
Las guerras en África y los efectos de la consolidación del nuevo sistema internacional
Si hace algunos años estos conflictos armados en África concitaban la atención y algún tipo de medida multilateral, al menos en el plano de la asistencia para los refugiados y ayuda alimentaria, hoy son ignorados por las principales potencias.
Mientras el mundo se sacude por los efectos de la enorme alza arancelaria decretada unilateralmente por Donald Trump (respecto de lo cual comentaremos en una próxima oportunidad) y cunde la justificada preocupación por sus efectos, no solamente en lo económico, en África millones viven un infierno en medio de guerras cruentas e interminables.
Y esas situaciones, de por sí de un horror y sufrimiento indecibles, están empeorando de la mano del desmantelamiento del orden mundial y de su institucionalidad, así como por efecto del nuevo motor indiscutido y crudo de las relaciones internacionales: el interés nacional fundado en el poder duro.
Dentro de los varios conflictos que asolan al continente africano, por su ferocidad y efectos destacan las guerras civiles en Sudán y en el Congo.
En el caso de Sudán, el conflicto se remonta al fin del Gobierno del presidente autoritario Omar Al-Bashir, en 2019. Su caída generó la ilusión de un proceso democratizador impulsado por amplias movilizaciones. Al-Bashir fue sucedido por un consejo de transición dirigido por civiles al que se integraron las fuerzas armadas encabezadas por el general Al-Burhan, quien había sido el segundo hombre de Al-Bashir, así como algunas milicias, destacando las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), lideradas por Mohamed Hamdan Daglo, conocido como “Hemeti”.
Pero, en octubre de 2021, los estamentos armados organizaron un golpe de Estado y Hemeti se convirtió en segundo de Al-Burhan. Pronto, sin embargo, los dos comandantes tuvieron diferencias acerca de la estructura y jerarquía de un ejército conjunto. Hemeti se negó a integrar su milicia en el ejército nacional y, en abril de 2023, se desencadenó una abierta lucha por el poder entre ambos, inaugurando la guerra civil en todo el país.
Lamentablemente y desde el inicio se sumaron actores externos al conflicto, por intereses económicos o estratégicos en el país. Al-Burhan ha sido respaldado por Irán, Egipto y Arabia Saudita, mientras Hemeti ha contado con el apoyo de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), aunque ese país lo desmiente.
Por su parte, Rusia ha cambiado su posición. Aunque partió apoyando a Hemeti, pasados algunos meses se enfocó en Al-Burhan.
¿Qué motiva estos apoyos? Egipto, país vecino al norte, considera que Al-Burhan podría otorgar más estabilidad tanto por su experiencia como porque representa la poca institucionalidad que subsiste en Sudán. Arabia Saudita por su parte favorece también a Al-Burhan, porque encarna una visión más conservadora del islam. Emiratos Árabes Unidos aporta por el contrario a Hemeti por el control que este tiene sobre importantes minas de oro y otros minerales.
En cuanto a Rusia, su objetivo es más geoestratégico. El motivo es contar con un centro logístico en la ciudad de Puerto Sudán, el principal puerto del país, que será transformado a largo plazo en una base naval. La base sería un trampolín de Rusia hacia África y, además, tendría también presencia en el Mar Rojo, una de las rutas marítimas más importantes del mundo por el canal de Suez.
La lucha por el poder entre ambos líderes ha sumido a Sudán en lo que probablemente sea la mayor crisis humanitaria actual a nivel mundial, con casi nueve millones de desplazados internos y más de tres millones de personas que han buscado protección en países vecinos. A eso se suma una hambruna que afecta a millones y una violencia sistemática ejercida por las partes, que incluye matanzas indiscriminadas de civiles, violaciones masivas y abuso y asesinato de niños. Ambos bandos están acusados de crímenes de guerra.
Ha habido varios intentos de poner fin al conflicto, pero todos han fracasado, tanto por las posturas irreconciliables de las partes como por los intereses extranjeros que apoyan la prolongación del conflicto.
Sudán ya es un Estado enormemente debilitado, que se está convirtiendo cada vez más en un juguete de intereses extranjeros. Su fragmentación y la perspectiva de que ninguna de las partes está en condiciones, al menos en el corto plazo, de hacerse del control de todo el territorio, alienta la posibilidad de una desintegración a imagen y semejanza de otros Estados de la región, como Somalia.
