
Cuando Cuba sí importa
Más que una argumentación, es una cadena de sinsentidos edulcorados. Ante todo, exigir que Estados Unidos cese su hostilidad hacia Cuba, con sus implicaciones económicas y políticas negativas, no es a estas alturas un coto de la izquierda, sino del realismo político y la decencia.
Jeannette Jara (JJ) es una persona admirable. Supo ganarse un espacio propio en la política nacional a pesar de su doble condición de mujer y comunista, en un contexto todavía signado por la misoginia y el anticomunismo. Lo hizo actuando con particular inteligencia y puño firme en acciones cruciales, como fue, por ejemplo, la reforma al sistema de pensiones. Y lo hizo con una simpatía contagiosa, una sonrisa siempre dispuesta y su capacidad para prescindir de exabruptos altisonantes, tan usuales en nuestra política. Por eso creo que el Partido Comunista (PCCH) acertó cuando la eligió como su candidata presidencial.
Sin embargo, es muy difícil para un(a) político(a) transitar el camino electoral sin mostrar un punto flaco. Y JJ acaba de hacerlo cuando, en una entrevista con CNN, en referencia a la democracia en América Latina, siguió puntualmente las vergonzosas posturas del PCCH.
Por un lado, reconoció la existencia de un sistema autoritario en Venezuela (imposible omitir el dato tras el escandaloso robo electoral del pasado año por parte del Gobierno de Maduro), pero dejó claro que esto debería ser resuelto internamente, sin “intervención extranjera”. Criterio profundamente westfaliano que no aclara si las injerencias policiaco-militares en apoyo al gobierno venezolano por parte de países como Cuba, Rusia e Irán son también inaceptables, o si se refiere únicamente a los apoyos externos que pueda recibir la oposición, no importa ahora su signo político.
Pero si bien esta ambigüedad puede ser considerada inocua, y rescatar un lado positivo –la condena a un régimen autoritario–, cuando JJ se refirió a Cuba lanzó al vertedero eso que Maquiavelo llamaba la virtud. El caso de la isla, dijo, “es bastante distinto… yo creo que Cuba tiene un sistema democrático distinto del nuestro”.
A favor de su razonamiento, JJ planteó dos argumentos. El primero que Estados Unidos tiene un bloqueo económico sobre Cuba, lo que ha originado una “situación humanitaria de la que no es posible desatenderse”. Es decir, la anquilosada posición retórica de una parte de la izquierda, que justifica al autoritarismo como un acto de necesaria defensa “antimperialista”, al tiempo que pide indulgencia ante una sociedad empobrecida por la hostilidad norteamericana, una suerte de Numancia moderna a la que hay que perdonar sus pecados en aras de la dignidad nacional.
Y desde ahí, la segunda posición, el régimen cubano es sencillamente el deseo de la sociedad cubana para regir su destino, y en ese sentido es intocable, pues “… cada pueblo –afirma– tiene que definir su gobierno”.
Más que una argumentación, es una cadena de sinsentidos edulcorados. Ante todo, exigir que Estados Unidos cese su hostilidad hacia Cuba, con sus implicaciones económicas y políticas negativas, no es a estas alturas un coto de la izquierda, sino del realismo político y la decencia. Yo lo suscribo absolutamente. Pero afirmar, como hace el PCCH, que la dictadura cubana y la miseria económica sobre la que ella gobierna, se justifican por ella, siquiera que se explican por ella, es un dislate en contra del compromiso de la izquierda con la democracia, del realismo político y también de la decencia.
Nada justifica la falta absoluta de derechos y libertades en Cuba, la inexistencia de elecciones reales, la represión brutal contra los que protestan o piensan diferente y la persistencia de una miseria económica debido a la insensibilidad de una clase política que prepara arduamente su conversión en burguesía. Nada legitima a un régimen corrupto que ha lanzado a la emigración a más del 20% de la población y está generando un proceso de despoblamiento absoluto de la isla, cuya población es hoy similar a la que tenía en 1980.
Pero el descargo de JJ fue decepcionante: el asunto de Cuba no debe ser un referente en estas elecciones. Tiene razón hasta cierto punto, al menos por dos razones.
La primera, que hay muchos temas estratégicos, internos y externos a Chile, que no pasan por Cuba y merecen la máxima atención. La segunda, que casi nadie en la derecha tiene estatura moral para juzgar algún afecto al régimen cubano, cuando todos y todas han sido (y son) particularmente afectuosos con la dictadura de Pinochet y aún hoy abogan por medidas autoritarias que el general acogería, orgulloso de sus discípulos. Los tres candidatos de la derecha son criaturas aggiornadas del pinochetismo. Pero nada de ello indica que el tema cubano vaya a ser irrelevante. Sobre todo, después que JJ lo calificara de democrático.
Seguirá apareciendo, como sucedió en 2021, cuando las primarias de Apruebo Dignidad. Aún recuerdo a un Daniel Jadue –autoproclamdo como el vencedor del neoliberalismo en Recoleta– tartamudeando medias-respuestas ante la pregunta sobre la represión de las protestas en Cuba, que habían sucedido un día antes del debate, y en cambio, la respuesta tajante y clara de compromiso con la democracia en Cuba del entonces precandidato Gabriel Boric.
Sin lugar a dudas, Boric fue un parteaguas al respecto. Creo que ha sido muchas veces omiso respecto a Cuba –probablemente por sus relaciones con el PCCH–, pero sus omisiones no han disminuido su compromiso, en circunstancias ciertamente complicadas.
Y son las mismas circunstancias que debe afrontar Jeannette Jara si realmente quiere convencer al electorado progresista de que ella es una alternativa. De que la mujer que condujo con pulso firme el proceso de reforma a las pensiones es la misma que no titubea cuando habla de la democracia como valor superior. La sociedad chilena merece una definición sin ambages por la democracia.
El pueblo cubano también lo merece.
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