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Likes que no curan: cuando el trauma se vuelve tendencia Opinión

Likes que no curan: cuando el trauma se vuelve tendencia

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Rodrigo Gillibrand
Por : Rodrigo Gillibrand Psiquiatra Académico Departamento de Psiquiatría y Salud Mental Oriente Facultad de Medicina, U. de Chile Director ACET
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La aparición de influencers en redes sociales hablando sobre trauma psicológico ha generado beneficios, pero también importantes riesgos.


En las últimas décadas, la psicotraumatología ha experimentado un crecimiento significativo en términos de investigación, formación clínica y difusión social. Este auge, motivado en gran parte por una mayor conciencia social sobre la salud mental, ha generado también fenómenos inesperados: el tratamiento del trauma se ha convertido en una temática capturada por influencers, promovida por marcas especializadas y explotada por congresos y eventos con formatos cercanos a festivales que buscan impresionar a audiencias masivas.

La aparición de influencers en redes sociales hablando sobre trauma psicológico ha generado beneficios, pero también importantes riesgos. En un aspecto positivo, estos actores digitales han facilitado una discusión abierta y menos estigmatizada sobre experiencias traumáticas, llegando a poblaciones tradicionalmente alejadas de los recursos formales de salud mental.

Sin embargo, la simplificación de los conceptos y tratamientos puede conducir a malentendidos graves. Muchos influencers, sin formación especializada, ofrecen consejos generalizados, minimizan las complejidades del trauma y presentan soluciones simplistas, a menudo orientadas más a acumular seguidores que a proporcionar orientación terapéutica responsable.

Por otra parte, diversas marcas relacionadas con tratamientos psicológicos han adoptado estrategias comerciales agresivas, promocionando productos o métodos como soluciones milagrosas para superar traumas. Aplicaciones, cursos y terapias en línea se publicitan con técnicas propias del marketing digital, donde la eficacia del tratamiento se asocia erróneamente con la cantidad de seguidores o likes obtenidos.

Este enfoque mercantil puede poner en riesgo la integridad ética de la atención al paciente, priorizando beneficios económicos o métricas de popularidad sobre la calidad clínica y científica.

En este escenario también se vuelve cada vez más evidente la presión –a veces sutil, a veces explícita– sobre terapeutas independientes para captar pacientes a través de redes sociales u otras plataformas. Esta necesidad, en parte ligada a la precarización del ejercicio profesional, se entrelaza con la capitalización del tratamiento del trauma, dando lugar a una exposición pública excesiva que puede llevar a confundir promoción con intervención.

Se generan, así, sensaciones falsas de tratamientos basados en la ciencia, cuando en realidad muchas veces se omite la discusión sobre la validez comparativa entre distintas terapias. Prácticas que comparten similar respaldo empírico pueden ser descalificadas en favor de marcas terapéuticas con mayor presencia comercial, como si los estudios sobre factores inespecíficos hubieran sido olvidados.

Un fenómeno relacionado es el auge de congresos y eventos masivos sobre trauma, estructurados como grandes espectáculos o festivales que buscan impresionar con figuras mediáticas, escenarios deslumbrantes y discursos emotivos diseñados para viralizarse. Aunque estos encuentros tienen la capacidad de atraer grandes audiencias y visibilizar el tema, también corren el riesgo de trivializar el sufrimiento humano.

El trauma, cuando se presenta como espectáculo, pierde profundidad, se banaliza y puede conducir a percepciones superficiales o a una falsa sensación de comprensión colectiva, dejando de lado los procesos complejos y delicados de recuperación real.

La visibilidad privilegiada de ciertos enfoques psicoterapéuticos ha hecho que, en la opinión pública, algunos tratamientos sean percibidos como la “única” o “la mejor” manera de abordar el trauma, ignorando la pluralidad de modelos con base empírica semejante.

Esta sobreexposición suele estar ligada también a intereses económicos, ya que la formación en estas terapias específicas tiene un alto costo y, muchas veces, no está disponible en los sistemas públicos de salud ni en programas de formación universitaria accesibles. Así, se perpetúa una brecha en el acceso al tratamiento especializado, en desmedro de quienes más lo necesitan.

Con esta columna no se pretende demonizar estas prácticas ni desacreditar a quienes han contribuido con herramientas válidas para el tratamiento del trauma. El objetivo es abrir una reflexión necesaria sobre la urgencia de regular estas dinámicas, tal como en su momento se establecieron normativas para contener los excesos de la industria farmacéutica en su relación con los profesionales de la salud.

Las figuras de “gurú” han acompañado desde sus inicios a la psiquiatría y la psicología, pero con las redes sociales su presencia se ha expandido exponencialmente, convirtiéndose en fuentes de lucro, viajes costosos y formación masiva de terapeutas. No cuesta tanto hoy en día alcanzar gran visibilidad en el entorno digital: existen empresas y especialistas dedicados a optimizar la presencia online, acumular likes y posicionar ciertas marcas personales como referentes indiscutidos, sin que necesariamente medie una evaluación crítica del sustento científico.

El riesgo principal de esta tendencia radica en la distorsión del tratamiento responsable del trauma. Al convertir una problemática clínica profunda en un producto consumible para las masas, se desvirtúa su complejidad, se promueven expectativas poco realistas en pacientes vulnerables y se pone en peligro la confianza pública en la psicología y la psiquiatría profesional. Es fundamental mantener un equilibrio entre la visibilidad y el rigor científico, asegurando que la difusión pública no sacrifique la ética ni la seriedad terapéutica en busca de popularidad.

En conclusión, aunque la expansión del diálogo sobre trauma en redes sociales y eventos públicos puede tener impactos positivos, también implica riesgos significativos relacionados con la simplificación, mercantilización y trivialización del tratamiento. La comunidad profesional debe estar alerta, participando activamente en estos espacios para orientar la conversación, educar al público y asegurar que la atención al trauma siga siendo respetuosa, ética y basada en evidencia científica rigurosa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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