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En los años 90, Castillo Velasco vaticinó la revuelta estudiantil: «Se está gestando una inconformidad»

En los años 90, Castillo Velasco vaticinó la revuelta estudiantil: «Se está gestando una inconformidad»

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En entrevista con el ensayista Hernán Dinamarca, el fallecido arquitecto abordó materias como la participación de los jóvenes en las discusiones públicas, el deterioro de una ciudad como Santiago debido a la mercantilización de libre uso del suelo, y los riegos que sufren partidos como el suyo -la DC- de desaparecer.


Este jueves, la noticia del fallecimiento del Premio Nacional de Arquitectura (1983), Fernando Castillo Velasco, conmovió a varios. La muerte del destacado líder de la Democracia Cristiana, emblemático ex alcalde de La Reina y ex rector de la Universidad Católica fue lamentada en extenso por personajes del ámbito político y cultural, así como por ciudadanos en las redes sociales. El deceso se debió a su debilitado estado de salud producto de su avanza edad (94 años).

En noviembre de 1996, el ensayista Hernán Dinamarca entrevistó a Castillo Velasco. Hoy, a pocas horas de conocerse su sensible fallecimiento, llama la atención lo contingente de sus respuestas. Del libro Bolero de Almas: conversaciones de fin de siglo con Viejos Sabios, estos son extractos del diálogo donde resalta una mirada sobre los estudiantes que resultó profética. «Es mi homenaje a un gran señor que camina hacia el misterio», señala hoy su autor.

– Usted como Rector de la Universidad Católica en la Reforma Universitaria, junto a toda su familia, vivió intensamente los años 60. ¿Qué piensa sobre esa década?
– Fue una época muy hermosa, pero, tal vez por haber sido impulsora y soñadora de ideales inconstruibles en ese momento, provocó una reacción tan brutal en muchos países del mundo -por ejemplo, las dictaduras militares en Latinoamérica.

– ¿Cuáles eran esos ideales?
– Generar una capacidad de no operar por estamentos separados: los jóvenes arrinconados en una cosa, los viejos en otra, sino una gran gesta de participación. Los jóvenes de la Universidad Católica pedían un espacio para trabajar, y yo se los abrí y me siento muy orgulloso por haber confiado en ellos. Y no fui defraudado, porque la Universidad Católica nunca fue más católica que en la época de la Reforma, nunca fue más solidaria, nunca fue más cristiana, más humana y más creativa. La reciente historia de Ricardo Krebs sobre la Universidad no hace sino una apología a la Reforma, aunque diga que después vinieron los rectores militares a poner orden.

– Usted debe haber sufrido mucho por ese cierre abrupto de un período tan creativo.
– No sufro, pues hay que comprender que cada época tiene sus actores y siempre hay algo positivo.

– ¿Es necesaria una segunda reforma universitaria?
– Pienso que hay que preocuparse seriamente de las universidades. La inercia provocada por Pinochet se está terminando. Todo el mundo quiere vivir un mundo creativo y adecuado al tercer milenio; entonces nadie puede estar por mucho tiempo más tan callado. A mí me parece increíble la actitud estudiantil mostrada hasta ahora: su falta de energía, de iniciativa. Las autoridades universitarias tienen que plantearse una visión más participativa de los estudiantes. Estas aguas mansas de hoy día van a verse tremendamente conmovidas en un futuro no muy lejano si no sabemos mirar de otra manera el futuro. Lo menos que se puede uno imaginar son las mismas revueltas estudiantiles que hubo en los años 60.

– Pero parece que son los propios jóvenes quienes no quieren participar.
– No quieren participar porque no sienten que haya un espacio; pero por dentro se está gestando una inconformidad.

– ¿Y cómo se expresa hoy esa inconformidad?
– Lo he visto en una pequeña universidad, donde, pese a que intenta abrir cauces de participación, los alumnos miran con desconfianza lo que ocurre, sin hacerse parte muy activa. Pero eso es porque todavía se sienten defraudados; sin comprender aún que esa sensación puede ser corregida por su propia acción.

