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El candidato a diputado por Las Condes que vivió en campamentos hippies y nunca vio tele cuando niño La increíble historia de Sebastián Iglesias Sichel que conoció a su papá solo hace siete años

El candidato a diputado por Las Condes que vivió en campamentos hippies y nunca vio tele cuando niño

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Alejandra Carmona López
Por : Alejandra Carmona López Co-autora del libro “El negocio del agua. Cómo Chile se convirtió en tierra seca”. Docente de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile
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Tres personajes fueron clave en su vida: su abuelo, su abuela y su mamá. En medio del hippismo de los 80, Sebastián creció entre carpas, sin luz, recorriendo Latinoamérica ‘a dedo’ y montado en camiones, leyendo los libros que llegaban por casualidad a sus manos mientras vivía en una casa tomada en Concón. A los 11 años se enteró que el hombre al que le decía papá, no lo era y que ese nombre le correspondía al ingeniero forestal Antonio Sichel, en una historia que afirmó su convicción política de legislar sobre la integración. Decidió buscarlo a los 30 años. A esa edad, cuando muchos podrían perder a sus padres, él encontró al suyo.


“No existen familias incorrectas o correctas, lo esencial es el amor”, dice el diseño de un cartel que Sebastián Iglesias Sichel (DC) guarda en su IPhone, cubierto por una carcaza con la tradicional lengua-ícono de los Rolling Stone.

Es una de las cinco frases que se imprimirán en pancartas y afiches como parte de su campaña a diputado por el distrito 23 Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea. Es parte de la distinción generacional entre los nombres ‘promesa’ que lo precedieron en la Democracia Cristiana, partido en el que milita desde 2001, como Claudio Orrego, que se distanció del matrimonio igualitario durante su campaña presidencial.

Sebastián quiere defender en el Congreso la idea de que no todas las familias se ciñen a la misma caricatura: hijo, papá, mamá. Que las mamás solas y solteras también pueden construir una familia o que ésta también se puede adquirir por afecto. No sólo porque en cualquier parte de Chile es obvia la realidad, sino porque él mismo, hace siete años, no conocía a su papá. Tampoco tenía el apellido Sichel. Hace siete años comenzó a destejer su propia historia.

NIÑO HIPPIE

Cuando nació, el 30 de julio de 1977, Sebastián fue inscrito como hijo natural con el nombre Sebastián Sichel, el apellido de su padre; un adolescente de 17 años que tuvo una relación con su mamá cuando eran amigos del barrio en la comuna de Las Condes. La historia se escondió bajo la alfombra, como aún sucedía en muchas familias acomodadas en la década del ‘70. Sichel nunca supo que había tenido un hijo. O, al menos, no con certeza.

Sebastián tampoco, porque empinándose hacia los dos años, su mamá Ana María Ramírez, se enamoró de Saúl Iglesias, un hippie del puerto de San Antonio, con el que creció pensando que era su papá. Cuando él y su mamá se casaron, su apellido original voló y fue reemplazado por el de Saúl; un trámite fundamental para que el niño los acompañara en la travesía que a fines de la década de los ’70 les rondaba por la cabeza y emprendieron por cerca de seis meses: recorrer algunos países de Latinoamérica vendiendo aros.

[cita]Un día, hace siete años, su papá Antonio Sichel, enterado de que Sebastián había comenzado su búsqueda, lo llamó a su casa. Nervioso y sin conocerlo, se reunieron como en una cita a ciegas en un restaurante del barrio Italia. Y Sebastián, que nunca sintió vacío de afectos, lo vio y se reconoció en él: en su porte alto, en los gestos, en el gusto por la vida al aire libre, los asados, en la nariz afilada. Lo vio y no tuvo dudas de que era él. Incluso corre como él, con los codos doblados y los brazos a la altura del pecho. [/cita]

Sebastián tiene recuerdos vagos de esos meses y en los flashback, la secuencia pierde orden: él subiendo a un camión, después de hacer dedo en una carretera; él con no más de tres años viviendo en un edificio derruido en Sao Paulo; su mamá vendiendo aros; peregrinando por lugares tomados; más familias sumándose a la aventura; otro camión a dedo. Argentina, Brasil…

-¿Pero no recuerdas nada más concreto?
-La verdad es que no. Yo he tratado de sacar cuentas de cómo fue ese tiempo, de ponerle fechas, pero ha sido imposible. Mi mamá tampoco recuerda bien –responde mientras espera un cortado en una cafetería de Providencia, abrigado con una compuesta chaqueta azul que en nada podría recordar su infancia. Aunque esa es su marca.

Después del viaje por Latinoamérica y de vivir otros meses en carpa en Horcón, su mamá y Saúl se tomaron una casa en Concón, un lugar que cree, era de un exiliado que debió arrancar del país post Golpe.

Ahí, sin luz ni agua potable. Sin televisión, al margen de los programas que construyeron a los niños de los ’80, Sebastián comenzó a leer sin parar. Sobre todo textos de historia, un ramo en el que durante toda su vida escolar tuvo promedio 7. Devoró textos como los de Frías Valenzuela o Gonzalo Vial, porque “no había más”, comenta resignado. Eran libros que recolectaba. También acumuló la colección completa de Mampato; la aprendió de memoria por números y capítulos.

Los recuerdos de esa época son mágicos, pero tienen que ver más que nada con sensaciones. De hecho, había olvidado la imagen de la casa, y volvió al lugar hace poco para ver cuál había sido su destino.

Porque de ese espacio, la memoria no sólo colecciona recuerdos de mar, la libertad y la lectura, sino el primer golpe de su vida. Tras la separación de sus padres, en crisis por dejar Concón y volver a Santiago, Sebastián supo que el señor que se alejaba de su mamá, Saúl Iglesias, nunca había sido su papá.

