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¿Bailemos? Opinión

¿Bailemos?

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Lorena Hurtado
Por : Lorena Hurtado investigadora y académica del Departamento de Danza de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile
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Cuando Tommy Rey cantaba en vivo, nos compartía su particular forma de danzar: su repertorio de gestos pequeños, suaves, tranquilos, acompasados, invitándonos también a compartir los nuestros.


El 26 de marzo recién pasado falleció Patricio Zúñiga, nuestro querido “Tommy Rey”. En medio de la tristeza que inundó a miles de chilenos y chilenas por esos días, me pregunté cuántas generaciones bailamos al ritmo de las cumbias que comenzó a cantar junto a su sonora en 1982, mismo año en que se instauró el 29 de abril como el Día Internacional de la Danza, en honor al nacimiento de Jean-Georges Noverre (1727–1810), considerado el padre del ballet moderno. Crecí escuchando sus letras diversas, y, si bien mi entorno familiar no era muy bailarín, la cumbia fue entrando poco a poco a mi vida.

¡Qué vacío hay en mi alma!/ ¡Qué amargura en mi existir!/ Siento que me haces falta… 

Sí, las famosas cumbias de Tommy Rey, que nos impulsan a mover el cuerpo involuntariamente o con plena consciencia, se volvieron parte fundamental del repertorio de gestos que desplegamos en el espacio cuando bailamos, cantamos o simplemente balbuceamos las letras de las cumbias que incansablemente cantó. Detenga la lectura y visualice esos gestos, ritmos y versos que ya son parte de nuestros cuerpos e imaginario colectivo. Si se fija bien, observará que son de las pocas experiencias que nos hacen sentir parte de un bello y utópico “nosotros”.

Por esos días, cuando el cuerpo de Tommy Rey decidió ausentarse de nuestras vidas, leí varios posteos que hablaban de la tensión entre los ritmos de la cumbia y los contextos sociales, un contraste entre la tristeza y la alegría. Fue entonces cuando pensé en la tristeza como un sentimiento que, muchas veces, relegamos a la intimidad, intentando disimularla con una alegría que para muchos y muchas fue forzada. Un ejemplo de esto ocurría al recibir el Año Nuevo en contextos complejos, como durante la dictadura en nuestro país, un momento en que a muchos y muchas la alegría se nos hizo esquiva.

Si has gozado, también has sufrido/ Si has llorado, también has reído/ Un año más, ¿qué más da?/ Tantos se han ido ya…

Pero, como hemos escuchado varias veces, la vida tiene de dulce y de agraz. Y el cuerpo, a través del baile, tiene esa tremenda capacidad de expresar nuestras complejas emociones, amalgamando estos sentires a través de nuestro repertorio de gestos y movimientos que mutan y se transforman. Nosotros lo hacemos a través de la cumbia chilena, nuestro así llamado “segundo baile nacional”. Entonces, pareciera que al bailar como sea y al ritmo que sea, baila nuestra compleja existencia.

Algunos y algunas se preguntan para qué, cómo y por qué bailamos, generando reflexiones y discusiones que se han dado históricamente en la academia y en el campo artístico de la danza, pero este escrito va más allá de la academia, está pensado en las danzas donde clara y definitivamente entran los bailes populares, aquel tipo de danza que a partir del medioevo inspiró a las danzas cortesanas, las que más tarde devinieron en lo que comúnmente conocemos hoy como ballet clásico.

La cumbia chilena, nuestra danza común que nos vuelve cómplices en gestos y movimientos: pequeño, grande, lento, rápido –o como sea que nos manifestemos al ritmo de la música–, al convocarnos a bailar nos invita a sincronizar nuestros corazones. También impulsa la emergencia de nuestras particulares corporalidades que evidencian experiencias, memorias e historias, distanciándonos de algunas cosas que la sociedad neoliberal querrá siempre arrebatarnos: el sentido de comunidad y el goce del cuerpo.

Agua que no has de beber, déjala correr…

Cuando Tommy Rey cantaba en vivo, nos compartía su particular forma de danzar: su repertorio de gestos pequeños, suaves, tranquilos, acompasados, invitándonos también a compartir los nuestros. Convertía cada espacio donde sonaba su sonora en un caudal de singularidades, propiciando una ecléctica comunidad de cuerpos danzantes; cuerpos sensibles que nos recuerdan que nuestra condición humana es esencialmente corporal. Por eso, este 29 de abril, Día Internacional de la Danza –y todos los días que nos sean posibles– no olvidemos celebrar nuestra existencia y arrojémonos a bailar.

Por eso te aconsejo que vayas a misa/ (Todos los domingos, todos los domingos)…

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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