
La guerra cultural de Milei
Theodor Adorno, en su análisis del nuevo radicalismo de derecha, llama la atención sobre “su ínfimo nivel intelectual y su falta de teorización”, pero aboga por no subestimarlos, pues “sería una falta de visión política pensar que por eso no van a tener éxito”.
Interesante fue el paso de Milei por Suiza, en enero. Primero, por su reiteración de librar una guerra cultural. Segundo, por la exposición de su ideología. Tercero, por la descalificación de sus detractores, que hace recordar aquellas que los estalinistas o los fascistas endilgaban a sus adversarios: “No solo no les tenemos miedo, sino que los vamos a buscar hasta el último rincón del planeta en defensa de la libertad. Zurdos, hijos de puta, tiemblen. La libertad avanza. Viva la libertad, carajo”.
Después pronunció un discurso en Davos, en que identificó al nuevo gran enemigo de Occidente, que es “la agenda siniestra de la ideología woke… la gran epidemia… el cáncer que hay que extirpar”. Una ideología que camina sobre la transformación de los derechos negativos “a una cantidad artificialmente infinita de derechos positivos”, lo que “crea una mina de oro para burócratas…”, a la vez que facilita la expansión del “aberrante Estado”, cuya intervención la alientan “el feminismo radical”, “el siniestro ecologismo radical”, “la bandera del cambio climático” y “la agenda sanguinaria y asesina del aborto”.
Hay que luchar, dijo, contra la “siniestra, injusta y aberrante idea de la justicia social” y también contra la ideología de género, que en sus versiones más extremas “constituye lisa y llanamente abuso infantil. Son pedófilos”. La paz lograda después de la II Guerra “nos volvió débiles” y ello ha abierto camino “a todas estas aberraciones”.
Milei informa en Davos que ya no está solo, pues ha podido “encontrar compañeros en esta pelea por las ideas de libertad… desde el maravilloso Elon Musk hasta la feroz dama italiana, mi querida amiga Giorgia Meloni; desde Bukele en El Salvador hasta Viktor Orbán en Hungría; desde Benjamin Netanyahu en Israel hasta Donald Trump en Estados Unidos. Lentamente se ha ido formando una alianza internacional”.
Cierto, pero semeja una parada unida por la ira e integrada por gobiernos con programas no solo distintos, sino a veces contradictorios: presidentes convictos de haber intentado quebrar reglas esenciales de la democracia (Trump y Bolsonaro), partidarios del libre comercio (Milei) u otros como Trump, que en el decir de Gallagher, impulsan políticas de comercio que se reconocerían mejor como peronistas. A ellos se suman violadores sistemáticos de derechos humanos (Bukele y Netanyahu) y sostenedores de políticas iliberales (Orbán), en fin.
A esta “alianza” no la caracterizan los acuerdos sobre derechos civiles y políticos, el comercio internacional o el medio ambiente. En cambio, tiene en su centro un rabioso rechazo a los inmigrantes, el aumento de las cárceles, el endurecimiento de los sistemas penitenciarios, la militarización de las policías, el cierre de las fronteras, el restablecimiento de la pena de muerte, el derecho de los ciudadanos a comprar y portar armas.
Es cierto que aún la suma de estas medidas no da para configurar un modelo de sociedad, pero sí apuntan a lo que ya empieza a ser la ideología de un nuevo “estado de seguridad nacional”, autoritario y de ultraderecha, que pretenda un cambio de dimensiones en el mundo de Occidente.
En lo internacional, busca un nuevo orden basado en movimientos autoritarios o neofascistas como los que Milei menciona en sus discursos. En lo político, estas propuestas convergen en un proyecto que erosiona el Estado de derecho, amenaza las libertades (el habeas corpus, la prensa, la libertad académica), descarta la universalidad de los derechos humanos y ve un obstáculo en la independencia de los jueces.
Y, aunque no todos los que componen esta curiosa alianza desafían frontalmente a la democracia liberal, hay varios que ya caminan por la cornisa cuando hacen suyo el lema de los dictadores de todos los tiempos: “Aquel que salva a su país no viola ley alguna”.
¿Qué hacer ante la guerra cultural de Milei?
Theodor Adorno, en su análisis del nuevo radicalismo de derecha, llama la atención sobre “su ínfimo nivel intelectual y su falta de teorización”, pero aboga por no subestimarlos, pues “sería una falta de visión política pensar que por eso no van a tener éxito”.
Aunque sus propuestas parezcan equivocadas, cabe discutir algunas de ellas, rechazando lo que es erróneo y con disposición a ceder ante argumentos sólidos. Sin embargo, el debate con los “libertarios” no será grato, pues comparten los rasgos de los autoritarismos (de izquierda y derecha): su retórica violenta, la creencia de que sus políticas son la última verdad, que ellos encarnan el bien; que su arrogancia, en el decir y en el actuar, es prueba de su coraje para defender valores que los débiles de carácter no se atreven a asumir, en especial la derecha liberal (“la cobardita”).
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