Los resultados finales no corresponden a una simple volatilidad del electorado sino que a una racionalidad de centro político que, sin convocatorias ni liderazgos, hizo fracasar dos intentos partisanos e irracionales de Constitución. Para, de paso, legitimar indirectamente la Carta Magna vigente.
Más allá de las cifras exactas y de sus múltiples interpretaciones y conclusiones, es un hecho irrefutable que el resultado del plebiscito del domingo dejó en evidencia a toda la elite política nacional como la gran perdedora del proceso constitucional, de cuatro años de duración, que terminó defenestrado a boca de urna. Los guarismos son parte de un proceso que produjo dos hitos, el 4 de septiembre de 2022 y el 17 de diciembre de 2023, de recorrido político pendular, que ha consumido cuatro años de la vida política nacional y se ha llevado por delante dos medios tiempos presidenciales, uno de Piñera y otro de Boric.
Los resultados finales no corresponden a una simple volatilidad del electorado sino que a una implacable racionalidad electoral de centro político, que se suponía que el país no tenía pero se demostró que existe, y es contundente. Sin convocatorias ni liderazgos, y ni siquiera con organización política, pero que en el simple ejercicio de votar fue capaz de hacer fracasar dos intentos partisanos e irracionales de Constitución. Y, de paso, legitimar indirectamente por segunda vez la Carta Magna vigente, en el modo consociativo que actualmente tiene, como resultado de trabajadas reformas durante 30 años de democracia.
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Se ha insistido permanentemente en que las democracias, para ser estables, requieren ser mesocráticas. Pero ello no es un adjetivo puramente económico o de bienestar material, aunque este resulta sustantivo para que se constituya como tal, sino un adjetivo cultural y cívico, hecho de responsabilidad y transparencia, para generar tanto el desarrollo como la adhesión a una democracia estable y decente.
Nadie puede soslayar que el ambiente radicalizado y hasta soez en materia de controversias políticas, el desdén por los logros alcanzados previamente o el uso discrecional e irresponsable de los instrumentos de poder, han producido una crisis de representación ciudadana y una elite que vive abstraída cupularmente de lo que realmente pasa en la sociedad.
Las debilidades de la elite no se van a curar de la noche a la mañana y es previsible que, como coletazo, las posiciones entre oficialismo y bloque opositor no fluyan con la velocidad y la facilidad requeridas. Sobre todo, si se viene otro año electoral, esta vez sobre el horizonte político real de los ciudadanos: las regiones y los municipios, con la seguridad, la salud y la recolección de basura todas las semanas.