
Soberanía y globalidad: dos mundos en disputa
Producto de esta disputa han surgido importantes movimientos bélicos y guerras, siendo Rusia y Ucrania el mayor ejemplo de ello.
La complejidad de nuestros tiempos, en lo que respecta a la política, economía y relaciones sociales, es cada vez mayor, lo cual ha ido tejiendo sociedades y naciones difíciles de cohesionar entre sí. Y es que estamos viviendo una situación bastante particular e importante, tanto a nivel regional como mundial. Esto tiene relación con la disputa entre dos conceptos que cada vez han ido tomando mayor relevancia e importancia para los debates políticos, económicos y, fundamentalmente, culturales: soberanía nacional y globalidad.
Producto de esta disputa han surgido importantes movimientos bélicos y guerras, siendo Rusia y Ucrania el mayor ejemplo de ello. Si bien los orígenes del conflicto se han asociado a los afanes expansionistas del país más grande del mundo, ello ignora premisas fundamentales para la comprensión del fenómeno.
En primer lugar, el territorio que entendemos por Ucrania históricamente perteneció al Imperio ruso, por ende, existe un argumento soberano, incluso se le acuña el término de “la pequeña Rusia” y, pese a que este ya es un país independiente desde hace tres décadas y ha vivido un proceso de “occidentalización”, sus nexos con Rusia siguen siendo importantes en lo que culturalmente respecta. La principal razón que tuvo Putin para invadir Ucrania fue el acometimiento de la OTAN, agente globalizador y trasnacional, respecto a sus fronteras y su soberanía, puesto que Occidente buscaba tener mayor presencia en Eurasia y limitar el accionar ruso.
Y es que esta guerra no solo es entre dos naciones, sino entre dos visiones del mundo, donde Rusia se posiciona como defensora de la nación rusa, incluso la eslava.
Si bien esta guerra es profundamente importante y significativa en varios contextos, es si no la máxima expresión del roce soberanía-globalidad de un mundo que nueva y paulatinamente vuelve a la bipolaridad. En Europa y EE.UU., lugares con una fuerte tradición democrática, los discursos de nación en torno al “nosotros” han vuelto el eje central con gran aclamación, ello reflejado en el avance de la ultraderecha, que es la que mejor maneja exhaustivamente las narrativas antimigración y antiglobalización.
Esto es parte de las consecuencias de un mundo que, a una velocidad sin precedentes, fue interconectándose “holísticamente”, creando así sociedades cada vez más heterogéneas y con identidades disgregadas e incluso algo difusas. Y algo que la historia nos demuestra es que, en circunstancias como estas, los nichos conservadores y tradicionalistas siempre resurgen de manera reaccionaria y violenta (entiéndase en el amplio sentido de la palabra, y no precisamente violencia física), lo cual implica un desafío para quienes vemos en la democracia un sistema de estabilidad y derechos. Imperfecto, sí, pero hasta el momento el más acorde al respeto de la integridad humana.
Ulrich Beck, sociólogo alemán, indica que el proceso que denominamos como globalización no es más que una extensión global de la economía neoliberal, en el cual la economía se deshace de los límites y restricciones nacionales para que la circulación de capitales sea libre y desentramada. Esta desenfrenada eliminación de fronteras tanto físicas como político-económicas ha ido restringiendo al Estado y su margen de acción, pero también condicionando la formación de sociedades cada vez más homogéneas que ven una pérdida de su identidad nacional ante la “comunidad global”, generando movimientos y discursos reaccionarios.
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