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La pequeña ayuda de mamá Opinión Archivo

La pequeña ayuda de mamá

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Marcos Vergara
Por : Marcos Vergara Académico Escuela de Salud Pública UCh
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Salubristas de Chile, henos aquí frente a un problema epidemiológico que hace mucho que sabemos que existe, pero que una serie de MAX nos ha hecho evidente.


Cuando Roche introdujo el Valium en el mercado farmacéutico en los sesenta (el diazepam, la primera benzodiazepina), se desencadenó en USA y Europa un consumo masivo de la píldora en mujeres que de esta forma tomaban razonable distancia de los hechos que cotidianamente las agobiaban. Los Rolling Stones, lúcidos frente al asunto, compusieron y editaron la canción Mother’s Little Helper, donde Brian Jones (q.e.p.d.) toca innovadoramente la cítara, canción que se presentó a público en un single y en el álbum Aftermath, en 1966.

La canción denuncia, de manera irónica y mordaz, estos niveles de consumo de la píldora por parte de las madres. Hace unos años compré en el paseo Las Palmas una cajita de metal para transportar pastillas (todavía la uso) con la denominación Mother’s Little Helper y la figura de una madre norteamericana de la época portando la bandeja con un pavo dorado el Día de Acción de gracias. En un borde de la cajita dice “BETTER LIVING through CHEMISTRY”.

Bien. Todo esto tiene que ver con que la serie de MAX, The White Lotus, ha puesto de moda el asunto por el desenfrenado consumo de las píldoras de mamá que hace uno de los protagonistas, cuando conoce que su negocio se ha derrumbado. De este modo, el tipo se pone a distancia de esta realidad donde su mundo, sin que su familia lo sepa, se desmorona, mientras se pasan unos días en un sofisticado hotel en Tailandia. Para ello el sujeto se deshace de su celular, fuente de las peores noticias, y roba las píldoras a su mujer.

De lo anterior deriva que se nos advierta en la prensa escrita de los niveles de consumo de estas pastillas, hoy perfeccionadas, como lorazepam, clonazepam, alprazolam, midazolam, flurazepam, temazepam, estazolam, lormetazepam, medazepam, por ejemplo, y se pone en evidencia una adicción generalizada en la comunidad asociada al consumo de estas drogas. Entonces, déjenme decirles algo.

Fui médico rural a comienzos de los 80, recorriendo las postas de la comuna de Melipilla, en aquel entonces recientemente traspasadas a la administración municipal, y me consultaban las damas de tales comunidades, gente de campo, por razones diversas y muchas veces incomprensibles y cuando habiéndoles recetado paciencia y pañuelo, al final me decían: “Doctor, ¿y no me va a dar mi diazepam?”, “si no, ¿cómo aguanto al viejo, que llega todos los días curao y ganoso?”. Entonces, como mis colegas de la época, contribuí a que estas damas tuvieran un mejor vivir, gracias a la química.

Consciente del problema y como académico estuve interesado en conocer los volúmenes de consumo de diazepam en la comunidad en la década de los 80, que fue la década en que me desempeñé como médico tratante, para lo cual intenté obtener data de la Central de Abastecimientos (Cenabast), que era la agencia proveedora nuestra por aquel entonces.

Habría bastado con saber de los volúmenes de diazepam despachados por año para haber configurado un índice de consumo per cápita, en la hipótesis razonable de que todo lo despachado por Cenabast era finalmente consumido. No fue posible obtener la información, pero presumo que los consumos deben hacer sido, en esa década y después, enormes.

Ahora, 45 años después, nos corresponde –como decía mi abuelita– poner el grito en el cielo. Es como la sorpresa que nos ha causado constatar algo que con nociones de demografía ya sabíamos, que nos estábamos envejeciendo aceleradamente, lo que entre otras cosas explica por qué las proyecciones de José Piñera se quedaron tan cortas. Entonces, salubristas de Chile, henos aquí frente a un problema epidemiológico que hace mucho que sabemos que existe, pero que una serie de MAX nos ha hecho evidente. La pequeña ayuda de mamá.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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