programático que el FA representa.
Así, el FA tiene la posibilidad de poner en juego su relato fundacional y contrastarlo con otras miradas progresistas más moderadas. No se trata de una competencia meramente electoral, sino de un ejercicio de responsabilidad política: someterse al escrutinio de la ciudadanía, con todas sus luces y sombras, para saber si el Chile posestallido sigue demandando las transformaciones que el FA alguna vez prometió liderar.
Gonzalo Winter puede no ser el favorito en las encuestas, pero su candidatura cumple una función crucial en la democracia: dar representación a un conjunto de ideas que, aunque erosionadas por la experiencia de gobierno, siguen siendo parte del debate público.
Si el Frente Amplio quiere proyectarse más allá de la coyuntura, necesita este tipo de ejercicios de autenticidad. Evaluar su legado no solo en base a lo que ha hecho en el Gobierno, sino a la coherencia y la capacidad de volver a entusiasmar a un electorado que alguna vez creyó en la promesa de una política distinta.
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