
Cien días de caos
Pero quizás el daño más grave infligido por Trump a Estados Unidos es intangible: la profunda erosión de la confianza.
A cien días de iniciado su segundo mandato, Donald Trump ya ha acabado con cualquier pretensión de luna de miel presidencial. Las encuestas recientes muestran un colapso notable y sin precedentes en la confianza pública. Con una aprobación de apenas el 42 por ciento según The Economist/YouGov, y un 45 por ciento según Gallup, la popularidad de Trump está muy por debajo de la norma histórica de la posguerra, cercana al 60 por ciento, marcando los índices de aprobación más bajos en esta etapa de cualquier presidente estadounidense electo en la historia moderna.
Sus partidarios destacan la audacia de sus acciones, aranceles universales, negociaciones agresivas y la reestructuración de departamentos gubernamentales, pero estas políticas han desatado un caos económico.
Las erráticas políticas arancelarias de Trump, imponiendo aranceles sustanciales a aliados clave como Canadá, México y Japón, y luego revisando o reduciendo abruptamente esos mismos aranceles, han generado una incertidumbre dañina en los mercados globales. La inestabilidad resultante ya se ha traducido en una disminución de la confianza de los inversionistas, volatilidad en los mercados y un aumento de la inflación, perjudicando tanto a consumidores como a empresas estadounidenses.
Pero quizás el daño más grave infligido por Trump a Estados Unidos es intangible: la profunda erosión de la confianza. La confianza, cultivada cuidadosamente durante décadas a través de una diplomacia consistente y políticas predecibles, es esencial para el liderazgo global de Estados Unidos. Las abruptas reversiones de Trump, como las desconcertantes negociaciones con Japón, donde ni siquiera los negociadores estadounidenses pudieron aclarar cuáles eran realmente las demandas del presidente, han socavado gravemente la confianza internacional.
De igual forma, sus extrañas reflexiones sobre la anexión de Canadá como “el estado número 51” no solo han alienado a uno de los socios más confiables de Estados Unidos, sino que han redefinido la política canadiense en torno a la resistencia hacia EE.UU. en lugar de la cooperación.
Las alianzas estadounidenses en Europa y Asia también han sido gravemente afectadas. Los aliados han respondido a la imprevisibilidad de Trump buscando alternativas para no depender del liderazgo estadounidense. Miembros de la OTAN están discutiendo abiertamente diversificar su defensa alejándose de proveedores estadounidenses, mientras que países de Asia-Pacífico reevalúan sus asociaciones estratégicas en respuesta al errático compromiso estadounidense.
El enfoque despreocupado de Trump hacia la diplomacia no solo ha debilitado relaciones, sino que también ha creado vacíos que rivales como China han aprovechado rápidamente para reforzar su influencia ante el caos y retirada estadounidense.
Todo esto apunta hacia una nueva realidad preocupante: la credibilidad de Estados Unidos, su activo estratégico más poderoso, está evaporándose rápidamente. La confianza es difícil de construir, pero inquietantemente fácil de destruir, y Trump la ha demolido en tiempo récord. La consecuencia de esta confianza perdida es grave. Cuando Estados Unidos se acerque nuevamente a aliados o socios con acuerdos comerciales, iniciativas diplomáticas o garantías de seguridad, el escepticismo precederá a la buena voluntad.
El enfoque caprichoso y autodestructivo de Trump hacia los asuntos internacionales ha condicionado a los aliados a cuestionar la fiabilidad de los compromisos estadounidenses, y este escepticismo no desaparecerá simplemente al finalizar su mandato.
A largo plazo, el legado más profundo de Trump podría no ser el desorden económico o la inercia legislativa, sino el daño irreversible a la confiabilidad estadounidense. Reparar este daño requerirá mucho más que una recuperación económica o gestos diplomáticos. Exigirá una demostración sostenida de que Estados Unidos puede volver a ser confiable en el cumplimiento de su palabra.
Desafortunadamente, la pregunta que permanece inquietando a nivel global es profundamente preocupante: cuando EE.UU. proponga un nuevo acuerdo a un aliado, ¿quién lo creerá realmente?
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