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El arte y el poder Opinión Guernica, pintura de Pablo Picasso 1937. Imagen referencial

El arte y el poder

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Veamos ahora ¿Qué es el arte? ¡Uf! ¡Qué pregunta difícil, aun para los expertos! Por ejemplo, E.H. Gombrich, -uno de los mejores historiadores del arte de los últimos tiempos-, se rinde desde el principio y dice que puede significar muchas cosas distintas en épocas y lugares diversos.


“El arte es una mentira que nos ayuda a ver la verdad” (Picasso)

¿Qué relación existe entre el arte y el poder?  ¿El arte tiene poder? ¿Lo usan los gobiernos y los poderosos? ¿Sirve el arte como arma de guerra? 

Para relacionar arte y poder debiéramos saber qué es arte, qué es poder, y qué es cultura. Existen muchas definiciones, algunas ambiguas, otras alambicadas, tratados completos. Nos esforzaremos por hacerlo corto y simple. 

¿Qué es el poder? La capacidad de lograr que otro haga lo que tú quieres que realice, o la habilidad para influenciar el comportamiento de otros y obtener los resultados que se desea. ¿Cómo se consigue y acrecienta el poder? Básicamente con la convicción (la certeza o la fe muy arraigada), la persuasión y la retórica (el discurso, el diálogo, los escritos), la fuerza o la coacción (la guerra, la amenaza, las dictaduras), y también influyendo en la cultura. 

Veamos ahora ¿Qué es el arte? ¡Uf! ¡Qué pregunta difícil, aun para los expertos! Por ejemplo, E.H. Gombrich, -uno de los mejores historiadores del arte de los últimos tiempos-, se rinde desde el principio y dice que puede significar muchas cosas distintas en épocas y lugares diversos. Dice que el Arte, con “A” mayúscula, no existe, y por lo tanto no lo define, porque hay muchos gustos y criterios. Para Gombrich solo existen las artes, los artistas y sus obras. 

¿Pero cómo definen el arte algunos artistas reconocidos? John Ruskin, escritor inglés, lo define como la “expresión de la sociedad”; Marc Chagall, dice que “el arte es un estado del alma”. Picasso da una definición genial: “el arte es la mentira que nos ayuda a ver la verdad”. 

La  cultura, es otro concepto importante en la relación entre el arte y el poder, porque esa relación conjunta puede influir poderosamente en la cultura, sin violencia, sin guerra, sin coacción. La “cultura” tiene distintas aproximaciones conceptuales. Pero aquí nos referimos a como la entendió Max Weber, como un entramado complejo de significados que las personas construyen y les dan sentido a su existencia. Podríamos agregar, para entender mejor, que la cultura son las costumbres, actitudes y hábitos que compartimos los miembros de una sociedad, la identidad que nos define, los comportamientos y normas comunes. 

Pues bien, las artes en todas sus expresiones (la música, la pintura, la escultura, la arquitectura, la literatura, etc.) son un agente para influenciar en la cultura. El poder no es en general el propósito del artista cuando crea una obra, tiene otras motivaciones, pero los poderosos sí saben usar el arte para obtener y ganar más poder. 

Demos ejemplos concretos. La Iglesia Católica, especialmente a contar del Renacimiento, encargó a los mejores arquitectos, pintores y escultores de su tiempo construir y decorar gigantes iglesias. Los muros y cielos de las iglesias se pintaron con imágenes que ilustran historias bíblicas, a Dios y el Paraíso en las alturas, a Jesús desde su nacimiento hasta la cruz. Se hicieron esculturas y arquitectura sin igual como la grandiosa Iglesia de San Pedro y el Vaticano, la catedral de Florencia. En ellas la calidad artística es asombrosa, conmovedora. Está allí representado de manera apabullante y bellísima el poder de Dios, de Cristo y de la Iglesia Católica, que ha tenido  una influencia sin parangón en la cultura occidental.

En la misma época los Medicis fueron importantísimos negociantes, mecenas e impulsores fundamentales del arte, transformados luego en una de la familias más poderosas del Renacimiento y con influencia hasta el siglo XVIII, gobernantes de Florencia y La Toscana, y con cuatro Papas y dos reinas de Francia a su haber.  Parecido sucedió con la familia Borgia, como mecenas de artistas y con poderes en el Papado y en los Estados del norte de Italia y sur de Francia.

En Francia, el rey Luis XIV, el Rey Sol, usaba primero su espectacular e imponente palacio del Louvre y Las Tullerías y luego se hizo construir el grandioso palacio Versalles, apoteósicas muestras de arte, belleza y  poder, tanto en su interior como exterior.

En esos ejemplos vemos algo que se sigue repitiendo hasta hoy, en otras escalas. La posesión del buen arte también es una muestra simbólica de poder, de educación y autoridad de quien lo tiene. Le atribuye autoridad al poseedor.

Avancemos varios siglos hasta Unión Soviética (hoy Rusia) en que la Revolución Bolchevique  impuso desde arriba el arte llamado “Realismo Socialista”. Son obras realistas, con trabajadores musculosos, de caras serias, angulosas y triunfantes, llamando a trabajar con una hoz y martillos macizos, para expandir la conciencia de clase. Era un arte fácilmente reconocible y comprensible para el proletariado, firme, y poderoso. El arte moderno, no realista, para los  dirigentes soviéticos en cambio era arte burgués, desechable y rechazado.

Y vaya parecido con la dictadura Nazi. Hitler también impulsó un arte desde arriba. Se llamó “Realismo Heroico”, basado en las artes clásicas griegas que le gustaban a Hitler, la imagen perfecta del hombre “ario” hecho escultura o pintura. Hitler hizo construir un enorme Museo para  exhibir la “Gran Exposición de Arte Alemán”  en la que se expuso puro “Realismo Heroico”, con esculturas clásicas, altas y musculosas de hombres “perfectos”, “arios”, soldados valientes, etc. En cambio, al arte moderno, al igual que los soviéticos, los nazis lo detestaban y lo llamaron “Arte Degenerado”. Las obras de Kandinsky, Picasso, Van Gogh, Paul Klee, Modigliani, Marc Chagall, Gaugin, Max Ernst y tantos otros. Para Hitler y Goebels era un arte depravado, inmoral,  propio de una cultura inferior. Los nazis sacaron más de 700 obras de arte moderno de todos los museos y  las exhibieron para hacerles un repudio público en una exposición llamada “Arte Degenerado” que recorrió varias ciudades.  Presentaron las obras sucias, en salas oscuras, apretadas y sobrepuestas,  rayados con ofensas, con títulos vinculados a la inmoralidad y la locura. Pero sucedió algo paradójico y divertido, porque la exposición de “Arte Degenerado” fue un éxito total, la visitaron millones de alemanes que hacían largas colas para entrar. Mientras que a la “Gran Exposición de Arte Alemán” con arte del “Realismo Heroico” nazi organizada por  Hitler y Goebels  fue vista por apenas un cuarto de los visitantes de “Arte Degerado”.  

Enfurecido ante esta vergüenza del triunfo del arte moderno sobre el Realismo Heroico, Goring  dio orden de rematar todas las obras de la muestra de “Arte Degenerado”. Y lo que no se remató, se quemó  en una gran hoguera en Berlín, una especie de apocalipsis de lo mejor del arte de aquellos tiempos. Quizás Goring también sabía del poder oculto que representaban esas obras, y su capacidad de incitar al espectador a imaginarse y construir una realidad diferente. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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