
Democracia y negacionismo
Debemos exigirles a todos los candidatos presidenciales un compromiso total con la democracia, sin letra chica. Insistir en que Cuba es una democracia no es solo dar una opinión conforme a los lineamientos de un partido; es, lisa y llanamente, otra forma de negacionismo.
Jeanette Jara tardó apenas 72 horas en cambiar de tono. Como ministra del Trabajo, había adoptado un discurso cordial y dialogante. Como candidata del PC, en cambio, reapareció con un tono áspero y duro. En una reciente declaración, reconoció que no hay democracia en Venezuela, pero sí en Cuba; según ella, en la isla operaría “un sistema democrático distinto del nuestro”.
Llamar democracia a lo que ocurre hoy en Cuba no resiste el más mínimo análisis. Freedom House clasifica al país caribeño como “no libre” y le otorga apenas 10 puntos sobre 100 en libertades políticas y civiles. Amnistía Internacional ha documentado reiteradamente represión sistemática a la disidencia, detenciones arbitrarias y restricciones a la libertad de expresión y de asociación.
La mayoría de los opositores políticos están exiliados, presos o silenciados. Además, Transparencia Internacional sitúa a la isla en el número 82 de su ranking de corrupción, con 41 puntos de un máximo de 100 (mientras más alto es el puntaje, más transparente el país).
Es curioso que Jara mire con ojos más severos a Venezuela. Sin querer defender el autoritarismo de Maduro –a todas luces, otra dictadura–, hay argumentos para pensar que, desde una perspectiva institucional, Cuba está incluso más lejos de la democracia que la tierra de Chávez. En la isla rige un partido único y, aunque hay elecciones, no son competitivas (la oposición ni siquiera se puede presentar a los comicios, a diferencia de Venezuela, donde sí se pueden presentar, aunque con nulas posibilidades de ganar las elecciones).
En efecto, para clásicos como Giovanni Sartori o Dieter Nohlen, la ausencia de elecciones competitivas, la falta de Estado de derecho y los atropellos a los derechos humanos, bastan para excluir a cualquier régimen del universo democrático: sin pluralismo partidario, elecciones libres ni respeto por los que piensan distinto, no puede hablarse de democracia. Al fin y al cabo, la democracia es, recordemos, el gobierno de las mayorías, pero siempre con respeto a la minoría.
La exministra Jara ha intentado justificar la situación de Cuba por culpa del “bloqueo norteamericano”. Pero ese argumento es débil: hace casi una década Barack Obama inició una apertura significativa; además, desde hace muchos años, Cuba goza de intercambio comercial y económico con muchos países de Europa y el resto de América. La economía hoy tiene una puerta de entrada a la isla; la política y los derechos humanos, no.
Si algo debemos exigirles a todos los candidatos presidenciales, de izquierda a derecha, es un compromiso total con la democracia, sin letra chica. Insistir en que Cuba es una democracia no es solo dar una opinión conforme a los lineamientos de un partido; es, lisa y llanamente, otra forma de negacionismo.
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