– Usted ha tenido mucha cercanía afectiva con actitudes políticas rebeldes y radicales, en el sentido de ir a las raíces. ¿Por qué entonces se ha mantenido en la Democracia Cristiana, que si bien tuvo su origen inconformista, ha devenido institucional, un partido muy sistémico?
– Me alimento en las raíces de la Democracia Cristiana, y cada vez que puedo actuar en la vida pública lo hago inspirado en esos principios y creo que el resultado es bueno, por lo tanto no tengo por qué quejarme de ser democratacristiano. Ahora, si participara activamente en política partidaria trataría de propiciar cambios en la Democracia Cristiana de hoy día, pero como no participo no me puedo quejar.

– ¿Y usted no cree que la Democracia Cristiana, como otros grandes partidos de la historia chilena -el Partido Radical, por ejemplo- corre el riesgo de desaparecer?
– Sí, claro que corre el riesgo. Por lo mismo, creo que hay que buscar sus raíces, la encendida vocación transformadora que tuvieron los creadores del partido.

– Esa es la manera, según usted, de darle continuidad; pero ¿cuál es el riesgo actual que podría significar su pérdida de influencia?
– El riesgo que usted menciona: que pueda terminar como una especie de Partido Radical, que se extingue por no provocar nuevas visiones.

– Usted piensa que las ciudades tienen que ser espacios donde se garantice la calidad de vida. Pero, ¿esto no le parece un contrasentido cuando la Historia indica que vivir en cualquier ciudad es negar la calidad de vida, por el ruido, el hacinamiento? ¿Ha existido una ciudad de la modernidad que fuera acorde con la calidad de vida?
– Hay ciudades viejas que han construido sectores nuevos para acoger las necesidades masivas de una población creciente, preservando su núcleo central y construyendo ciudades satélites bastante vivibles. En Inglaterra hay varias ciudades nuevas. Creo que es posible corregir el desarrollo de la ciudad, haciéndola más amable y conquistando una calidad de vida que será distinta a la vida abúlica del campo, pero tendrá valores.

– ¿Y la ciudad de Santiago puede ser vivible?
– La ciudad necesita hoy un lugar intermedio entre el espacio privado y el público. El espacio público antes era una prolongación del espacio privado. Hoy, en cambio, el espacio público es ajeno a la vida humana, es el predominio del automóvil, los gases, el ruido, por tanto se hace necesario crear un espacio intermedio. Es tan simple como eso. Si cada construcción fuera previendo ese espacio intermedio la ciudad se haría más vivible. Hoy un municipio no saca nada con hacer más parques, pues son espacios no utilizables por la gente, porque entremedio está el espacio público que es antiurbano y antihumano. En Satiago veo parques, como el Juan XXIII, desocupados, encerrados por una reja, vacíos, entonces es en el espacio intermedio donde está la vida de la gente en comunidad; 100, 40, 50, 30, 500 familias que tienen espacios intermedios con guardería infantil, juegos de niños, cultura y de ahí salen cuando tienen que ir a otra parte.

– Es la utopía arquitectónica suya de los condominios.
– Claro, pero no es utopía. La gente que ahí vive dice que está feliz, entonces no es utópica una realidad tan precisa como ésa.

– En Santiago ocurre que los nuevos centros habitacionales son condominios, pero amurallados.
– Claro, son hechos para la especulación, pero no son condominios para la vida. En esos «condominios» el lugar colectivo es el que sobra del terreno impuesto por la norma.

– Quiero insistir en que los condominios amurallados actuales no solucionan el problema de la ciudad, pues no sé si permitirán que toda la ciudad sea un gran condominio.
– El temor que genera el amurallamiento es una cuestión de época, transitoria. Pero si se organiza el espacio urbano con un área intermedia, una visagra entre lo público y lo privado, un área donde densificas, construyes una torre en el centro, dejas unas casas, abres espacios, creas los lugares de estar, guarderías, le pones un puente de comunicación entre una manzana y otra para que los niños pasen, es decir, permaneces en lo más cotidiano en ese dominio acorralado, desplazando al espacio público. Entonces los muros que hoy son de protección a los asaltos, podría llegar a ser de protección al espacio intermedio con respecto al espacio público, nada más. Hay que ajustar la vida en comunidad a la vida urbana en general. Allá en Ñuñoa estoy tratando de generar un gran polo comunal en Pedro de Valdivia esquina Irarrázaval, con una gran mega estructura que va a tener comercialmente de todo, y eso es complementario con la vida tranquila, abúlica, de los sectores residenciales.

– ¿Eso es lo que usted llama el nuevo urbanismo convivial?
– Sí.