Adicionalmente, la guerra interna en Sudán estimula otros conflictos, como lo que parece ser una nueva guerra civil en Sudán del Sur, donde el presidente y el vicepresidente y sus bandas armadas están en una escalada en un enfrentamiento que puede volver a sumir al país en el sangriento conflicto interno que se desarrolló entre 2013 y 2020.
En la República Democrática del Congo existe un conflicto que se arrastra por más de 30 años desde el genocidio tutsi en Ruanda, en lo que se conoce como la zona de los grandes lagos, en el este del país.
En el centro de la crisis actual está el resurgimiento del grupo rebelde M23, liderado por personas de la etnia tutsi. Este grupo armado en 2012 tomó la ciudad de Goma, pero fue expulsado por el Ejército congoleño y las fuerzas de la ONU en 2013. El M23 retomó las armas en 2021, alegando que protegía a la población tutsi del este del Congo de la discriminación y la violencia. El M23 desde su génesis ha contado con el apoyo del gobierno tutsi ruandés, el cual se ha intensificado en los últimos años.
El M23 hace algunos meses volvió a capturar Goma y otras ciudades del área, generando la huida de más de un millón y medio de personas.
La República Democrática del Congo es rica en recursos naturales, entre ellos, metales y minerales como el oro, el estaño, el coltán y tierras raras, esenciales para las manufacturas tecnológicas.
En la actualidad, hay más de 100 grupos armados diferentes que buscan asegurar su posición en el este del país. Los esfuerzos por pacificar la región, incluido un acuerdo de paz entre la República Democrática del Congo y los rebeldes del M23 firmado en 2013 en Nairobi, han fracasado una y otra vez. Esto incluso a pesar de la intervención de fuerzas de diversos países africanos que han constituido contingentes para apoyar al gobierno congoleño y pacificar al país.
El conflicto ha desplazado internamente a más de 7 millones de personas y se han perpetrado atrocidades generalizadas, como masacres, violencia sexual y reclutamiento de niños soldados.
Al igual que en Sudán, la razón de la extensión del conflicto se debe a la injerencia externa. Encabeza esa intervención Ruanda, la cual estaría incluso participando con personal propio. La causa de su involucramiento tiene su origen en el genocidio ruandés de 1994, durante el cual 800 mil personas, principalmente de la comunidad tutsi, fueron masacradas por extremistas de etnia hutu.
El genocidio terminó con el actual presidente de Ruanda, Paul Kagame, en el poder al frente de una fuerza de rebeldes tutsis. Muchos hutus huyeron entonces a través de la frontera con la República Democrática del Congo.
Kagame ha reclamado la necesidad de neutralizar a las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR), un grupo rebelde hutu que opera en el este de la RDC y que amenaza la seguridad de Ruanda.
Pero el gobierno congoleño acusa a Ruanda de utilizar el conflicto como excusa para explotar sus recursos naturales, especialmente en las zonas controladas por el M23.
Uganda, al igual que Ruanda, también ha sido acusada de respaldar a grupos armados en el este del Congo, aunque igualmente lo ha negado.
Esta guerra civil también puede derivar en una crisis regional más amplia y, como en Sudán, podría en la práctica terminar fraccionando más o menos en forma permanente al país.
Si hace algunos años estos conflictos concitaban la atención y algún tipo de medida multilateral, al menos en el plano de la asistencia para los refugiados y ayuda alimentaria, hoy son ignorados por las principales potencias. Además, la ayuda internacional financiada en gran parte por esas mismas potencias y especialmente por Estados Unidos, se ha reducido drásticamente y no se ve que vaya a recuperarse.
El panorama es oscuro y millones están siendo abandonados a su suerte y a la decisión de los señores de la guerra. Y si algún país interviene no es en la mayoría de los casos por auxiliarlos, sino para extraer sus recursos o posicionarse mejor geopolíticamente.
La Carta de las Naciones Unidas y el espíritu que la impulsó solo van quedando en un texto muerto, o al menos así parece. Es que el ser humano es el único que tropieza innumerables veces con la misma piedra.
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