
Trump y la ausencia de una ética de lo común desde la izquierda
Parte de la izquierda parece solo quedarse con el relato de democratización a partir de precios bajos, traslado de mercancías desde países lejanos y disminución del gasto público para mantener el buen sistema financiero global. Poco queda del relato del “otro mundo es posible”.
Desde hace ya varias semanas el presidente estadounidense Donald Trump está llamando a los empresarios en EE.UU. a dejar China e invertir en su país. Para lograr este objetivo, impone aranceles que son respondidos por un alza en la misma vía por las grandes potencias. El hacer a America Great Again parece apelar a un pasado en el que EE.UU. era potencia, pero también industria y producción interna, que le daba oficio y una “buena vida en familia” a una gran cantidad de trabajadores.
Cabe recordar las políticas del New Deal, además de las industrias automotrices de Henry Ford que propiciaban –obligaban más bien– a mantener modelos de familia, mientras respondían de manera sustantiva a las necesidades (derechos sociales) de sus trabajadores.
Este tipo de industrias en Estados Unidos eran el correlato del Estado de Bienestar en Europa que, por la ruta izquierda, establecía acuerdos tripartidos y construía lo que T.H. Marshall llamó el ciudadano industrial. De este modo, se fortalecía la participación política de los trabajadores (hombres), en un ámbito distinto que el político tradicional y representativo. Mientras todavía existía la amenaza de la URSS, el interés de los trabajadores debía ser respetado, no fuera que se salieran de sus casillas y descabezaran al César.
La caída del muro, sin embargo, trajo consigo el amplio acuerdo en favor de la democracia liberal y de un sector de trabajadores que, si por un lado dejan de ser amenaza, por otro dejan también de tener ciudadanía. O bien, empiezan a establecer una ciudadanía credit card, como la denominara Tomás Moulian, a finales de los 90.
De este modo, los trabajadores como clase pierden influencia tanto social como política en la sociedad contemporánea. Cabe preguntarse cómo ha afectado esto a lo que fuese la clase trabajadora en EE.UU., que tenía el 2004 un 12,4% de la población en pobreza, donde existen barrios enteros de personas sin hogar y se expande la epidemia del fentanilo; y cómo esto se articula con un relato que busca fortalecer la economía interna a partir de recuperar la industria y fortalecer la nación, inculcando un sentimiento común que se contrapone a aquel construido a partir de supuestas sociedades pluralistas que no reconocen nada más que grupos e individuos.
Sin embargo, ante el alza de aranceles y llamados soeces a construir industria interna, parte de la izquierda ha reaccionado defendiendo el libre mercado globalizado que tanto criticábamos en la década de los 90. El aislacionismo no es el camino para construir sociedades desarrolladas, dijo hace unos días el Presidente Gabriel Boric.
De ese modo, parte de la izquierda parece solo quedarse con el relato de democratización a partir de precios bajos, traslado de mercancías desde países lejanos y disminución del gasto público para mantener el buen sistema financiero global. Poco queda del relato del “otro mundo es posible” que llamaba a una globalización distinta, incentivando una mundialización que no fuese solo económica, sino también de derechos y que privilegiase las posibilidades para la clase trabajadora y no solo para el gran capital.
Si pensamos en la postura de Trump, parece lógico que su discurso identifique a amplios sectores sociales que han perdido sus oficios y sus orientaciones colectivas de vida vinculadas al Estado-nación. La izquierda, por su lado, no ha adquirido un relato colectivo, ni de patria, ni de libertad, ni de independencia. Tampoco de internacionalización, como fuese el primer llamado a los trabajadores del mundo.
De este modo, no hemos logrado crear una ética de lo común que pueda otorgar un sentido de afiatamiento en la marisma de individualidades privadas que construye el neoliberalismo. Queda la pregunta sin embargo de qué pasará si finalmente Trump logra su cometido y fortalece la industria y si esto no traerá a la larga el socavamiento de su propia posición.
Si bien no es de ninguna manera posible desde la izquierda plantear la posibilidad de seguir “bombeando petróleo”, ni volver al carbón, es necesario también que nos planteemos una posible discusión de vuelta hacia la soberanía en las decisiones sociales, políticas y económicas, que permita la organización y producción colectiva organizada en un territorio delimitado, evitando la contaminación del traslado de mercancías de larga distancia y, a la vez, una ética común compartida de manera transversal en torno al respeto del otro y del cuidado que (nos) incluya en la naturaleza.
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