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El eterno retorno neoliberal Opinión

El eterno retorno neoliberal

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¿Por qué estos indisimulados contrasentidos? Pensé, “pero, ¿de qué me sorprendo si estamos en un régimen neoliberal, económicamente desde 1975, culturalmente desde 1979 y socialmente desde 2000?”.


El intento de venta al Estado de la casa de Salvador Allende, por herederos que ocupan cargos públicos en el Estado, en casi mil millones (desde un avalúo fiscal de 513 millones), es un tema particularmente delicado, pues traiciona principios profundos del propio Allende, específicamente presentes en aquella frase que expresó el 5 de noviembre de 1970, en su primer discurso como Presidente, citando a Fidel Castro: “En este Gobierno se podrán meter los pies, pero jamás las manos”.

Esto no debería sorprendernos en demasía, porque hay distintas formas de meter las manos y mostrar inconsecuencia doctrinaria. Ya el año 2014 miles de estudiantes fueron dejados en el aire al retirarse el Partido Comunista (ONG ICAL y Ediciones ICAL limitada) de la Universidad Arcis, que controlaba, cuando esta atravesaba momentos económicamente críticos, lo que estableció públicamente nada menos que su imagen saliendo de esa forma, y no de otra, del negocio de la educación superior.

En tiempos más cercanos, en julio del 2021, una acción realizada en el marco del funcionamiento de la Convención Constitucional, que redactaría la nueva Constitución para reemplazar la de 1980, encendió particularmente mis alarmas: el aumento de sus “asignaciones”, de fondos para personal de apoyo, viáticos, gastos operacionales, etc., de poco más de 2 a 3,9 millones de pesos.

Se puede argumentar, con justa razón, que lo que estaba en juego lo ameritaba, nada menos que concretar el Acuerdo por la paz social y la Nueva Constitución del 14 de noviembre de 2019, que permitió proyectar factualmente la esperanza que lo generó. Nadie pareció notar la deslegitimación que ello podría generar en la instancia constitucional.

Parecía no pensarse en que esta falta de austeridad –los almuerzos se calculaban a un costo en 12 mil pesos cada uno– se realizaba en momentos en que el pueblo más desvalido llegaba en algunas poblaciones a organizar ollas comunes, es decir, en que existían “personas en situación de hambre”, y que estos montos equivalían a 10 o 12 veces el sueldo mínimo (finalmente se gastaron 22 mil millones en un año de funcionamiento).

En medio del cálculo político y delirio ideológico existía un consenso narcotizante que impedía percibirlo, y tomar conciencia de que por los más desvalidos era precisamente que se realizaba la Convención, para ausentar, por ejemplo, la subsidiariedad de la Constitución, base ideológica de la existencia de las isapres.

¿Por qué estos indisimulados contrasentidos? Pensé, “pero, ¿de qué me sorprendo si estamos en un régimen neoliberal, económicamente desde 1975, culturalmente desde 1979 y socialmente desde 2000?”. La gravedad radica en saber que el neoliberalismo apunta a la felicidad conseguida por la acción personal que mira al propio individuo en sus múltiples apetitos, ignorando los requerimientos de quienes en la comunidad carecen de un mínimo para su desarrollo.

También, en que su consolidación había dejado atrás a anteriores ideologías que, pese a que podían conducir al pensamiento fanático, al menos, situaban en la comunidad su mirada redentora, importando entonces obreros y campesinos.

¿Qué había pasado? Sin darnos cuenta, el capitalismo neoliberal escaló al cuerpo emocional –sentimiento y cultura, psicofisiológicamente integrados en planos no conscientes, constituidos en memoria– desde varias direcciones, otorgando un ropaje a las anteriores ideologías comunitarias que terminó por desvestirlas completamente.

Recordé a Adrian Scribano, quien expresaba que este capitalismo no actúa ni directa ni explícitamente como intento de control, ni profundamente como proceso de persuasión focal sino casi desapercibidamente, en la porosidad de la costumbre, en los entramados del común sentido, en las construcciones de las sensaciones que parecen lo más íntimo y único que todo individuo posee en tanto agente social.

En este proceso, los 30 pesos que gatillan el “octubrazo” sobre la base de la ira y de la esperanza, son la punta de un iceberg que tardó más de 40 años en formarse, completando financieramente el anhelo de los Chicago Boys y del gran capital pero, también, lesionando definitivamente el sentido político de comunidad solidaria antes existente.

Ello se inicia cuando en la democracia post-Pinochet se comenzaron a extraviar elementos necesarios para una equilibrada vivencia emocional comunitaria, pues, en momentos en que el Gobierno lo defiende en Londres –hecho de silencioso y devastador impacto simbólico–, los partidos políticos ya son percibidos como una élite que profita de privilegios injustos, debilitándose los vínculos afectivos con el orden político nacional.

Pero es un todo social el que acontece influyendo el entonces relativamente inmaculado ethos político de gobernantes y gobernados. La educación formal de los jóvenes, que décadas después alcanzarían el Gobierno, se centró en fortalecer sus habilidades de estudiantes, preparándolos para competir individualmente en el mercado, lo que les dificultó alcanzar un desarrollo propio en función de parámetros subjetivos y/o comunitarios fuera del cálculo económico.

