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Corea del Sur: buscando un nuevo rumbo en un contexto más turbulento Opinión EFE

Corea del Sur: buscando un nuevo rumbo en un contexto más turbulento

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Juan Pablo Glasinovic Vernon
Por : Juan Pablo Glasinovic Vernon Abogado de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), magíster en Ciencia Política mención Relaciones Internacionales, PUC; Master of Arts in Area Studies (South East Asia), University of London.
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Lo que está pasando en Corea del Sur y en su sociedad refleja una realidad compartida que se extiende hasta nuestro lejano Chile. Conviene entonces mirar cómo este país enfrenta esos múltiples desafíos, pero sobre todo la vigencia y legitimidad de la democracia.


La península coreana históricamente ha tenido que convivir con vecinos más poderosos y muchas veces ha sufrido la ocupación, precisamente por su carácter de puente entre China y Japón. La última vez que fue ocupada, lo fue por Japón a comienzos del siglo XX y lo estuvo hasta la derrota nipona en 1945. Desgraciadamente, el término de la Segunda Guerra Mundial no implicó un mejor tiempo en lo inmediato, dando lugar a otro conflicto, inaugurando la Guerra Fría.

La península fue el escenario de una cruenta guerra entre los regímenes del norte y del sur, cada uno apoyado por su signo ideológico: China y la Unión Soviética con el norte y Estados Unidos y sus aliados con el sur.

Luego de tres sangrientos años, en 1953 se llegó a una tregua tras una suerte de empate, consagrándose la división de la península en dos países: la República de Corea (sur) y la República Popular Democrática de Corea (norte). Desde entonces, ambos Estados han tenido una evolución muy diferente. Mientras Corea del Sur se ha convertido en uno de los países más desarrollados de la región y del mundo, derivando en una sólida democracia a partir de fines de la década de los 80 del siglo pasado, Corea del Norte pasó a ser un régimen dinástico y aislado, con una precaria economía y recurrentes hambrunas, pero con un arsenal nuclear.

Aunque desde 1953 no se han retomado las hostilidades, la situación se ha mantenido tensa entre ambos Estados, con recurrentes episodios de acciones bélicas acotadas, sabotajes, secuestros y otros actos. Esto no solo ha implicado la mantención de un alto presupuesto de defensa de las partes, también ha significado la permanencia de un contingente de casi cuarenta mil soldados estadounidenses en Corea del Sur como disuasivo.

Corea del Sur se ha convertido en una potencia tecnológica con un activo comercio con China, Japón, Estados Unidos y otros países. Por el legado histórico regional, ha debido mantener un permanente y delicado equilibrio entre las dos principales potencias, China y Estados Unidos. Mientras la primera es su principal socio comercial, la segunda es su principal aliado militar.

Con Japón, producto de la ocupación de la primera mitad del siglo XX y de las atrocidades cometidas por este, la relación ha sido muy compleja, incluso ante los crecientes y acuciantes problemas comunes que ambos enfrentan producto del empoderamiento chino y de su disputa por la hegemonía con Estados Unidos.

Bajo la administración Biden y con el apoyo de Estados Unidos, se produjo una importante convergencia estratégica entre los gobiernos surcoreano y japonés.

Sin embargo, mientras se producían estos cambios y acomodos en el plano geopolítico regional y global, la sociedad surcoreana, al igual que en otras democracias, sufría una creciente fragmentación y polarización que dificultaba los acuerdos y, por tanto, los avances. Esto se fue agudizando con presidentes con minorías parlamentarias y la imposibilidad de ejecutar sus principales iniciativas.

El presidente de Corea del Sur, Yoon Suk-yeol, electo estrechamente en 2022, quedó en minoría legislativa en las elecciones de 2024, no logrando tender puentes significativos con la oposición desde entonces y, en medio de un clima cada vez más complejo, sumando acusaciones de corrupción, sorprendió al país a comienzos de diciembre del año pasado al declarar la ley marcial por primera vez en más de 40 años.

