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Tragedia en el estadio: un minuto de silencio Opinión Agencia Uno

Tragedia en el estadio: un minuto de silencio

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Francesco Penaglia
Por : Francesco Penaglia Académico departamento de Política y Gobierno Universidad Alberto Hurtado
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El panorama es oscuro y el jueves 10 de abril de 2025 cobró dos víctimas que acudían a lo que debiera ser una fiesta popular. ¿Quién responde por ello?


El jueves 10 de abril de 2025 quedará marcado como un día triste. Lo que debía ser una fiesta de Colo Colo jugando Copa Libertadores a días de su centenario, se transformó en una de las jornadas más oscuras del fútbol chileno, cuyas consecuencias deportivas aún están en vilo.

La muerte de una joven de 18 y un niño de 12 años –que tienen nuevamente en el ojo el actuar de Carabineros–, desnuda un problema que se ha prolongado por décadas y que ha dado todo tipo de alertas.

De la violencia asociada al fútbol se ha escrito mucho, tanto a nivel nacional como internacional, pero el problema que tiene el balompié chileno, además de ser sistémico y terminal, parece no tener una clara solución por tres grandes razones.

En primer lugar, estamos en presencia de un fenómeno social complejo. Y es que desde los años 90 se viene describiendo la expansión de una crisis a nivel social, provocada por el avance de una subjetividad neoliberal que ha hecho de extensos segmentos de la población individuos fragmentados, anómicos, apáticos y narcisistas, que no pueden velar más que por sus propios intereses inmediatos.

Esos grandes segmentos lumpenizados son el fracaso del modelo. Sin haber recibido una educación, sin acceso a la prometida movilidad, sin posibilidad de vivienda ni salud, despojados de sus redes e identidad comunitarias, familiar o de clase, viven buscando “salvarse”, actuando sin mediar nada más que sí mismos.

Sin empatía y con actitudes fascistas imponen por la fuerza sus deseos: microtraficando, haciendo un funeral narco de días tirando fuegos artificiales en la cabeza de sus vecinos; poniendo la música a todo volumen; disparando contra una reportera en una marcha del 1 de mayo o apuñalando a un joven en la marcha del 11 de septiembre, porque los desórdenes que él no organiza le molestan; secuestrando una micro para ir al estadio; saqueando el almacén de una persona humilde; o yendo al estadio sin entrada para hacer una avalancha.

En segundo lugar, tenemos una industria del fútbol que es el reflejo del neoliberalismo chileno. Un negocio desregulado, controlado por empresarios que no saben del tema y no les interesa, con un Consejo de Presidentes en el que abundan clubes de representantes que solo quieren triangular jugadores, vender lo más rápido y con la mínima inversión posible (como hacen con el extractivismo).

Además, con un mercado altamente concentrado y no transparente –ya que no se conoce la propiedad real de muchos clubes–; con dueños que esperan hacer la “pasada”, porque han hecho sus fortunas del mismo modo en distintos mercados… y mal no les fue, algunos llegaron a ser presidentes y les quieren poner estatuas.

A esos empresarios no les importa el fútbol, muchos clubes viven solo de los derechos de televisión y, entonces, da lo mismo invertir en planteles, en divisiones menores, en infraestructura, ni hablar de seguridad y la experiencia para el hincha.

Todo ello es un gasto –en vez de inversión–, para ellos ojalá se juegue lo menos posible (menos viajes y gastos), tampoco importa mucho si va gente al estadio, total el negocio para los equipos chicos se mantiene con los derechos de televisión, por lo tanto, el único esfuerzo del año –o de los pocos meses que se juega– está en mantener la categoría.

Si no se logra, siempre se puede ir a la Justicia y denunciar a otro club pidiendo la desafiliación o sanciones (como se ha hecho recurrente). Este grupo de empresarios se comportan exactamente igual que el lumpen, pero usan corbata, estudiaron en buenas universidades y viven en zonas exclusivas.

Por último, tenemos un Estado en crisis hace más de una década, que hace agua por distintos lados y que se encuentra bloqueado y paralizado. Este Estado –y sus tres poderes– está descompuesto (no solo en Chile).

Con un Poder Judicial que luego del caso Hermosilla ha quedado desnudo, dejando en evidencia que el poder real transcurre por lugares desconocidos.

Con un Poder Ejecutivo sin capacidad de acción, que en los últimos cuatro gobiernos se ha mantenido con altas tasas de desaprobación y gobiernos de minoría, sin capacidad de articulación y con poca capacidad de conducción. Gobiernos que intentan responder a una muy variable agenda pública, pero llegando siempre tarde.

Finalmente, un Poder Legislativo enfrascado en dimes y diretes que a nadie le importan, en polémicas baratas, en gustitos personales. Con un Parlamento hiperfragmentado, con diputados y senadores que responden a sus propias agendas, que votan contra sus partidos, que son electos por una coalición y se cambian a otra durante su mandato y que, en un marco de crisis, están más preocupados de generarle un daño al partido adversario para cuidar su boliche.

¿Y entonces cómo esperamos que se solucione este problema? ¿Confiando en que espontáneamente los segmentos lumpenizados de la sociedad se den cuenta y decidan autocontrolarse? ¿Esperando que la ANFP, con su presidente fantasma, decida reestructurar el fútbol chileno? ¿O que un Estado paralizado, que ha sido incapaz de controlar los toldos azules, los funerales narcos, la colusión empresarial, el control de aduanas y un largo etcétera, intervenga en una actividad privada y haga un plan para revivirlo?

El panorama es oscuro y el jueves 10 de abril de 2025 cobró dos víctimas que acudían a lo que debiera ser una fiesta popular. ¿Quién responde por ello?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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