
Confusión electoral
Los que insultaron a Bachelet en redes sociales, los que defienden a Krassnoff, los que quieren reducir los impuestos, los admiradores del enfermo del otro lado de los Andes, los que arrojaron basura en la embajada española cuando el dictador estaba detenido en Londres, siguen siendo los mismos.
No cabe duda de que lo que está ocurriendo en las últimas semanas en el escenario político chileno es raro y confuso. Sin pretensión alguna, pero con gran curiosidad, intentaremos descifrar el enredo.
A veces a uno le cae la chaucha y mira con mayor rigor y profundidad. Eso ocurre a veces, solo a veces…
Lo primero que hay que decir es que no todo lo que brilla es oro. Las dos apuestas electorales que parecían lógicas para la clase dirigente resultaron ser más frágiles de lo esperado.
Mala cosa para los que les gusta hacer “capicúa”, como se dice en el dominó, que es lo mismo que tener una elección sin sobresaltos entre la centroizquierda liderada por el Socialismo Democrático y la coalición Chile Vamos. Esta vez los que semblantean, los que sacan cálculos chicos y miran para todos lados tendrán que jugarse, y tendrán que hacerlo con un alto grado de riesgo, como en ninguna otra elección en décadas.
Lo segundo que resulta extraño y casi paradójico es que de la noche a la mañana, por milagro, en Chile supuestamente ha nacido una centroderecha.
Sí, Chile Vamos, es decir, la UDI, RN y Evópoli, ahora resulta que no son de derecha sino de centroderecha, adquiriendo credenciales democráticas falsificadas, como antaño, cuando se compraban “indulgencias”. Vaya metamorfosis. Hemos descubierto en esta elección que la derecha histórica, la pinochetista, la de Jaime Guzmán y Sergio Onofre Jarpa, ahora se presenta como centroderecha.
Pero la impostura tiene costos. Sus históricos partidarios, los que insultaron a Bachelet en redes sociales, los que defienden a Krassnoff, los que quieren reducir los impuestos, los admiradores del enfermo del otro lado de los Andes, los que arrojaron basura en la embajada española cuando el dictador estaba detenido en Londres, siguen siendo los mismos. No son de centroderecha, son de ultraderecha.
Son los mismos, aunque sean jóvenes, que nacieron después de la vuelta a la democracia, porque, por si no lo sabían, el alma facha se hereda, como las de los jóvenes de Alternativa para Alemania, que son los herederos del nazismo.
Estos votantes se cansaron de callar. Ahora apoyan a candidatos que no esconden su ideología ni reniegan de su pensamiento. Ven como “derechita cobarde” a quienes intentan parecer demócratas, aunque nadie les crea.
No buscan un nuevo Piñera, a quien le temían, y ese temor mantenía a raya a las fieras.
Pero Matthei no es Piñera. No solo no supera el test democrático como él, sino que además es una mala candidata. Nada personal. No supera el 20% de intención de voto y sigue estancada.
Están asustados, porque han descubierto que ese 40% histórico de la derecha prefiere a Kast o a Kaiser y, si ambos pactan, uno de ellos podría pasar una segunda vuelta, dejando fuera a Matthei.
No es que la derecha haya aumentado su 40% histórico, ni que pueda atribuirse el 60% que rechazó la Constitución de la Convención. Se trata del votante de siempre que quiere mano dura, estado de sitio y represión sin matices, como otrora lo hicieron, lo justificaron y lo siguen justificando con la persecución de los militantes de izquierda.
Esa es la gravedad y es el sentido de las palabras de Matthei sobre el golpe del 73. Legitimar el golpe de Estado, considerar inevitables los asesinatos, la tortura, el exilio, la desaparición forzada de compatriotas, siempre y cuando hubieren ocurrido dentro de los dos primeros años desde la caída del Gobierno de Allende. Y lo peor es que se creó la oportunidad para decirlo, no porque quisiera hacer una defensa de la dictadura, como ha hecho otras veces, sino que ahora lo hizo por conveniencia, para no seguir perdiendo votos en la ultraderecha.
Parece decir: “Yo también puedo ser dura, pero puedo ganar porque me apoyará el centro político. No se equivoquen, soy una de ustedes, pero tengo que tragarme el sapo para llegar a La Moneda y después hablaremos” (las comillas son casi innecesarias).
Lo tercero, para no perder la secuencia del análisis, es que en un tardío juicio de realismo, al parecer todos han caído en la cuenta de que el centro político se difuminó en un país tan polarizado. La derecha está viendo cómo, mientras entregan certificados de buena conducta, los ultras le están quitando protagonismo.
La realidad es que esos votantes que llaman de “centro” son simplemente los que afirman que no votarían por ningún candidato actual, porque hasta ahora nadie los interpreta. Ese es el 60% que, con voto obligatorio, se convierte en una incógnita gigantesca.
Avancemos un poco más. La sorpresa y la incertidumbre no solo cubren el sector oriente de Santiago. También envuelven a la izquierda.
Apuraron el ganado flaco, creyendo – como siempre– que podían jugar al “mate pastor”, presionar a Bachelet, apropiarse de los símbolos y desmarcarse del Gobierno sin costo alguno. Lo típico del partido transversal y su siempre dudosa lealtad.
Esta era la revancha de los ninguneados por la soberbia del Frente Amplio. Ni se sonrojaron al aparecer en foto del equipo de Tohá, la que evocaba al peso de la noche, la famosa foto del partido transversal.
Pero se estrellaron contra el muro. El Socialismo Democrático no iba a permitir que le impusieran desde afuera una campaña “llave en mano” y presentó candidata. Por dignidad y por reflejo político. El Frente Amplio resucitó, el mismo que, según ciertos analistas con sesgo conocido, ya no era una amenaza electoral. Y qué decir del Partido Comunista, que presenta su mejor candidatura desde la transición.
Aún queda algo más, importante aunque esté al final. Dos afirmaciones: 1) la elección sigue completamente abierta mientras ese 60% continúa indeciso; 2) no nos sorprendamos si, de pronto, surge la verdadera propuesta que disipa la niebla.
¿No podría surgir, desde la cocina de siempre, la idea de una gran coalición? ¿Una propuesta para aislar a los extremos?
¡Qué bien debe sonar para algunos! Capicúa.
Por eso es que ahora se dicen de centroderecha.
Como en Alemania, es necesario gobernar mediante un cordón sanitario que excluya a los extremos de derecha e izquierda. Siempre con el sano propósito de reeditar la política de los acuerdos, los mejores años de la democracia chilena.
Si esa es la propuesta elaborada con imaginación, tendrán que convencer al 60% que ya no cree en el humo, menos en promesas de gobernabilidad interesadas, en anuncios de nuevas políticas de seguridad ciudadana, que emulan los fuegos artificiales de las barras bravas.
Porque el riesgo real, el inminente riesgo, es que en esta elección la verdad pierda porque le cerraron el estadio.
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