
¿Un nuevo “macartismo” se apodera de Estados Unidos?
El macartismo terminó por caer por su propio peso tras injuriar al Cuerpo de Señales del Ejército, infundios que develaron las mentiras de McCarthy, sus constructos y sus métodos de intimidación. Sin embargo, sus ideas/efectos quedaron anclados profundamente en la sociedad estadounidense.
El derecho a poder pensar libremente en EE.UU. está “protegido” desde 1776 por la primera enmienda de la Constitución, la cual garantiza la libertad de expresión y de prensa, la libertad de convicción religiosa, la de asociarse pacíficamente y la de manifestarse ante el Gobierno cuando existan inconformidades. Incluso, “tú puedes criticar abiertamente al país o incluso odiar su política y seguir siendo protegido legalmente”, dice el escritor y periodista Clay Risen, autor del libro Red Scare: blacklists, McCarthyism and the making of modern America.
Sin embargo, el mismo Risen coincide con Albert Camus cuando este expresa que “el bacilo de la plaga nunca muere ni desaparece definitivamente”, apuntando al peligro de que un mal se repita. Y si bien en las primeras 10 enmiendas de la Constitución de EE.UU. (la “Carta de Derechos”) se garantiza la libertad de expresión en todas sus formas, desde su promulgación (1787) esta ha permanecido bajo un estado de amenaza latente y en más de una ocasión ha sido violada, limitando derechos y reprimiendo a quienes piensan distinto.
El dramaturgo Arthur Miller, en su obra Las brujas de Salem, relata cómo el rumor de que una joven realizó un maleficio llevó a la pacífica y pequeña localidad de Salem-Massachusetts (1692) a una histeria colectiva con acusaciones de unos a otros de brujería y que termina con la ejecución de 20 personas que en 1711 las autoridades terminaron.
Miller (citado en de Ethic) dijo que los procesos de Salem (quema de “brujas”) fueron el resultado de la implantación de una suerte de teocracia motivada inicialmente por fines “benévolos” de salvaguarda de la unidad comunitaria de Salem contra cualquier tipo de quiebre/cambio, ya sea de enemigos materiales o ideológicos-culturales, y que pudiera derivar en su parcial o absoluta destrucción. Pero las consecuencias finales escritas en la propia obra de Miller revelan lo peligrosas y dañinas que son estas cruzadas.
Al final y más allá del hecho relatado, la obra de Miller se transformó en una fuerte y punzante crítica/advertencia en contra de una de las mayores cazas de brujas (vigilancia y coacción masiva) de la historia de EE.UU.: el macartismo. El origen de esta cruzada represiva empezó a finales de los 40 en medio de la paranoia que acompañó la Guerra Fría, cuando el entonces director del FBI, J. Edgar Hoover, empleó gran parte de los recursos de la agencia para identificar, perseguir y eliminar a supuestos comunistas y espías (cualquier persona considerada disidente era acusada de espionaje) de las esferas de influencia más diversas.
Esta persecución generó una histeria colectiva aumentada por políticos, burócratas, periodistas y ejecutivos y no tardó en expandirse e impregnar a los estudios de Hollywood, la prensa, las universidades y al resto de sectores de la sociedad. Parafraseando un rayado, al final se “regaló miedo para vender seguridad y se pagó con libertad”.
Sin embargo, no fue sino hasta febrero de 1950 cuando aparece el verdadero macartismo, con el senador republicano Joseph McCarthy, quien hizo de su carrera una persecución de presuntos comunistas y que acabó hostigando y reprimiendo a numerosos intelectuales durante la administración de Harry Truman.
Para ello, establecieron la “culpabilidad por asociación”, es decir, acusar a personas que en algún punto apoyaron causas vistas como “comunistas”, léase personas que firmaron peticiones ligada al PC, que donaron dinero para los republicanos en la Guerra Civil española (una causa común del progresismo en los 30 y 40) o incluso aquellos que solo simpatizaron con causas como la diversidad/inclusión o defendieron a los perseguidos.
A todo ellos se les puso en la mira. Ahí esta, por ejemplo, el caso de “Los Diez de Hollywood”, un grupo de productores, guionistas y directores perseguidos y encarcelados por el Congreso de los EE.UU. debido a sus ideales: léase Alvah Bessie, Herbert Biberman, Lester Cole, Edward Dmytryk, Ring Lardner Jr., John Howard Lawson, Albert Maltz, Samuel Ornitz, Adrian Scott y Dalton Trumbo.
El macartismo terminó por caer por su propio peso, tras injuriar al Cuerpo de Señales del Ejército, infundios que develaron las mentiras de McCarthy, sus constructos y sus métodos de intimidación. Sin embargo, sus ideas/efectos quedaron anclados profundamente en la sociedad estadounidense (eso explica los Trump’s), reduciendo el pluralismo político a mínimos históricos y estableciendo un clima de desconfianza que acabó por hacerse crónico.
Así, ya durante la guerra en contra del terrorismo después de los atentados del 11S, EE.UU. resucitó las prácticas del macartismo con| cientos de detenciones preventivas, cárceles secretas, escuchas telefónicas y redes de espionaje, hasta la privación de derechos básicos y libertades fundamentales, como lo expresa David Cole de la U. de Georgetown en su artículo “El nuevo macartismo: repitiendo la historia en las guerras contra el terrorismo” (2003).
Sin embargo, el “bacilo de la plaga” de Camus (caza de brujas o cultura de la cancelación) ha brotado con más fuerzas tras la llegada de Trump y su MAGA a la Casa Blanca. Hay un paralelismo asombroso entre la era del macartismo de los 50 y la realidad actual de EE.UU.
