Los estudiantes que protestan contra el gobierno aseguran que es la única forma de garantizar un acceso igualitario. Pero ¿tienen razón?
Uno de los principales reclamos que hacen los estudiantes que desde marzo pasado protestan en las calles de Chile por una reforma educativa es que la educación en ese país sea gratuita.
En la actualidad, sólo el nivel básico es gratuito en la nación andina. A partir del secundario, las escuelas pueden cobrar cuotas.
En tanto, desde que el ex gobernante de facto Augusto Pinochet eliminó la educación terciaria gratuita, en 1981, todas las universidades –tanto las públicas como las privadas- cobran aranceles.
Según un informe dado a conocer esta semana por la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), el 22% del financiamiento de la enseñanza básica y media en Chile proviene de las familias, el porcentaje más alto de ese grupo (donde el promedio es de un 9% de financiación privada).
En educación superior, la inversión privada es aún más alta: el 85%.
Para poder acceder a la universidad, el 70% de los estudiantes chilenos recurre a un crédito, algo que –según los detractores del sistema- deja a miles de jóvenes de clase media y baja endeudados una vez que terminan de estudiar.
“En Chile la educación dejó de ser un mecanismo de movilidad social y pasó a ser lo contrario: un sistema de reproducción de la desigualdad”, sostuvo a este medio Mario Garcés Durán, director de la organización no gubernamental chilena ECO Educación y Comunicaciones.
Para los estudiantes, la solución a este problema es sencillo: la educación debería ser gratuita, así todos tienen el mismo acceso a este derecho básico.
Sin embargo, el gobierno liderado por Sebastián Piñera se opone a este reclamo.
“Nada es gratis en esta vida; alguien tiene que pagar”, afirmó recientemente el mandatario.
Pero ¿qué dicen los expertos? ¿Debería ser gratuita la educación? ¿Garantizaría eso el acceso igualitario, como afirman los estudiantes? Y ¿qué impacto tendría sobre la calidad educativa, que es otro de los reclamos de los manifestantes?
A la hora de citar ejemplos, muchos de los que protestan en Chile miran a la vecina Argentina como un paradigma de lo que debería pasar en su propio país.
En la nación rioplatense todo el ciclo educativo es gratuito, incluyendo las universidades públicas, que son unas de las más prestigiosas del país.
Sin embargo, especialistas consultados por este medio dijeron que la gratuidad del sistema no ha garantizado el acceso de los más pobres a la educación superior.
Según un estudio del Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa), sólo el 12% de los jóvenes de menores recursos del país accede a la universidad.
Alejandra Torres, experta en educación de Idesa, dijo a BBC Mundo que esto se debe a que la mayoría de personas de hogares más humildes abandona la escuela antes de llegar al ciclo terciario.
Torres también destacó otra particularidad de la educación argentina: según mediciones internacionales, los alumnos de escuelas y universidades argentinas tienen un nivel educativo inferior a la de sus pares chilenos.
Esto es particularmente curioso, debido a que Argentina es uno de los países de la región que más invierte en educación: le dedica el 6,4% de su producto interno bruto (PIB).
En comparación, Chile destina el 4,6% de su PIB al sector educativo (una cifra por debajo del promedio de la OCDE, del 6%).
Para Torres, el secreto del éxito para una educación de calidad con inclusión social no es sólo cuánto se gasta en educación, sino principalmente cómo se lo gasta.
En ese sentido, la experta consideró que Argentina concentra demasiados recursos en proveer un acceso gratuito a la universidad, cuando debería enfocarse en fortalecer la escuela básica y secundaria.
Jorge Sequeira, director de la Oficina Regional de Educación para América Latina y el Caribe de la Unesco (con sede en la capital chilena, Santiago), coincidió con esta postura.
Sequeira dijo a BBC Mundo que el ciclo básico y secundario debería ser gratuito en aquellos países que pueden costearlo (como Chile), pero desmereció la importancia de la educación superior gratuita.
“Ofrecer acceso a la escuela de forma gratuita ayuda a toda la familia, porque disminuye los costos, pero el acceso gratuito a la universidad beneficia principalmente al joven que estudia”, diferenció.
Según los cálculos de la Unesco, quienes asisten a la universidad con ayuda de un crédito tardan en promedio 10 años para recuperar la inversión en sus estudios.
El problema en Chile es que muchos universitarios optan por carreras humanísticas que tienen poca salida laboral o ofrecen sueldos bajos, por eso muchos permanecen endeudaos por más tiempo.
Para Sequeira, tanto en Chile como en otros países debería darse una mayor valoración a las carreras técnicas, que muchas veces generan empleos más redituables.
“No todos los estudiantes que se gradúan del secundario deben ir a la universidad”, señaló.
Tanto el director regional de la Unesco como la experta de Idesa coincidieron en que más que un sistema gratuito, la solución para un acceso igualitario a la educación terciaria es ofrecer un programa de becas o subsidios para que los más pobres puedan asistir a la universidad que elijan.