
Ch.ACO, la feria de arte que no “despega” luego de 15 años
Entre una imagen publicitada a lo grande y una realidad desprovista de sustento, el desafío consiste en reinventar un modelo que, desde sus cimientos, permita la emergencia de un mercado de arte sólido y plural.
Las ferias de arte surgieron como el nodo entre economía y cultura, donde se cruzan intereses simbólicos y comerciales, y donde el arte deja de ser únicamente contemplación para transformarse en mercancía. Lo que comenzó como encuentros entre galerías y coleccionistas se ha convertido en un dispositivo central del sistema artístico global. Art Basel, Frieze o ARCO no solo venden obras, también venden tendencias, visibilidades, posicionamientos geopolíticos y validaciones institucionales. En este paisaje, las ferias no son meras vitrinas, sino un escenario donde se juega el presente y futuro de los mercados del arte contemporáneo, con todas las críticas que esto involucre para muchos/as.
En Latinoamérica, este fenómeno se acrecentó durante los años 2000, con la aparición de ferias en Bogotá, Lima, Buenos Aires, Ciudad de México y Santiago. En el caso chileno, Ch.ACO (Chile Arte Contemporáneo) nació en 2009 con la ambición de convertirse en una feria profesional, internacional y de referencia. Hoy, tras quince años de funcionamiento, cabe preguntarse honestamente: ¿ha cumplido, o ha acrecentado su posición nacional e internacional? La respuesta es no. Entonces, hay que replantearse si es posible construir un mercado del arte sólido en un país como Chile.
Ch.ACO, la propuesta chilena de arte contemporáneo, surgió con la ambición de ser la carta de presentación de un país en busca de posicionarse en la escena internacional. Pero tras 15 ediciones, la feria se muestra como un reflejo de una industria que, en lugar de consolidarse, se desborda en contradicciones. Si bien las ferias globales, con sus pro y contras, se han convertido en vitrinas de logros donde las exhibiciones, las convocatorias y las negociaciones son una estrategia unificada, Ch.ACO se enfrenta a un destino muy distinto, donde el espectáculo se disuelve en cifras infladas y promesas incumplidas.
A lo largo de sus ediciones, se ha evidenciado que la experiencia de Ch.ACO no trasciende la simple exposición de obras. El relato institucional se llena de números grandilocuentes sobre asistencia y ventas, cifras que, en el fondo, carecen de verificación y terminan siendo un mero montaje para sustentar una narrativa de éxito. Así, el relato oficial se enfrenta a las duras críticas de galeristas y “críticos/as”, quienes denuncian la desconexión entre la promesa comercial y la realidad de un supuesto mercado chileno.
Entonces, la pregunta inevitable es: ¿hay mercado del arte en Chile? La respuesta parece inclinarse hacia lo negativo. El ecosistema artístico nacional se encuentra fragmentado, con coleccionistas limitados a círculos reducidos y una escasa cultura del coleccionismo. Sin un verdadero mercado que respalde la actividad, el propósito mismo de la feria se tambalea. Las galerías, en su mayoría, no logran recuperar los altos costos de participación, lo que convierte a Ch.ACO en un ejercicio de visibilidad mediana, o baja, más que en un generador de negocio, en el amplio sentido, para los/as artistas y galeristas.
Las reflexiones en torno a este fenómeno adquieren mayor relevancia al poner en perspectiva el surgimiento de las ferias de arte a nivel mundial. Desde los comienzos de las ferias de arte, se ha buscado crear espacios donde el arte pueda dialogar con el público y, a la vez, encontrar un nicho en el exigente mundo del coleccionismo. Sin embargo, el desarrollo de estos eventos requiere de una estructura profesional y transparente, algo que Ch.ACO aún no ha logrado consolidar. El debate sobre el futuro de la feria (eventualmente no solo Ch.ACO) nos empujaría a pensar en la profesionalización real en estos asuntos, para que estos encuentros no se conviertan solo en simulacros de éxito.
La crítica no se limita únicamente a la esfera comercial. En el núcleo del problema se encuentra una gestión interna cuestionable, marcada por denuncias de maltrato y precarización laboral. Los trabajadores de la feria que, a lo largo de varios años, han trabajado sin contrato, se han enfrentado a condiciones inaceptables y a una estructura organizacional que parece más interesada en mantener una imagen que en cuidar a su equipo. Esta situación no solo compromete la credibilidad del evento, sino que también pone en entredicho la ética de una feria que pretende ser parte relevante del estado del arte contemporáneo chileno.
Es inevitable preguntarse si el camino adoptado por Ch.ACO es sostenible en el tiempo. El debate sobre si es necesario o no este tipo de feria en Chile se torna aún más urgente cuando se contrasta la experiencia local con la de otros países de la región. Mientras que en capitales como Bogotá, Lima o Ciudad de México se ha logrado dinamizar el mercado del arte a través de propuestas “emergentes” y una apertura a nuevos públicos, en Chile persiste una especie de letargo estructural que ha impedido ver la mirada en el posicionamiento e inscripción del arte de un país en el mundo para, principalmente, atraer coleccionismo internacional (recordemos que estamos hablando de una feria de arte, por ende, su principal objetivo es la venta). La estrategia de “marca país” resulta insuficiente para reestructurar un ecosistema en el que, sin duda, se requiere de revisiones estructurales, que articulen de forma coherente las demandas de los/as galeristas, artistas y coleccionistas.
Una reflexión indispensable es la necesidad de una autocrítica profunda. La reducción práctica de exponer, convocar y vender, elaborada en el contexto de las ferias internacionales, debe servir de espejo para Ch.ACO. La transformación no sería inmediata, pero sí indispensable si se quiere aspirar a un cambio real que logre reactivar un mercado del arte en Chile que hoy se muestra, en gran medida, ausente o, en el mejor de los casos, marginal. Generar otras ferias a competir con Ch.ACO no se si sea el tenor de esta breve columna, por ahora, pues el abarcamiento local es claramente reducido.
Si bien, hoy, las crisis económicas de venta en ferias de arte en el mundo podrían generalizarse, las ferias más consolidadas si repercuten en el nominado ecosistema de las artes de sus países, ciudades y parte del mundo (donde las organizaciones y ventas, aún bajas, son incomparables). 15 años es suficiente para una evaluación de la existencia de esta feria, o de su “reconversión”, sobre todo cuando parte de su financiamiento es a través de fondos públicos y donde la realidad país galerística -no las pocas “exitosas” económicamente- no alcanzan las cifras con respecto a los las tarifas y gastos operativos cobrados por la feria.
La Feria Ch.ACO se enfrenta a una encrucijada crítica. Entre una imagen publicitada a lo grande y una realidad desprovista de sustento, el desafío consiste en reinventar un modelo que, desde sus cimientos, permita la emergencia de un mercado de arte sólido y plural. La pregunta que debemos hacernos es clara: ¿vale la pena perpetuar un evento que, lejos de dinamizar el mercado, se ha convertido en un escenario de perspectivas vacías y desigualdades internas?, si consideramos el arte puede ser un negocio sustentable y realista con las tecnologías que tenemos a disposición, sin necesidad, quizá del discurso inflacionario de un evento que no lo ha estado consiguiendo en mucho tiempo.
Con esta breve reflexión intento abrir, nuevamente, el debate sobre el futuro de las ferias de arte en Chile y, en especial, sobre la necesidad de replantear una iniciativa que, a pesar de sus 15 años, no ha logrado consolidar ni el mercado ni la ética que demanda el arte contemporáneo, si es que se puede hablar de tal.
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