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El aire que respiramos, el sueño que perdemos y la mente que sufre Opinión

El aire que respiramos, el sueño que perdemos y la mente que sufre

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Juan Carrillo Azócar
Por : Juan Carrillo Azócar Médico - cirujano por la Universidad de Concepción. Director Departamento de Sueño, Asociación Latino Americana de Tórax (ALAT). Máster en Medicina y Fisiología del Sueño. Magister (c) en Salud Pública.
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La próxima vez que te sientas inexplicablemente ansioso o que pases una noche en vela, quizás deberías preguntarte no solo qué te preocupa, sino también qué has estado respirando. El derecho a respirar aire limpio es también el derecho a soñar en paz y a despertar con claridad mental.


Anoche, mientras intentaba conciliar el sueño, el ruido de los coches y el aire viciado que entraba por mi ventana me hicieron reflexionar sobre una realidad que nos afecta a todos, pero que rara vez conectamos: respiramos aire contaminado, dormimos mal y nuestra salud mental se deteriora. Un triángulo invisible de malestar que está silenciosamente minando nuestra calidad de vida.

No es casualidad que en las grandes ciudades proliferen tanto los purificadores de aire como los ansiolíticos y las aplicaciones para dormir. Estamos tratando los síntomas de manera aislada, sin reconocer que forman parte de un mismo problema sistémico.

La ciencia ya ha establecido estas conexiones. Estudios recientes demuestran que las partículas contaminantes no solo dañan nuestros pulmones, sino que atraviesan la barrera hematoencefálica, causando inflamación cerebral.

Estas mismas partículas alteran nuestros patrones de sueño, provocando despertares frecuentes y reduciendo las fases más reparadoras. Y sabemos bien que una noche de insomnio es la antesala perfecta para la irritabilidad, la falta de concentración y, a largo plazo, la ansiedad y la depresión.

Me pregunto cuántos diagnósticos de trastornos del estado de ánimo tienen su origen, al menos parcialmente, en el aire contaminado que respiramos día tras día. ¿Cuántos tratamientos psiquiátricos podrían complementarse con políticas ambientales más estrictas?

Lo más perturbador es que este problema afecta de manera desproporcionada a los más vulnerables. Los niños, cuyos cerebros están en desarrollo, absorben estos contaminantes con efectos potencialmente irreversibles. Los ancianos, cuyo sueño ya es naturalmente más frágil, ven cómo la contaminación fragmenta aún más sus noches. Y qué decir de quienes viven en barrios marginales, donde la calidad del aire es peor, las viviendas menos aisladas y el acceso a servicios de salud mental más limitado.

Recuerdo a mi abuela, que vivió toda su vida en un pequeño pueblo costero, comentando lo bien que dormía con “el aire limpio del mar”. Pensaba que era una de esas expresiones de la sabiduría popular sin fundamento científico. Hoy sé que tenía razón.

No podemos seguir fragmentando nuestra comprensión de la salud. El aire que respiramos, el sueño que disfrutamos y la salud mental que mantenemos son partes interconectadas de un mismo sistema. Cuando contaminamos el aire, estamos también contaminando nuestro descanso y nuestro bienestar psicológico.

Las soluciones individuales son insuficientes. Podemos comprar purificadores, tomar melatonina o acudir al psicólogo, pero mientras no abordemos el problema desde su raíz –con políticas ambientales más estrictas, ciudades diseñadas para las personas y no para los coches, y un sistema de salud que reconozca estas interconexiones–, seguiremos poniendo parches a un problema estructural.

La próxima vez que te sientas inexplicablemente ansioso o que pases una noche en vela, quizás deberías preguntarte no solo qué te preocupa, sino también qué has estado respirando. El derecho a respirar aire limpio es también el derecho a soñar en paz y a despertar con claridad mental. Un derecho que, en pleno siglo XXI, deberíamos poder dar por sentado, pero que millones de personas en todo el mundo ven vulnerado cada día. Y eso, más que hacernos perder el sueño, debería hacernos despertar.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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