Publicidad
Orwell 1984, vigilar y castigar Opinión

Orwell 1984, vigilar y castigar

Publicidad
Jaime Retamal
Por : Jaime Retamal Facultad de Humanidades de la Usach
Ver Más

Chile es un terreno fértil para el cultivo de su filosofía. Tenemos a notables pensadoras y pensadores -no solo dentro del mundo de la academia universitaria- que hacen brotar desde sus lecturas innovadoras, una potente diversidad de incisivas argumentaciones que describen el sistema educativo.


Se cumplen 40 años de la muerte del filósofo francés Michel Foucault. En todo el mundo se vuelven a tematizar sus ideas y Chile no es la excepción. Cientos, sino miles de citas sobre él, parecen embriagar a los primerizos en el campo del pensamiento educativo nacional, sin embargo, hay que acostumbrarse: no es posible realizar una mirada retrospectiva del pensamiento educativo chileno -el más crítico- sin al menos encontrar una referencia a Foucault.

Chile es un terreno fértil para el cultivo de su filosofía, y por causa. Tenemos a notables pensadoras y pensadores -no solo dentro del mundo de la academia universitaria- que hacen brotar desde sus lecturas innovadoras, una potente diversidad de incisivas argumentaciones que describen y analizan el devenir del acontecimiento neoliberal en todo el sistema educativo nacional. Estudios sobre el currículum, pero también sobre las consecuencias de la estandarización de evaluaciones sobre la masa de la población escolar, pueden tener como fundamento, una compleja red de argumentaciones “foucaultianas”. No es una exageración, es así: como “kafkiano” es un adjetivo que sólo basta usarlo para saber cómo funciona en cuanto analogía, “foucaultiano” es también una palabra que, en el contexto nacional, puede resumir en sí misma, toda una perspectiva del funcionamiento, la orientación y los fines de la política educacional en tono crítico. Pero éste es un código que se resiste a su uso puramente elitista universitario.

Decir que es un “código” significa decir que no es fácil comprender a Michel Foucault en sus textos, en su originalidad, en su intencionalidad performática, en sus narraciones encumbradas de análisis documental y análisis de archivos. Parece un historiador, pero no lo es; parece un escritor de ficción, pero no lo es; y también parece sólo un filósofo, pero muy a pesar del mundo de la filosofía, tampoco simplemente lo es. Es toda y cada una de estas disciplinas, pero mucho más.

Foucault es un pensador fronterizo, que asume los riesgos de una epistemología que se desplaza por distintos campos del saber, sin por ello ser ampulosa, extravagante o barroca. Foucault “dice algo”, pero por su estilo siempre nuevo, lo que dice es siempre “algo más”; podemos percibir su generosidad analítica por la amplia paleta que nos ofrece como instrumentos teóricos para analizar el campo de lo real, el campo de lo imaginario, los contextos, los territorios, las narrativas, la geografía humana, la genealogía propia del devenir de los saberes disciplinarios que enmascaran un poder, un control, una política, hasta una guerra: la psicología, la psiquiatría, la medicina, la arquitectura, las escuelas militares, las ciencias de la educación. Foucault es un hontanar de ideas, pero por lo mismo, cuesta una enormidad separar el trigo de la paja. Una de las dificultades mayores las ofrece su célebre ensayo “VIGILAR Y CASTIGAR”, del que sólo queremos relevar tres ideas desde la posición de un lector en acto, aún en desarrollo. El mundo de la educación lo cita en abundancia; en Chile con mucha riqueza hermenéutica, pues como decimos, es un mundo muy fecundo de grandes pensadoras y pensadores que cultivan la mirada crítica, sin falsa complacencia, sobre nuestra realidad educativa, justo en su momento más actual.

1. La disciplina es un activo, no un pasivo.

No es extravagante: el análisis de Foucault en torno al disciplinamiento no consiste solamente en mostrar su perfil de dominación, resta o disminución del sujeto. Su análisis muestra más bien el efecto multiplicador que la disciplina puede provocar en la asunción de un sujeto que suma a su llana naturaleza, la “perfección” de un hábito dispuesto para la batalla, la guerra, el enfrentamiento territorial, no puramente ficticio o imaginario. Parece extravagante, pero no lo es. Foucault muestra cómo, si lo pudiéramos decir así, “el arte de la disciplina” es también “el arte de la guerra”. Sus ejemplos más macizos pueden ser el ejercito prusiano de Federico II o el método educativo de La Salle. La mirada humanista nos obliga a condenar los actos del castigo corporal, pues los considera denigrantes, condicionantes de toda sumisión, esclavizantes, carcelarios, dispositivos de un régimen de vigilancia, control o enderezamiento conductual; pero ese mismo humanismo no nos deja analizar el factor oculto detrás del dolor corporal, más específicamente, de las técnicas educativas de domesticación y transformación de los rebeldes -sea por naturaleza o no- en cuerpos dóciles para la potencia política, para la fuerza, para el poder de fuego no sólo ofensivo, sino que sobre todo, estratégicamente defensivo y de contrataque. Obviamente que podemos considerar a la disciplina y su obediencia como valores negativos, pero esta misma valoración no sirve para crear ejércitos, cuerpos armados para las batallas, sean éstas reales, culturales o espirituales. El correcto uso de la lanza o la pica requiere de un cuerpo dócil al entrenamiento, si se quiere, hasta infinitesimal de cada uno de los movimientos del cuerpo. ¿Es esto éticamente reprobable? Parece no ser éste el punto de Foucault. Sus cultores quieren ver en él la epifanía de un nuevo mesías moral, no obstante, su discurso no hace nada más que sólo desafiar los principios humanistas de la moralidad y las buenas costumbres. Y no sólo su discurso, también la realidad: hoy la educación parece reducida a una actividad de instalación de competencias, habilidades y actitudes dispuestas para el capital humano. Esta puede ser una primera idea.