A ello se suma su educación informal, primero, en una familia crecientemente televificada, informatizada, consumista, que trabaja no para vivir sino que vive para trabajar, siendo afectada por la desregulación del ordenamiento generado por el mercado y desmovilización social, que debilita su rol en la búsqueda de la seguridad.

Segundo, en una sociedad que se torna heterogénea, fragmentada y desconcertada frente a un incremento de expectativas de bienestar, comenzando las personas a evaluar las soluciones públicas solo desde el prisma del interés individual o familiar.

Tercero, en la observación de prácticas políticas públicas que muestran múltiples y poco edificantes ejemplos de quienes se sirven del poder en beneficio propio. Además, una mayor cordura socialmente perceptiva y generosa con el Otro va a ser afectada cognitivamente por una prensa que expone, en no poca medida, prácticas pseudopolíticas con elementos propios de farándula –algunos de cuyos miembros llegarían al Congreso–.

También, desde la aptitud para vivir, influyen desequilibrios visibles generados por la aparición de formas de evasión –y de felicidad posible–, estimuladas por la muy neoliberal práctica del consumo, que se desarrolla como adicción: de ropa, espectáculos masivos, alimentos –“comida chatarra”– que conduce a una masiva obesidad, fármacos, drogas –siendo la marihuana, base del narcotráfico, la “droga buena”–, alcohol, tecnología de información…

Este desarraigo social debilita lentamente el Nosotros, comenzando a vivirse en la indolencia por el desposeído. Desde antes del 2010 sus efectos son perceptibles: colegios que se inundan; diferencias crecientes en el puntaje en las pruebas de selección universitaria en establecimientos privados y municipalizados; aumento del número de jubilados que deben seguir trabajando para sobrevivir –mientras miembros de las FF.AA. lo hacen con montos equivalentes al 90% de sus sueldos normales, y los expresidentes obtienen pensiones equivalentes a 34 sueldos mínimos mensuales–.

También, enfermos que mueren en salas de espera de los consultorios, o cuyas operaciones nunca se realizan; fármacos, pollos y hasta papel higiénico de precios muy altos, debidos a colusión monopólica de sus industrias; peajes con montos demasiado elevados en carreteras concesionadas a privados –con penas del infierno si hay atraso en los pagos–; excesivas tasas de interés de las tarjetas de crédito por las prácticas financieras de empresas de retail.

Además, alto costo del agua, cuya propiedad se privatiza; construcción de viviendas defectuosas por parte del Estado; quiebra económica y notorias deficiencias académicas de universidades; padecimiento cotidiano de una delincuencia que el Estado no es capaz de controlar; precarización del trabajo al aplicarse el sistema de subcontratación de servicios…

Pero la debilitación simbólica del Nosotros se refleja también en los privilegios que se otorgan y en abusos que cometen quienes están en el poder, algunos ya mencionados: determinan bajos impuestos a los quintiles de altos ingresos y a empresas mineras, pesqueras o forestales; privatizan los recursos del mar por medio de una Ley de Pesca, para cuya redacción se pagaron coimas a parlamentarios (Corpesca); se conceden a sí mismos altos sueldos diputados y senadores (se llegó a cuarenta veces el sueldo mínimo); usan para necesidades personales fondos públicos oficiales del Ejército (Ley Reservada del Cobre, 6 mil millones) y de Carabineros (35 mil millones); financian ilegalmente campañas políticas (casos Penta y SQM).

La Fundación Democracia Viva, del Frente Amplio, de la coalición de gobierno, pacta un convenio entre personas vinculadas –que carecen de los requisitos exigidos para adjudicarse el programa asignado–, destinando el 66% de los recursos al pago de sueldos; la Municipalidad de Santiago intenta comprar la “Clínica” Sierra Bella por montos muy superiores (8.252 millones) a su tasación comercial (2.232 millones), y en la de Recoleta, en el caso “farmacias populares”, el Ministerio Público acusa de cinco delitos: administración desleal, estafa, cohecho, fraude al fisco reiterado y delito concursal.

Los múltiples casos de corrupción municipal (por ejemplo, de los alcaldes de derecha de Maipú y Lo Barnechea) llevan a que el CDE presente querellas en el 40% de las comunas del país…

Se transitó a un laissez faire, laissez passer en el quehacer de la política, en que ni forma ni el fondo confluyen, posibilitando que elegidos y electores perpetúen un sistema cruel con el desvalido. Los ven, pero los parámetros emocionales neoliberales –y sus propias ideologías y comunidades emocionales políticas en que circulan– les impiden internalizarlos con virtud emocional de fraternidad genuina.

Solo utilizan su sufrimiento social como eslogan político. Así se comprende que posterguen por décadas las reformas de pensiones, de salud, el cambio de Constitución, y tantos etcéteras, que estos necesitan. Por supuesto, se promete incansablemente realizarlas, y hasta algo de dolor existe al respecto. Todos se quejan, pero, en el voto eleccionario gobernantes y gobernados se vuelven a encontrar –y los últimos a someter–, con una ira resignada algunos.

Es parte del eterno retorno neoliberal en que estamos situados emocionalmente, que se ha constituido en un problema histórico que se soluciona solo en tiempos históricos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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