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Me enseñaron a no embarazarme, pero no a cómo hacerlo Opinión Imagen referencial, Agencia Uno

Me enseñaron a no embarazarme, pero no a cómo hacerlo

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Tatiana Camps
Por : Tatiana Camps Ingeniera civil, magíster en Biología-Cultural, consultora en liderazgo y autora de Liderar desde lo Femenino. Directora de Emerge Chile y fundadora de Alago, consultora especializada en transformación organizacional.
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Una decisión que sea libre, informada, acompañada. Que no se tome desde el apuro ni desde el silencio. Que no dependa del azar ni de los beneficios de una empresa. Que tenga un espacio en nuestras conversaciones, en nuestras políticas, en nuestras vidas.


Las mujeres estamos incorporándonos al mundo laboral. El 2024, la participación laboral femenina alcanzó un máximo histórico de 53%. Somos mayoría en la educación universitaria de pregrado con un 52% y representamos el 48% en posgrado. Los tratamientos anticonceptivos son cada vez más seguros y accesibles: según datos del Instituto Nacional de la Juventud, en 2018 el 85% de las mujeres entre 15 y 29 años utilizó un método anticonceptivo en su última relación sexual. Estos cambios han ampliado nuestras posibilidades de autonomía y de decisión sobre nuestras trayectorias de vida.

Claudia Goldin, Nobel de Economía 2023, investigó cómo las decisiones personales que tomaron las mujeres respecto a la maternidad, desde comienzos del siglo XX, no eran elecciones individuales aisladas, sino parte de patrones generacionales profundamente influenciados por el contexto cultural. La llegada de la píldora transformó radicalmente el escenario, pero la tensión entre desarrollo profesional y maternidad sigue presente.

En Chile enfrentamos una crisis de natalidad y una población que envejece: la tasa de natalidad de 2023 fue de 1,16 hijos por mujer, una de las más bajas del mundo. Muchas mujeres hemos pasado de ver la maternidad como un destino natural a postergarla, favorecidas por los anticonceptivos y el acceso a la educación.

Pero me inquieta que, entre la conquista de libertades y el avance profesional, nos estemos saltando una etapa fundamental: decidir si queremos o no ser madres.

La primera vez que esta pregunta apareció con fuerza en mis reflexiones fue después de un panel de mujeres, cuando una asistente me preguntó si yo había estudiado la relación entre infertilidad y ambientes laborales altamente masculinizados. Me compartió su experiencia intentando compatibilizar un tratamiento de fertilidad con su rol ejecutivo en la industria financiera. Luego me envió investigaciones que abordaban el tema. Comencé a poner atención.

Escuché numerosos casos de mujeres en la segunda mitad de sus 30 o inicios de los 40, viviendo tratamientos de fertilidad que afectaban su salud emocional, sus relaciones de pareja, su desarrollo profesional y su situación financiera. Una de ellas me dijo: “Me enseñaron a no embarazarme, pero no me enseñaron a cómo hacerlo”.

Congelar óvulos aparece como una alternativa, pero tampoco es parte de una conversación informada. Algunas empresas que buscan avanzar en equidad de género ofrecen este beneficio como una forma de atraer y retener talento femenino. ¿Pero qué significa realmente ser madre joven en esos contextos?

En el cuidado de la libertad y de la privacidad, la conversación sobre la maternidad ha desaparecido del espacio social. Ya no preguntamos a las jóvenes si quieren ser madres. Es políticamente incorrecto. Pero parece que tampoco se lo están preguntando ellas. El embarazo adolescente está casi erradicado en Chile, y los movimientos feministas han logrado que la maternidad deje de ser un mandato. Pero también hemos dejado de hablar del deseo, del momento, de las posibilidades reales de ser madre.

Según la Sociedad Española de Fertilidad, la probabilidad mensual de embarazo en una mujer de 30 años es aproximadamente del 20%, mientras que a los 40 años esta probabilidad cae por debajo del 5%.

El Instituto de Salud Reproductiva de Concepción reconoce que factores como la postergación de la maternidad por razones educativas y laborales, así como cambios en los estilos de vida, han contribuido al incremento de casos de infertilidad y, por ende, a la mayor demanda de tratamientos de reproducción asistida.

He visto a mujeres decidir desde distintos lugares.

Una mujer sentía el llamado de la maternidad, pero su pareja no. Decide que su relación es tan plena que renuncia a ser madre. Sin embargo, a los 40 años descubre que está embarazada. Desea a ese niño, pero quiere criarlo en familia. Viven en un país donde el aborto es legal. Toman una cita. La mañana de la cita, él le dice que quiere ser padre con ella. El niño nace, y varios años después siguen siendo pareja, padres y familia.

Otra mujer se sentía realizada en su trabajo. Quería ser madre algún día, pero una madre presente. Sintiendo que no podría compatibilizarlo con su desarrollo profesional, decide no tener hijos. Se empareja con un hombre que ya es padre de dos. Ve el amor que él dedica a sus hijos, y decide que sí quiere tener hijos con él. Sabe que será una labor compartida. Hoy tiene una familia y sigue impulsando su carrera en política.

Otra mujer decidió desde joven que no quería ser madre. Nunca se ha arrepentido. Tiene una vida plena, profesional y afectiva, con su pareja, sus amigos, sus sobrinos.

Estas experiencias me han mostrado que no hay un camino único, pero sí una necesidad común: poder elegir.

No se trata de volver a imponer un mandato. Se trata de devolverle a la maternidad el lugar de una decisión consciente.

Una decisión que sea libre, informada, acompañada. Que no se tome desde el apuro ni desde el silencio. Que no dependa del azar ni de los beneficios de una empresa. Que tenga un espacio en nuestras conversaciones, en nuestras políticas, en nuestras vidas.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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