Fue un Presidente de fin de transición, que tuvo el mérito de enseñarle a su sector que vive en un país que razona en el centro y no en los extremos. Esa es una gran lección política que deja el exmandatario.
A los 74 años ha muerto, en un lamentable accidente de aeronavegación, Sebastián Piñera Echenique, dos veces Presidente de Chile, empresario controvertido y exitoso, personaje lleno de luces y sombras, pero sobre todo un político con una voluntad de poder de hierro y de una autonomía como pocos.
Siendo más bien un outsider en la derecha chilena, fue el único que, en más de 30 años de democracia posdictadura, logró llevar a su sector político al poder. Y dos veces.
Tuvo el acierto de ingresar a la política como opositor a Augusto Pinochet en el plebiscito de 1988, un destete que a sus compañeros de ruta de la derecha les llevó décadas concretar. También, compatibilizó con absoluto pragmatismo su sedimento doctrinario democratacristiano con los aires de una república refundada sobre el individualismo y el éxito económico, sin complejo respecto del pasado. Ello le dio la soltura para entender tempranamente que su independencia económica era el piso esencial de su éxito como político. Su autonomía económica le brindó la oportunidad de ser él mismo un factor de poder en el funcionamiento de la derecha.
Aunque aún es prematuro para balances políticos profundos, desde ya se puede adelantar que Sebastián Piñera Echenique fue un buen político republicano de derechas. Sin la brillantez ni tampoco las zonas oscuras de un Portales, o las luces doctrinarias o cazurrismo de otros presidentes, tenía la simpleza de un diseño político sin mucho espesor, pero muchas veces eficaz. Se equivocaba a menudo con los nombres y decía chistes malos, pero eso lo hacía en muchos aspectos cercano y, por lo mismo, lo más atípico de la derecha chilena.
El no ser hijo de la Guerra Fría de la dictadura le permitió –con su vocación al diálogo pragmático– abrir las puertas de la República a necesarios temas laicos y progresistas, hasta entonces prohibidos en el debate público, y profundizar los derechos civiles de las personas.
Fue para el país, pero fundamentalmente para la derecha, un Presidente de fin de transición, que tuvo el mérito de enseñarle a su sector que vivimos en un país que razona en el centro y no en los extremos. Esa es una gran lección política, que deja un enorme vacío que le será muy difícil de llenar a la derecha chilena.