Así, al cumplirse un poco más de 2 meses de la llegada del nuevo Gobierno, en la política y sociedad se ha instalado una realidad de miedos, restricciones y persecuciones, de lo que son ejemplos aquellas ligadas a la libertad de expresión cuando a la agencia AP se le niega el acceso a las ruedas de prensa de la Casa Blanca por no seguir su línea oficial en referencia al Golfo de México o se cierra la Voz de América y/o se recortan fondos a NPR (Sistema Satelital de la Radiodifusión pública) por sus noticias de no agrado de la Casa Blanca.
El profesor de Columbia, Bill Grueskin, dice que Trump está en una campaña para “socavar y obstruir al periodismo en EE.UU.” y controlar la narrativa. Premeditadamente eliminó las estadísticas oficiales para que no hubiesen datos para el escrutinio público.
Este control/censura de lo que se publica, se enseña y se dice también se ha extendido a las universidades, a las que les ha quitado subvenciones y contratos, como a la U. de Columbia, por US$ 400 millones por las protestas por los bombardeos en Gaza, “debido a su pasividad ante el persistente acoso a estudiantes judíos”; a la U. de Pensilvania por US$ 175 millones, aduciendo políticas que permiten a deportistas transgénero competir en disciplinas femeninas; o la U. de Louisville por US$ 23 millones por motivos similares, provocando que estas y otras instituciones de educación superior tengan que cortar de manera abrupta la contratación de nuevos investigadores y profesores, además de recortar la matrícula en cursos de posgrado.
Trump amenazó con recortar la financiación federal a cualquier escuela o centro de educación superior que permita protestas llamadas “ilegales” e incluso llegó a advertir que encarcelará o deportará a los estudiantes que participen en ellas (ya van 300).
Y el Departamento de Justicia anunció que “visitará” 10 universidades para recopilar información sobre las protestas y evaluar posibles castigos, Columbia y Harvard, así como las de California por sus políticas de diversidad/equidad (Berkeley, Irvine, Stanford, entre otras).
El nombramiento de Linda McMahon en el Departamento de Educación, sin experiencia previa en el Gobierno o en aula, con el solo propósito de jibarizarlo/cerrarlo, es el punto más visible del entramado trumpista para sacudir el sistema educativo estadounidense y moldearlo a partir de su visión autoritaria, conservadora y excluyente.
Ahí está la orden ejecutiva enfocada en el Instituto Smithsonian –que opera más de 20 museos y centros de investigación visitados por millones–, en la cual se ordena “eliminar la ideología inapropiada, divisiva o antiestadounidense” de los museos, centros y el Zoológico Nacional del instituto en Washington.
La actual administración también está buscando imponer una política de monolingüismo en las escuelas, lo que puede llevar a un retroceso no solo al fomentar la segregación cultural, sino que también al eliminar la universalidad al colocar al idioma inglés como la única lengua, dijo Jenifer Crawford de la Escuela de Educación Rossier de la Universidad del Sur de California (USC).
Esta cruzada ideológica/cultural conservadora/negacionista también se ha enfocado en una reducción drástica del Estado, con el doble objetivo de colocar a los suyos y privatizar servicios (y quizás generar las condiciones para un tercer período de Trump modificando la 22 Enmienda, esa que se promulgó para no repetir los 4 mandatos de Franklin D. Roosevelt).
Además de las agencias benefactoras (USAID), por ejemplo, el departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS) anunció una “drástica reestructuración” que se traducirá en la supresión de 10.000 empleos y la salida voluntaria/presionada de otros 10 mil. Incluso el principal responsable de vacunación de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), el Dr. Peter Marks, presentó su renuncia como protesta ante las “mentiras” que propaga el secretario de Salud, Robert F. Kennedy Jr. En el Departamento de Estado ya han salido más de 1.500 funcionarios usando el instrumento de retiro voluntario/forzado.
Esta ofensiva sin precedentes que ha tocado a la Justicia, bufetes de abogados e incluso ciudades (Chicago ha sido acusada de foco de criminalidad y de ciudad santuario) y Estados (Illinois fue demandado porque sus leyes interfieren con la aplicación de la normativa migratoria federal), también ha llegado a las FF.AA.
Así, Trump destituyó a Charles Q. Brown Jr. como jefe del Estado Mayor Conjunto de EE.UU. y fue reemplazado por Dan Caine, un teniente general retirado de la Fuerza Aérea, de menor rango, que probablemente necesitará una exención para desempeñar el puesto, ya que no reúne los requisitos. El secretario de Defensa, Pete Hegseth, por otro lado, removió de su cargo a la almirante Lisa Franchetti, primera mujer en liderar la Marina, y a los principales abogados del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea.
Por último, entre muchas otras acciones punitivas, el Ejecutivo firmó una orden ejecutiva para eliminar el “radicalismo de género en el Ejército” (defensores de los derechos transexuales dicen que hay hasta 15 mil miembros transgénero en servicio).
La historia nos demuestra que solo es necesario un enemigo incierto, sean estudiantes o emigrantes, una suerte de fantasma merodeador e impreciso recordando ese Salem de 1711, para que se vuelva a desatar la histeria colectiva y se cercenen las mismas libertades civiles e individuales que la Constitución garantiza (hoy no hay privacidad de los documentos de identidad e incluso de los celulares).
Más allá de algunos intelectuales y artistas que están emigrando, por suerte y tal como encontró resistencia el macartismo original en hombres como el periodista de la cadena CBS, Edward R. Murrow, hoy empieza a levantarse una contraargumentación (voz) en políticos no solo como B. Sanders u O. Cortez (también en senadores republicanos), la prensa, en jueces y en empresas como Walmart, la que invertirá en México US$ 6.000 millones. EE.UU. tiene materia prima y capacidad para detener este nuevo macartismo, igual que Chile con sus versiones domésticas (los KK y algo E. Matthei).
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