PUNK, ABOGADO, DEMOCRATACRISTIANO

Durante toda su vida, Sebastián tuvo otros dos padres satélites: su abuelo Guillermo Ramírez y su abuela Ana Alvarado. Ellos siempre estuvieron pendientes de él. Si vivía con su madre en Concón, ellos se acercaban. Así, su abuelo-padre, cuando Sebastián enfrentó el secreto que se le reveló a los 11 años: que su progenitor no era Saúl, sino que un ingeniero forestal llamado Antonio Sichel, le dijo: “Tú no te preocupes de nada. Acá el papá soy yo”. De alguna forma, Guillermo siempre parchó con amor la historia y no hubo vacío.

De vuelta en Santiago, con su mamá se instaló en una mediagua que estaba en la parte trasera de una vulcanización en Colón Oriente, así siguió estudiando, prendido de la historia y de los libros de Herman Hesse, que incluso volcaron a dos de sus amigos más cercanos al movimiento Hare Krishna. Mientras él seguía leyendo, interesado en las carencias sociales, siempre con buenas notas, el eterno presidente de curso. Rebelde y punketa.

A los 18 años se quedó solo viviendo en ese lugar, cercano siempre a una de las mujeres que más quiere: su hermana Banya Iglesias (31). Un nombre inventado que sólo lleva ella, además de otra niña que nació en medio de las tomas hippies en las que vivían.

“Yo dejé esa casa al final porque ni eso podía pagar y me fui a arrendar una pieza en Independencia para poder seguir estudiando”, cuenta.

Obtuvo tan buenos puntajes en la PAA que se anotó la beca Padre Hurtado para estudiar Derecho en la Universidad Católica y empezó a conocer de cerca el mundo de los trabajos voluntarios. “Tenía un rollo con la cosa de la equidad porque había vivido en todos los lugares posibles. Una de las gracias del Liceo Alexander Fleming, donde estudié en Santiago, es que tenía estudiantes muy cuicos y otros con ni un peso. En la Católica era todo lo contrario. Yo he vivido de todo”, cuenta.

Dice que es ese mismo relato el que lo hace comprender que la renovación en la política, sobre todo en su partido, tiene que sobreponerse al valor testimonial. Que ser joven y embarrarse los pies en terreno ya no basta para hablar de transformación generacional. “Los que nos quedamos atrás en la renovación de ideas estamos repitiendo frases conservadoras como hace 40 años”, dice, y por eso su historia, con todo: sus viajes, sus peregrinajes y su modelo de familia, también forman parte de universo sobre el que construye las propuestas ahora que es candidato a diputado.

Para Sebastián, la integración es el gran tema que debe estar presente en la agenda de cualquier funcionario público que se siente en el Congreso. “La Ley antidiscriminación por el caso Zamudio no resuelve otros avances. Es una sociedad que está atada a una serie de discriminaciones que los legisladores estamos llamados a romper”, comenta, seguro de que siendo una carta DC puede desplazar a la derecha de un reducto que la Alianza siempre ha sentido propio, pero que es también un terreno que Sebastián conoce desde siempre.

Ahora también vive en Las Condes, con su mujer Bárbara y sus dos hijos: Pedro (3) y Julián (2 meses), que también lo apoyan en la campaña que ahora lo hace aparecer como si tuviera tres apellidos: Sebastián Iglesias Sichel Ramírez; aunque la verdad es que en el Registro Civil, Iglesias figura como su segundo nombre.

Hace siete años, después de conocer a Bárbara y pensar que con ella quería formar una familia, se impuso la tarea de contarle a ella toda su historia (era la primera vez que la contaba) y buscar a su padre. Además, tras la muerte de su abuelo, hace 11 años y la pérdida de memoria de su abuela, que vive con Alzheimer, quiso saber de dónde venía.

Un día, hace siete años, su papá Antonio Sichel, enterado de que Sebastián había comenzado su búsqueda, lo llamó a su casa. Nervioso y sin conocerlo, se reunieron como en una cita a ciegas en un restaurante del barrio Italia. Y Sebastián, que nunca sintió vacío de afectos, lo vio y se reconoció en él: en su porte alto, en los gestos, en el gusto por la vida al aire libre, los asados, en la nariz afilada. Lo vio y no tuvo dudas de que era él. Incluso corre como él, con los codos doblados y los brazos a la altura del pecho.

Por cariño al apellido Iglesias, lo conservó como segundo nombre; y sumó Sichel como primer apellido. No sólo eso, también sumó tíos, hermanos, hermanas, primos. Toda una familia que no conocía y que no sólo le permitió tejer su propia historia en lo personal; sino también en la política.

-Mis abuelos fueron un salvavidas enorme. Yo soy lo que soy gracias a ellos y tiene que ver con lo que yo he resuelto en política sobre mis convicciones y eso va desde la defensa de la familia hasta el matrimonio igualitario. Hay una elite que cree que la familia está constituida por padre, madre e hijos. Estamos discriminando a un montón de personas que están fuera de este sistema. Hay un conservadurismo en la sociedad chilena que no le permite aceptar algo tan distinto como esto. Hay muchos católicos que no aceptan a hijos de familias separadas. Tenemos ley de divorcio hace nada y aún hay gente que cree que los hijos de separados son delincuentes. O sea, vivimos en una sociedad que se construyó en base a la discriminación. Y la vida te demuestra siempre que no es así, que la familia es tu grupo de afecto y tiene mil composiciones no sanguíneas. Lo que yo viví es otra cosa.

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