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Francisco, el papa de la casa común Opinión Imagen de Archivo

Francisco, el papa de la casa común

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Jorge Costadoat Carrasco
Por : Jorge Costadoat Carrasco Sacerdote Jesuita, Centro Teológico Manuel Larraín.
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No cabe el desánimo. La misma alegría de derrotar el pesimismo, de darle agua a una potranca, a las gallinas o a los perros, estimulará en nosotros la conversión. Aún hay tiempo. Es hora de despertar, de reunirnos y pasar a la acción.


Murió Francisco. ¿Qué decir de él? Muchas cosas: impulsó la opción por los pobres; quiso que la Iglesia fuera sinodal (más horizontal que jerárquica), dio señales poderosas de cambio en materias de aceptar las diferencias de género, en particular, abrió la posibilidad de bendición a parejas homosexuales. En esta ocasión me detengo en el asunto que, vistas las cosas desde el futuro, será sin duda lo más importante: sus llamados a tomar conciencia de la gravedad de la situación ecológica, social y medioambiental.

El panorama ecológico, social y medioambiental, con su impacto en las poblaciones más pobres del planeta, es desolador. El papa, sobre la base de su fe en el Creador, exhorta a no desanimarse.

He seleccionado algunos textos. Todos tienen en común que todavía es posible hacer algo. Francisco llama a la acción. No podemos cruzarnos de brazos esperando que alguien, o Dios mismo, venga a solucionar la crisis que enfrentamos. Esta no es fe cristiana. La fe auténtica se nutre de lo que Dios hace con nosotros y de lo que nosotros hacemos con la ayuda de Dios.

Este párrafo coordina estas dos acciones: “El Creador no nos abandona, nunca retrocede en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún tiene la capacidad de trabajar conjuntamente en la construcción de nuestra casa común” (Laudato si’, 13).

Obsérvese: Dios no abandona a la humanidad, pero esta tiene que hacer algo de su parte. Aún tenemos la posibilidad de salvar nuestra Tierra.

En este otro texto de Laudate Deum, Francisco insiste en que esta acción humana, que vehicula la acción de Dios, ha de ser colaborativa: “Aunque los desafíos son enormes, la colaboración entre las naciones y los pueblos puede generar soluciones efectivas. La esperanza radica en nuestra capacidad para trabajar juntos en la construcción de un futuro sostenible” (Laudate Deum, 43).

El papa es consciente de que el problema es demasiado grande. Sabe que una dificultad que afecta a todos, de todos pide un aporte. Ningún país, nación, pueblo, ONG o persona puede hacer solo lo que se necesita. Debemos coordinarnos. Hay esperanza, sí, pero solo si trabajamos juntos.

Esta colaboración no será posible, sin embargo, si no existe un convencimiento personal, una convicción, de que podemos interrumpir el curso a la tragedia. El papa llama a un cambio interior:

“Nuestra fe nos llama a una conversión ecológica profunda. Esta crisis es una oportunidad para redescubrir nuestro vínculo con la creación y renovar nuestra esperanza en un mundo más justo y armonioso” (Laudate Deum, 61).

La primera acción, señala Francisco, es una “conversión ecológica profunda”. No se trabajará conjuntamente, la esperanza no tendrá combustible, si no nos convertimos desde adentro. Si el corazón de cada persona no gira 180 grados, no hay futuro.

Además, y esto es muy hermoso, esta conversión en sí misma nos permitirá “redescubrir nuestro vínculo con la creación”. La tarea que tenemos por delante es una oportunidad para alegrarnos. Francisco, el jesuita “franciscano”, también será recordado como el papa de la alegría.

No cabe el desánimo. La misma alegría de derrotar el pesimismo, de darle agua a una potranca, a las gallinas o a los perros, estimulará en nosotros la conversión. Aún hay tiempo. Es hora de despertar, de reunirnos y pasar a la acción.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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