
La nueva realidad: envejecimiento, discapacidad adquirida y el desafío de prepararnos
La pregunta es: ¿desde el sistema público y privado estaremos preparados para absorber tamaña demanda? Solo el tiempo lo dirá. Mientras la discapacidad adquirida solo irá en aumento.
Los resultados preliminares del Censo 2024 muestran que el Índice de Envejecimiento señala que en Chile, por cada 100 personas de 14 años o menos, hay 79 personas de 65 años o más en el país. Por una cuestión lógica, solo cabe pensar que pronto serán varios millones de compatriotas quienes tendrán algún tipo de discapacidad. La pregunta es: ¿estamos preparados como sociedad para resolver este desafío, considerando que ya hay poco más de 3 millones de personas con discapacidad actualmente?
¿Falta oferta o no hay demanda?
Hace un par de días tuve la dicha de presenciar la llegada de mi segundo hijo al mundo. Con mi compañera alcanzamos así una tasa de reemplazo del 100%. Afortunadamente, el proceso se desarrolló con total normalidad y en todo momento el parto fue respetado y acompañado, pese a que debió realizarse una cesárea de emergencia. Como me comentó el guardia de la clínica, era la primera vez que debía orientar a un papá que no podía ver.
La verdad es que el doctor José Moreno, junto a la matrona Norma Pérez y el resto del equipo, se comportaron de manera ejemplar. En todo momento –antes, durante y después del parto– me describieron lo que iba ocurriendo. Como sabrán, se estipula que a los 10 días de nacido un bebé debe realizar su primer control médico y, para ello, es necesario que cuente con su número de identificación (RUT). Así fue como tuve que vivir la experiencia de su inscripción en el Registro Civil de Viña del Mar, ciudad en la que residimos.
La voluntad como ajuste razonable
Lo primero fue sacar número para ser atendido y la verdad es que no tuve que esperar mucho. Por suerte, hay una voz sintética que va indicando los turnos. Ya instalado con el funcionario, comenzó a leerme y explicarme todo lo que iba ocurriendo. En ese momento llegó nuestra primera prueba.
Sucede que, para evitar desacuerdos en el nombre del nuevo o nueva contribuyente, hay que anotarlo en un papel. Pero como dejé de ver hace ya varios años, mi letra –según creo– no debe ser muy legible. Por suerte, me acompañaba un familiar, quien lo escribió por mí. La pregunta inevitable fue: ¿y qué hubiese pasado si iba solo? El funcionario no supo responderme con certeza, aunque me dijo que, seguramente, el jefe de la oficina me habría podido ayudar.
Quizás podría existir la opción de que la persona que no pueda ver pueda digitar el nombre directamente en un computador con lector de pantalla, o algo similar. Pero lo cierto es que no existe un protocolo. Aunque, viéndolo desde otra perspectiva, no hay mejor sistema que la voluntad: este funcionario fue sumamente amable e, incluso, me deletreó en voz alta cada letra para verificar que todo estuviera en orden.
Entiendo que el mercado se regula solo, y que si no hay demanda, no se genera la oferta. Por ejemplo, según la Encuesta Nacional de Discapacidad y Dependencia (ENDIDE) de 2022 –cuyo análisis por parte del centro de estudios de Fundación Luz se centró en las personas con discapacidad visual–, el 53,4% de quienes tienen pérdida de visión se encuentran desocupados o inactivos, mientras que el 71,2% de las personas ciegas están en la misma condición laboral.
Por eso se entiende que yo sea, como decía Hannah Arendt en su ensayo ¿Qué es la libertad?, un verdadero “milagro”: un padre ciego ejerciendo su derecho al posnatal. No deben ser muchos en esta situación actualmente. Pero nos estamos volviendo un país anciano y en el futuro existirán personas que, tras una larga vida laboral, contarán con poder adquisitivo.
La pregunta es: ¿desde el sistema público y privado estaremos preparados para absorber tamaña demanda? Solo el tiempo lo dirá. Mientras la discapacidad adquirida solo irá en aumento.
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