– Tal vez eso pueda hacerse en una comuna como Ñuñoa, homogénea socialmente y con voluntad política en sus autoridades, pero ¿qué pasa en Santiago, donde hay tanta diversidad social, tanta pobreza?
– La pobreza es artificial. Es la condición de vida de la gente lo que la hace ser de extrema pobreza. Si usted entra incluso al pie del río Mapocho, encuentra gente limpia, culta, deprimida, pero cuidando a sus hijos, con concepto de familia y de solidaridad social. Entonces, el día que se comprometa a esa gente a construirse su propio hogar solidariamente, junto a las autoridades, como yo lo hice hace 20 años en la Comuna de La Reina, en la Villa La Reina, se empieza a acabar esa pobreza que es física.

– Pero hay que tener la voluntad para hacerlo.
– La voluntad es gratis, pues hombre, entonces ¿por qué no se tiene voluntad?

– ¿Y cuándo se jodió Santiago?
– La destrucción real comenzó con la dictadura cuando declaró al suelo urbano una mercancía de libre uso. Hasta antes la ciudad tenía capacidad para ser planificada, la vía Américo Vespucio debió haber funcionado o, sino, haber hecho otro anillo concéntrico más allá, pero llevando un control. Pero cuando se planteó la libertad y los fundos de la periferia de Santiago se transformaron en campamentos…

– ¿Y esa ley sigue vigente?
– No. Hay una nueva que trata de limitar y achicar las áreas de libre disposición, porque también el Gobierno de Pinochet se dio cuenta de lo que estaba haciendo y puso límites, aunque tardíos y blandos.

– ¿Cuáles son los principales problemas de Santiago?
– La mala planificación a través de los planos reguladores, la falta de descentralización de las acciones, entre otras, pero ninguna tiene que ver con incapacidad económica, técnica o intelectual, sino que todas tienen que ver con la voluntad.

– Pero el smog, la basura, el parque automotriz y el transporte público, ¿cómo se resuelven?
– El problema vehicular se resuelve con una permeabilización de la ciudad actual. Esta se choca por todas partes, no tiene continuidad. Hay que proyectar obras como la vía Santa Isabel en vez de pensar en una prolongación del metro que abastece al 8% de los pasajeros. Si esa inversión de millones de millones de dólares se usa para permeabilizar la ciudad, para hacer sistemas de trolebuses, y todo con la participación de las comunas, creo que logras muchas cosas. Además, evidentemente, hay que controlar la importación de automóviles.

– ¿Cuáles son los intereses que frenan las soluciones?
– Falta una capacidad de operación concertada. Falta que el gobierno regional, usando el cúmulo de las energías comunales, sea el punto donde toman contacto las políticas nacionales del gobierno para administrar la ciudad de una manera coordinada. No puede ser que el Ministerio de Vivienda, el Ministerio de Obras Públicas, el Ministerio de Transporte anden cada uno por su sector.

– Usted piensa en un gran gobierno regional.
– Un gran gobierno regional con un comité directivo interministerial del plan maestro en el cual se coordinen todas las iniciativas.

– ¿Hay otras ciudades en el mundo que hayan resuelto de este modo su problema?
– Sólo sé que hay ciudades que funcionan y ciudades que no funcionan. México no funciona, Caracas no funciona y Santiago funciona a medias, pero París funciona y Nueva York funciona.

– Quedo con la impresión que todo consiste en tener la voluntad política en un gobierno regional que sea capaz de…
– No es tener la voluntad, es tener la sensibilidad para poner la voluntad. Porque la voluntad todo el mundo la tiene, cada uno está voluntariamente tratando de hacer lo mejor, pero la sensibilidad, o la capacidad, o la reflexión suficiente es otra cosa. Porque pasa que todas las cosas se hacen por sectores, un organismo del gobierno central llega y proyecta paraderos de buses en la Avenida Grecia, no le pregunta a nadie e invierte millones de dólares para qué; pero si ese organismo fuese parte de un sistema integral de pensar las cosas…

– Una centralidad reflexiva que apunte a soluciones y que descentralice la acción al entregar a lo local la participación en la solución de las cosas.
– En todo. La base social se puede equivocar a veces y hacer una cosa mal, pero mucho más grandes son los  errores venidos de una autoridad ajena a la base».

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