La igualdad meritocrática de oportunidades es una de las más importantes ficciones creadas por las democracias contemporáneas. Ficción necesaria para su propio funcionamiento, pero ficción al fin.
Por estos días se encuentra de visita en Chile François Dubet, uno de los sociólogos franceses más influyentes a la hora de repensar el papel de las instituciones escolares en las democracias, tanto desde el punto de vista de su rol público como desde los desafíos de justicia social que hoy por hoy tienen los sistemas escolares.
Tal vez, después de Pierre Bourdieu, es François Dubet quien más ha aportado en la construcción de un saber crítico sobre lo que la escuela produce y reproduce en las democracias contemporáneas; saber crítico, el suyo, por lo demás, que ha molestado tanto a conservadores como a los que se autodenominan progresistas de cara al diseño de políticas públicas en educación.
Actualmente, François Dubet es profesor emérito de la Universidad de Bordeaux, director de estudios en el Centro Emile Durkheim, en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) y en el mítico CADIS, el Centro de Análisis y de Intervención Sociológicos de esa misma escuela, fundado por Alain Touraine el año 1981 y que albergara en su seno a célebres MAPU chilenos. Dubet es un sociólogo de trato ameno, cordial y cercano. En efecto, muchos chilenos lo conocen ya desde la época de la dictadura, pues colaboró con algunas fundaciones chilenas (v. gr., fundación SUR, ligada al MAPU) en pro de la defensa de los Derechos Humanos o en apoyo a los movimientos sociales de la época. No obstante, su influencia intelectual es profunda como extensa es su producción científica. Así lo prueba su obra, entre libros y artículos, traducidos al alemán, al inglés, al portugués, al italiano, al español, al chino o al japonés, muchos de ellos ocupados en develar, desde una posición más empírica que ideológica, las ficciones de la meritocracia escolar.
En varios de sus escritos, Dubet nos recuerda que, algo que parece muy simple de decir, es tan sólo un a priori teórico más: la igualdad meritocrática de oportunidades debe ser la figura principal a la hora de definir lo que es la justicia escolar.
El punto de interés es que, sin duda, este es el modelo de justicia elegido por las democracias contemporáneas. Permitiría que todos los estudiantes que participan en una misma competencia escolar tengan las mismas oportunidades de éxito, sin que directamente los resultados sean afectados por las desigualdades de fortuna o nacimiento. Así las cosas, se supondría que, al jerarquizar a los alumnos sólo en función de su mérito, la igualdad de oportunidades eliminaría las desigualdades sociales, sexuales, étnicas o todas aquellas propias de los individuos.
[cita]Cuando le preguntamos por la posibilidad de abrirse al mercado ante la crisis que hoy vive el sistema público escolar francés, nos responde taxativo y en extenso: “La escuela pública francesa tiene dificultades, y es ya un sistema mixto en el que hay un 20% de educación privada subvencionada. Pero, aparte de algunos ideólogos, nadie piensa que la solución esté en la introducción de políticas liberales. Lo que hay más bien es unos consensos sobre la necesidad de elevar la calidad pedagógica de los profesores, sobre dotar a los establecimientos de mayor autonomía pedagógica… la tradición escolar francesa es la de la escuela pública y es en la tradición de la escuela pública donde se deben hacer las reformas”.[/cita]
Dicho de otra manera, la propaganda meritocrática –nos lo recuerda Dubet en L’école des chances (Seuil, 2004)– afirma que la igualdad de oportunidades sería la única manera de producir desigualdades justas cuando se considera que los individuos son fundamentalmente iguales, y sólo el mérito podría justificar, de este modo, las diferencias de ingresos, de prestigio, de poder, etc., que producen las desigualdades de desempeños escolares.
Sin embargo, toda esa construcción teórica, todo ese modelo de justicia escolar, es tan sólo real en términos a priori: el modelo de igualdad meritocrática de oportunidades es en rigor una de las más importantes ficciones creadas por las democracias contemporáneas. Ficción necesaria para su propio funcionamiento, es cierto, pero ficción al fin.
