Esto ha dejado a los fieles muy confundidos, situación que se agrava en una cultura que exacerba el sentimiento. Llega al punto en que cuando un obispo ejerce su potestad –de manera bastante suave, si se observa bien– se arma un escándalo: lo que está en juego es mucho más que una cátedra universitaria.
Puede parecer curioso, al comienzo, el revuelo causado por el caso del profesor Jorge Costadoat. Es un asunto de una facultad de teología (una ciencia que estudia lo que no existe, dirían algunos) en un estado no-confesional.
Pero la religión sigue siendo importante, si se tratase de otra materia el revuelo no habría sido tanto. Además, el profesor Costadoat es ampliamente conocido gracias a sus escritos en la prensa. Pero lo que está en juego en este caso no es tanto la libertad académica –algo de eso hay– sino la identidad de la Iglesia Católica, y por extensión, la identidad de una universidad católica. Es por eso que el caso ha sido tan bullado, que cala tan hondo. La academia tiene sin cuidado a la mayoría, la Iglesia, no. No es el único caso dónde esto está en juego, es cosa de ver los choques de la conferencia episcopal alemana con Roma, pero éste es nuestro.
La piedra de escándalo es la autoridad. La cuestión de la identidad de la Iglesia Católica, y por lo tanto, qué es y qué no es teología católica y quién está dentro o fuera de la Iglesia, descansa sobre la autoridad (de textos, interpretaciones y, por lo tanto, de personas). Hubo un tiempo que en que esto se tomaba muy en serio. El cardenal Silva Henríquez, por ejemplo, excomulgó Salvador Valdés, autor del libro Compañía de Jesús: ¡Ay!, Jesús, que compañía!, hoy, sin embargo, medidas de este tipo se considerarían inaceptables. La cuestión de la autoridad presenta varias alternativas: una, es que su sustento esté en el individuo: cada uno define para sí mismo lo que significa ser católico y si acaso lo es o no. No se sostiene; la Iglesia es una realidad demasiado antigua como para que un individuo pueda definirla a su antojo un día cualquiera.
Pero si la autoridad no está en el individuo, podría estarlo en el grupo; es comprensible pensar así en una sociedad democrática: un catolicismo de consenso, que se construya desde abajo. Esto, sin embargo, choca con la concepción que la Iglesia tiene y ha tenido de sí misma como institución jerárquica, que además custodia unos textos y una tradición recibidos, es decir, como religión revelada –o sea, que se constituye desde lo más arriba posible. Son dos visiones opuestas: una inmanente, que busca conformarse de acuerdo los tiempos, y otra trascendente que busca que los tiempos se adapten a ella, porque está convencida de tener una verdad eterna. (Ahora bien, una Iglesia que se conforme a los tiempos que corren sería innecesaria: bastaría con los tiempos que corren, pero eso es otro problema).
Este es el conflicto profundo del caso Costadoat y es un conflicto que ha tensionado profundamente a la Iglesia por varias décadas (un punto de quiebre fue el rechazo explícito de la encíclica Humanae Vitae, de Pablo VI, otro fue la adopción de filósofos abiertamente anti-cristianos como base para la teología).
Siendo así la situación, es razonable preguntarse por qué no se produce una separación. En su momento, quienes se opusieron a la jerarquía y a la tradición de la Iglesia se separaron de ella; hoy, parece haber más reticencia en hacer algo así. Se comprende; por una parte está la convicción sincera de ser parte de la Iglesia (aunque sea en “el límite” o para poder cambiarla desde dentro), pero en varias décadas la Santa Sede no ha cedido en ningún punto conflictivo; es poco razonable pensar que vaya a hacerlo. Por otra parte, la identidad de la Iglesia Católica es algo demasiado valioso, desde todo punto de vista, como para renunciar a ella. (Podría reducirse a esto: tiene más peso y ser un teólogo disidente dentro de la Iglesia que ser un teólogo protestante fuera de ella).
Persiste la cuestión sobre en qué consiste la identidad católica, y no es una cuestión de doctrina versus práctica, porque toda práctica depende de una doctrina. Durante muchos años ya ha habido profusión de teólogos y clérigos que se han opuesto a la jerarquía y a la tradición de la Iglesia en diversas materias, al punto en que algunos llegan a hacerlo sin siguiera darse cuenta. Esto ha dejado a los fieles muy confundidos, situación que se agrava en una cultura que exacerba el sentimiento. Llega al punto en que cuando un obispo ejerce su potestad –de manera bastante suave, si se observa bien– se arma un escándalo: lo que está en juego es mucho más que una cátedra universitaria.