Los últimos resultados electorales de la derecha dura nos permiten pensar que en Chile el estilo de hacer política polarizante y confrontacional tiene un techo electoral. Enhorabuena.
Desde ese 4 de septiembre de 2022, día negro para el progresismo chileno con el rechazo por paliza de la primera propuesta constitucional, ha habido varias elecciones. La primera, de consejeros constitucionales, íntimamente ligada a la del plebiscito constitucional anterior y marcada por la inentendible decisión de los partidos oficialistas de competir en listas separadas, arrojó una victoria más que contundente para la derecha, que obtuvo el 56% de los votos válidamente emitidos y una mayoría abrumadora en el Consejo Constitucional.
Pero en el plebiscito siguiente, de la “Constitución de la libertad y la seguridad” –que contenía la casi totalidad del programa político de la extrema derecha–, logró la derecha solo un 44% de los votos.
En las elecciones locales y regionales recién pasadas, la derecha obtuvo resultados levemente superiores en concejales (46%), consejeros regionales (46%) y gobernadores (47%), y uno peor en los comicios de alcaldes (34%). Por su parte, en la Región Metropolitana, en la segunda vuelta, el candidato símbolo de la derecha sacó solo un 45% de los votos. Todos estos resultados, por cierto, son parecidos al 44% que obtuvo José Antonio Kast en la segunda vuelta presidencial de 2021.
Estas elecciones no pueden ser vistas como una derrota para la derecha, propiamente tal, ya que obtuvo (pactos sin contar a independientes) más votos totales que los pactos oficialistas en alcaldes, concejales y consejeros regionales, mas no así para gobernadores regionales.
Pero lo interesante está en la distribución de esa votación. El Partido Republicano, por ejemplo, presentó 14 candidatos a gobernadores –15, si contamos a Luciano Rivas en La Araucanía, que si bien iba en pacto Evópoli, fue apoyado por Republicanos–, de los cuales solo 3 pasaron a segunda vuelta, en la que perdieron todos. La lista de Chile Vamos obtuvo 122 alcaldes electos, de los cuales Renovación Nacional alcanzó 38, mientras que la lista republicana solo obtuvo 8 alcaldes, 5 de ellos independientes y 3 militantes del partido.
Los números son claros y señalan que las victorias de la derecha en estas elecciones lo fueron de Chile Vamos, en general, y de RN, en especial, y que el partido de José Antonio Kast no estuvo ni cerca de cumplir con sus propias expectativas. Ya se están empezando a escuchar críticas internas a su liderazgo.
Es evidente que estas elecciones locales y regionales son distintas a las nacionales y cuentan con características propias, por lo que cualquier análisis de ellas en su conjunto debe ser realizado con cuidado, pero pareciera ser que el estilo de hacer política polarizante y confrontacional inaugurado –sobre todo por la extrema derecha– con la victoria del Rechazo en el plebiscito del 4 de septiembre de 2022, ha tocado un techo electoral.
Esto de ninguna manera significa que la derecha no pueda ganar elecciones a nivel nacional, lo ha hecho y lo seguirá haciendo, pero sí significa que la teoría o postura de que basta con transformar cualquier elección en un plebiscito sobre el Gobierno –y aludiendo al “octubrismo”– se agotó políticamente.
Las campañas de Marcela Cubillos, Iván Poduje, Francisco Orrego y María José Hoffmann no tenían un programa político más allá de atacar al Gobierno e impugnar al “octubrismo”, pero aquello de lo que carecían en contenido, buscaron suplirlo con un estilo comunicacional cercano a lo que ha realizado la ultraderecha en otras partes del mundo.
La referencia constante al “octubrismo” es un discurso que parece ser muy efectivo entre las elites, pero que no amplía la base electoral de la derecha mucho más allá de quienes ya votaron por Kast en 2021. Todo indica que en Chile esta forma de hacer política tiene un techo. Enhorabuena.