Lo que sucede es que las consecuencias sociales de los fracasos y los éxitos escolares no dejan de profundizarse con la promoción del principio de la igualdad meritocrática de oportunidades y del acceso a todos a la educación. Los buenos alumnos, los que también son los más favorecidos desde el punto de vista social, reciben siempre una enseñanza mejor y más cara. Cuando un alumno es de origen favorecido, más chances tiene de ser buen alumno, y cuanto mejor alumno es, más se le ofrece una enseñanza de buena calidad. Además, la demanda segregativa de las familias acentúa las desigualdades escolares y –por esa vía– las desigualdades sociales. La oferta escolar está lejos de ser igual, homogénea y, de manera general, los sistemas escolares tratan menos bien a los niños menos favorecidos socialmente.
Así las cosas, la pregunta que Dubet le hace al impasse meritocrático es por lo tanto crucial: ¿cómo seguir siendo igual a todos, teniendo desempeños y resultados desiguales? Pues bien, nos dice que, para salir de ese impasse, que es la contradicción fundamental de las sociedades democráticas liberales, se debe inventar una ficción creíble que haga del desempeño desigual de los alumnos el producto de su mérito concebido como la manifestación de su libertad y, por ende, de su libertad. En efecto, la ficción más eficaz y la más común consiste en hacer como si los resultados escolares de los alumnos fueran la consecuencia directa de su trabajo, de su coraje o de su atención en clases. El mérito escolar es más una creencia que una realidad. Ficción a todas luces cruel, pues ya conocemos a los perdedores del sistema antes de cualquier resultado, pero les hacemos creer en una ficción que los perjudica y posterga.
Cuando le preguntamos por este punto en nuestra conversación, no duda en decirnos que “en las sociedades democráticas, la igualdad de oportunidades es el criterio de justicia escolar principal. Pero este modelo es muy difícil de realizar en las sociedades desigualitarias. Es más, se trata de un modelo que puede engendrar todavía más grandes desigualdades entre los buenos y malos alumnos. Es necesario, por lo tanto, atenuar la igualdad de oportunidades por un ‘principio de diferencia’, tal como decía Rawls, que consiste en elevar lo más posible el nivel de los alumnos menos favorecidos socialmente que son, al mismo tiempo, los más febles escolarmente.”
En ese sentido, es bueno hacer una comparación equilibrada con Finlandia. Nos dice que “la comparación no significa que debamos imitar a Finlandia en todo, sino que debemos aprender correctamente de una buena comparación. Por ejemplo, la calidad de la formación de profesores es buena para cada nivel escolar de los estudiantes, y buena para las febles desigualdades escolares. En el mismo sentido, la selección escolar tardía es también muy buena en lo que concierne a la igualdad por nivel escolar. Uno no puede pretender ignorar los buenos ejemplos”.
Nos agrega que “ni los chilenos, ni los franceses serán nunca finlandeses, pero uno puede saber cómo lo hacen los finlandeses o los canadienses para obtener buenos resultados. En ese sentido, la medición por nivel hecha por PISA puede ser criticada, pero en lo que concierne a las desigualdades escolares parece muy sólida. Por esto, desde mi punto de vista PISA es un progreso, independiente de si muchos países, por ejemplo Francia o Gran Bretaña, se decepcionan por los resultados. Si yo fuera chileno, y si Bachelet está planeando una reforma con elementos de la OCDE, yo apoyaría a Bachelet, pues la OCDE no es del todo liberal, sino más bien socialdemócrata.”
Cuando le preguntamos por la posibilidad de abrirse al mercado ante la crisis que hoy vive el sistema público escolar francés, nos responde taxativo y en extenso: “La escuela pública francesa tiene dificultades, y es ya un sistema mixto en la que hay un 20% de educación privada subvencionada. Pero, aparte de algunos ideólogos, nadie piensa que la solución esté en la introducción de políticas liberales. Lo que hay más bien es unos consensos sobre la necesidad de elevar la calidad pedagógica de los profesores, sobre dotar a los establecimientos de mayor autonomía pedagógica… la tradición escolar francesa es la de la escuela pública y es en la tradición de la escuela pública donde se deben hacer las reformas. El principal problema de la escuela francesa es su dificultad de reformarse al mismo tiempo que defiende el modelo republicano. El riesgo mayor es el de idealizar estos modelos y es por eso que la prueba PISA es ese sentido una buena cosa: nos obliga a devenir un poco más pragmáticos.”
François Dubet dará la conferencia “El mito de la igualdad de oportunidades” este viernes 07 de noviembre, a las 11:00 de la mañana, en el Aula Magna de la Universidad Católica Silva Henríquez, ubicada en General Jofré 462, Santiago.