La drástica medida de Yoon, anunciada en un programa de televisión nocturno, mencionaba a “fuerzas antiestatales” y la amenaza de Corea del Norte. Pero pronto quedó claro que no había sido impulsada por amenazas externas, sino por sus propios y desesperados problemas políticos.

La decisión del mandatario provocó que miles de personas se reunieran en el Parlamento en protesta, mientras que los legisladores de la oposición acudieron rápidamente para impulsar una votación de emergencia para bloquear la ley marcial, que implicaba un gobierno militar temporal.

Como sabemos, el presidente Yoon debió recular y fue finalmente sometido a juicio político, siendo removido por sentencia unánime de la Corte Constitucional dictada a comienzos de este mes. Junto con ello, se convocó a una nueva elección presidencial para el 3 de junio.

Corea del Sur se encuentra en una encrucijada. Las fracturas internas del país son profundas. Sucesivos escándalos, divisiones ideológicas arraigadas, una década marcada por dos destituciones presidenciales (la anterior de la presidenta Park en 2016) y una creciente desilusión generacional han dejado a muchos coreanos cínicos respecto a la política democrática como vehículo para un cambio real.

Por muy masivas que hayan sido las protestas a favor y en contra de la destitución, revelan una democracia bajo presión y una nación en busca de factor aglutinador. Detrás del cansancio se esconde una pregunta acuciante que adquiere un carácter universal en los tiempos que corren en las democracias: ¿puede alguien gobernar con una visión que vaya más allá de los resultados partidistas y busque hacerse cargo de los problemas comunes?

Esta carrera de 60 días que debe apelar a un electorado desilusionado y fatigado es en realidad un referendo sobre el liderazgo que los surcoreanos quieren y necesitan en un mundo cada vez más volátil y hostil.

En medio de la crisis nacional, Corea del Sur no puede permitirse un líder que se limite a marcar el paso hasta otra administración. La situación actual exige un presidente capaz de sanar las heridas políticas y resucitar el sentimiento de unidad sin caer en la tentación del populismo y la retórica divisoria. Las amenazas de Corea del Norte, el peso de China en la región, la mantención de la convergencia con Japón y la evolución de la alianza de Seúl con Washington exigen una recuperación política interna y una estrategia nacional duradera.

El nuevo presidente deberá responder a las demandas urgentes dentro y fuera de su país con sabiduría y sutileza estratégica, para considerar las prioridades de la política doméstica y exterior no como objetivos contrapuestos, sino como imperativos interrelacionados. Esto significa restablecer la fe de la opinión pública en casa, al tiempo que se calibran los grandes cambios de los asuntos mundiales. Un líder basado en principios, inmune a las seducciones del nacionalismo populista o del revanchismo político.

La presidencia de Corea del Sur exige una conducción firme, capaz de imponer credibilidad y cooperación en la escena mundial, forjar coaliciones internas y una diplomacia ágil y pragmática. En síntesis, un liderazgo que rompa los moldes partisanos, excluyentes y de suma cero que vienen siendo la tendencia global y que, lejos de proporcionar estabilidad y soluciones, atizan los conflictos y problemas.

Las elecciones presidenciales anticipadas de junio son, por tanto, un momento de evolución crítica para Corea del Sur, que trata de superar su reciente agitación política y reposicionarse hacia una realidad que concilie las profundas fracturas internas con un panorama geopolítico cambiante e impredecible.

Sin duda es un desafío único en una región que concentra no solo parte importante y creciente del PIB mundial, sino también la potencialidad de un conflicto bélico de impacto global. Pero a pesar de su particularidad, lo que está pasando en Corea del Sur y en su sociedad refleja una realidad compartida que se extiende hasta nuestro lejano Chile. Conviene entonces mirar cómo este país enfrenta esos múltiples desafíos, pero sobre todo la vigencia y legitimidad de la democracia, así como la cohesión social en torno a un proyecto nacional.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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