2. El resplandor del panoptismo.

El problema no es la educación, sino los educadores. No es el derecho, sino los juristas. No es la arquitectura, sino los arquitectos. No es la prisión, sino los verdugos, los gendarmes y la policía. Se suele considerar que es al revés, que el problema es el “saber-poder”, pero una lectura más atenta nos puede llevar a la idea más apropiada de que todo el asunto foucaultiano está, más que en el saber-poder, en el “saber-ejercicio del poder”. No es una distinción bizantina, el ejercicio del poder marca una clara distinción en “VIGILAR Y CASTIGAR”. Dice Foucault que hay que entender que el castigo pasó de ser el “arte de sensaciones insoportables” a una verdadera “economía de derechos suspendidos”. Que perderían valor los “anatomistas inmediatos del sufrimiento” y tomarían valor toda una red de vigilantes: el vigilante-médico, el vigilante-psicólogo, el vigilante-policía y el vigilante-educador; el vigilante-jurista, por cierto. Todos ellos asumidos desde las estructuras del poder del conocimiento. Sin embargo, ese “saber es poder” tan lineal no le hace justicia al intrincado razonamiento de Foucault. Un buen ejemplo está en que las tecnologías del control serían las que ahora brillan en un resplandor que tendrá en su iluminación más pretendidamente perfecta, la arquitectura de un edificio inteligente -el panóptico- donde el non plus ultra de su funcionamiento consiste en la existencia de un sujeto-preso que “cree” ser vigilado el 100% de su tiempo vital por un ojo que -he ahí su mórbida perfección- puede estar o no estar vigilando. Esa tecnología del edificio penitenciario panóptico, que puede ser identificado como el edificio hospital o el edificio escuela-liceo, puede también ser identificado hoy como el edificio-WhatsApp, porqué no. Digámoslo así: el control horizontal en “1984” de Orwell siempre pasó por identificarse a uno mismo como el verdadero guardián carcelario de uno mismo. Esta tautología productiva pasa, por comprender efectivamente, cómo se “subjetiva”, cómo se “hace sujeto” el poder policial a través y por uno mismo. Yo soy mi propio educador. Esa es la perfección del panóptico. Esta puede ser una segunda idea.

3. Vigilar no es castigar.

Finalmente, una tercera idea para discutir es la siguiente: se debe entender desde Foucault al espacio escolar como un emplazamiento funcional y urbanizado de una competencia de todos contra todos; se trataría de un verdadero ajedrez donde cada pieza debe ser medida no sólo por su rango o valor propio, sino que sobre todo, por su posición estratégica. En esta medida, la reina es sacrificable; la pieza de rango superior puede ser reemplazada por un ejército de peones más dispuestos a la batalla, una legión, una clase, una organización serial, una máquina de aprendizaje. Esta idea está coronada por el premio, la recompensa, el condicionamiento operante. Es la didáctica de la rivalidad, el sueño pedagógico de La Salle, en el que vigilar ya no es castigar, sino “jerarquizar”, “ranquear”, “ubicar”, emplazar en un espacio dispuesto para la “distinción” a cada peón de la clase, pero también a su reina. Aquí el análisis de Foucault se desplaza de la mímesis de la guerra a la mímesis de las clases sociales, a las lógicas de la “distinción”. Es decir, a toda esta red de piezas emplazadas en una urbanización muy pensada, que a su vez no puede ser entendida sino dentro de una lógica de poder material, económico y político pues, sin este marco hermenéutico, no tendría un sentido concreto la sofisticación tecnológica de un vigilar que ya no es castigar, sino premiar.

Foucault y su filosofía es un marxismo por otros medios, no cabe duda; en ese sentido, las reducciones de su pensamiento a ponderaciones sólo lineales de argumentación pueden ser renovadas por nuevas lecturas que, apoyándose en un nuevo escenario tipo “Orwell 1984”, es capaz de comprender que el panóptico, su ojo siempre vigilante y castigador, no tiene edad, y que obviamente, no está en ruinas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias