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Halcones, palomas y la encrucijada dialéctica de la derecha

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Mirko Macari
Por : Mirko Macari Asesor Editorial El Mostrador
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La oportunidad es que los principales referentes del sector, tanto los fácticos como los institucionales, entiendan que el enfrentamiento de los opuestos, en un punto de equilibrio y tensión precisos, es condición sine qua non para entrar al círculo virtuoso del poder. El mismo que le permitió a la Concertación ganar cuatro elecciones consecutivas.


El debate que se ha instalado al interior de la derecha -es decir, entre el gobierno, los diarios, sus poderosos think tanks y sus influyentes players económicos- sobre la pertinencia de aumentar impuestos, se presenta como la primera señal a partir de la cual se dibujará  la dinámica del sector para los próximos cuatro años.

Algunos han intentado ver en la incipiente división una analogía de lo que fueron las dos almas de la Concertación durante los 20 años de gobierno del conglomerado de centro izquierda. Algo así como halcones y palomas del oficialismo (en tiempos de Pinochet se motejaban de duros y blandos).  Por un lado están los Jovino Novoa y los Hernán Büchi, rostros de la trenza UDI-empresarios-Libertad y Desarrollo. El director de éste último, Luis Larraín, lo dijo en su columna del domingo en El Mercurio: “Suponemos que el gobierno que nos rige no ganó las elecciones simplemente para darse el gustito de habitar en La Moneda. Lo hizo para demostrar que sus ideas son mejores para Chile”. Esas ideas no son otras que las del laissez faire económico total, en cuyo credo los impuestos son lisa y llanamente una herejía.

[cita]Subir impuestos, en esta lógica, puede ser incorrecto de acuerdo al manual de Chicago pero perfecto para anotarse un punto político y golpear la cátedra de la sabiduría convencional. [/cita]

En el fondo de ese alegato, visceral y principista, se encierra una pregunta existencial sobre el futuro mediato: si el gobierno va a administrar el statu quo, añadiendo el ingrediente “full eficiencia” (alta gerencia gustan llamarlo), o bien van a aplicar la receta de la ortodoxia liberal, demoliendo cualquier lomo de toro que obstaculice la acción de la mano invisible. Es decir, intentan saber si existe la voluntad de que sean las ideas del sector las que triunfen.

Al frente, ya se sabe, se encuentran el ministro del Interior y algunos influyentes asesores presidenciales, que intuyen que un gobierno exitoso desde el punto de vista de su evaluación de opinión pública (¿existe otro tipo de éxito en la política hoy por hoy?) pasa por sacudirse de la percepción de que la administración Piñera defiende los intereses empresariales. Subir impuestos, en esta lógica, puede ser incorrecto de acuerdo al manual de Chicago pero perfecto para anotarse un punto político y golpear la cátedra de la sabiduría convencional.

Esta tensión natural encierra para la derecha una pregunta y una oportunidad. La interrogante pasa por despejar cual de las dos tesis se  impondrá más allá de esta batalla táctica. De que triunfe una u otra depende el tipo de relato con el que se identificará el piñerismo, es decir su norte estratégico, la idea fuerza con la que este gobierno pase a la historia, al modo como Bachelet logró meter a fuego eso de la “protección social”.

La oportunidad es que los principales referentes del sector, tanto los fácticos como los institucionales, entiendan que el enfrentamiento de los opuestos, en un punto de equilibrio y tensión precisos, es condición sine qua non para entrar al círculo virtuoso del poder. El mismo que le permitió a la Concertación ganar cuatro elecciones consecutivas, con todos metidos dentro del saco a la hora de los qiubos, desde Correa y Tironi hasta Aguiló y la CUT.

Parece algo lógico y de sentido común, pero la derecha chilena, construida más desde la homogeneidad social que desde la diversidad cultural, más amiga de las fórmulas técnicas que de la complejidad intelectual, más dada al turismo que a los viajes, demasiado erudita en recitar leyes pero deficitaria en literatura y cuneta, tiene que pasar la prueba de la blancura de saber administrar sus diferencias en el ejercicio del poder democrático. Porque con bayonetas y bandos no vale. Estamos asistiendo al primer acto.

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