La Bolocco mayor, Rafa Araneda, Vivi Kreutzberger y un largo etcétera, son figuras que necesitan a la Teletón mucho más de lo que el evento los necesita a ellos. Figuras que basan sus contrataciones, sus charlas de autoayuda, la venta de ollas y ropa, y todos sus pitutitos en esta simple aparición. Así sobreviven al olvido, enarbolando la bandera de la solidaridad. Por eso la necesitan tanto.
Tengo la sensación de que esta Teletón no es como las anteriores. La imagen de intocable de Don Francisco, que salvo en un par de emblemáticos momentos, como cuando Mike Patton lo trató de “Don Corleone”, ya no es tal y se ha notado.
En esta versión, más que en ninguna otra, las críticas en redes sociales y algunos medios sobre el rol de la campaña solidaria, el aporte que entrega a la sociedad, el descuento de IVA de los asociados y esa seguidilla de mitos urbanos que rondan sobre su transparencia y conveniencia, han enlodado más que otras veces el único evento de estas características del país.
Más allá de las opiniones personales y de toda esta crítica mercantilista que en cierta forma me parece acertada y comparto; más allá, incluso, del juicio moral que significa para los chilenos medios el chaquetear o no a la Teletón, quiero detenerme en lo que nos compete: la pantalla.
En un año especial, en el cual lo más visto de la TV han sido teleseries extranjeras y ficción cebollera como “Lo que Callamos las Mujeres”, de Chilevisión, ninguno de los rostros que se asoma como animador del evento solidario tiene ni el glamour ni la preeminencia mediática que tuvieron en el pasado otros animadores o ellos mismos, incluso.
Es más, con Don Francisco fuera de pantalla en la TV local por casi todo el año, salvo su estelar de conversación que no marcó muy bien, este es el primer año en que la Teletón pide a gritos un poco de glamour. Tanto así que ni el festival de codazos y empujones de otrora causa el mismo revuelo mediático. Y, claro, a quién le importan codazos entre animadores que han perdido brillo.
Y hablo de una vedetón con niñas que ya no tienen ni pantalla en la que lucirse luego de la alicaída actualidad de los programas de farándula. Hablo de rostros insignes de la campaña que ni siquiera están en TV y que usan esta plataforma para mantener vigencia cuando en realidad la pantalla chica los tiene en un autoimpuesto exilio mediático vestido elegantemente de año sabático, receso, otros proyectos o como sea que lo hayan calificado cada uno de ellos.
Hablamos de la Bolocco mayor, Rafa Araneda, Vivi Kreutzberger y un largo etcétera, son figuras que necesitan a la Teletón mucho más de lo que el evento los necesita a ellos. Figuras que basan sus contrataciones, sus charlas de autoayuda, la venta de ollas y ropa, y todos sus pitutitos en esta simple aparición. Así sobreviven al olvido, enarbolando la bandera de la solidaridad. Por eso la necesitan tanto.
Pero la Teletón no está ni cerca de morir, por el contrario. Somos solidarios, estamos siempre presentes y nos emocionamos con las historias de los niños símbolo incluso cuando después ni recordamos sus nombres. Nos compramos este cuento de país de gente que ayuda a los demás, cuando en realidad vemos con total impunidad el día a día repleto de injusticias. La teletón es tan chilena como el mote con huesillo y Alexis Sánchez. Tan chilena como el Pato Yáñez o el Toqui Lautaro.
¿Quién no conoce a alguien en su familia o cercanos que ha sido beneficiado por la Teletón? Al final siempre es lo mismo… El deporte nacional es el chaqueteo pero la meta se cumple, la gente sonríe. Despertamos todos el domingo con una sensación de haber hecho lo correcto. Y queramos o no ser parte de esta campaña, igual nos importa saber si se llegó o no a la meta.
Eso sí, quizás habría invitado a Onur, el galán de «Las mil y Una Noche». A la modelo de “Manos al fuego” que no está en la lista de la vedetón, al Tarro y sus amigos, que la rompieron en redes sociales con su video… No sé, me parece que no todo en la vida es la “carta segura”. Es más, me atrevería a asegurar que si el evento lo anima Karol Dance solo, como lo hizo en el norte y el sur este año, la rompe sin necesidad de nadie más.
Falta espacio para otros, falta una señal clara de continuidad y modernidad. Falta un refresh y no solo frente a la pantalla, también detrás.
Me parece que ese halo de camarilla televisiva, el despotismo en HD, siguen siendo el gran problema de una campaña que mal que mal representa el espíritu nacional. Un músico me decía el otro día: “Me llamaron de la Teletón y me ofrecieron las penas del infierno por negarme a participar”.
Su banda es una de las más top del país, pero no comulgan con ese estilo confrontacional y asegurado que muchos se sienten con derecho a exhibir por ser parte de la organización… Y digo organización así, ex profeso. Para que suene a Cosa Nostra. Porque a veces parece mucho más eso que un grupo de profesionales dispuestos a servir desinteresadamente.
Esos mitos urbanos son igual que todos los de Don Francisco, que se burló de la señora antes de darle el refrigerador en Sábados Gigantes, que maltrataba a sus colaboradores… En fin. Pero bueno, sólo se tejen mitos sobre los grandes, los importantes. Los que vale la pena mencionar. Por eso la Teletón sigue viva.
Y bueno, lo que me decía un amigo el otro día: “La Teletón es una campaña solidaria en un país capitalista. Si crees que todo es ayuda desinteresada, hazte ver. No seas ingenua”. Y, claro, las polémicas son estériles. Da lo mismo si descuentan IVA o hacen lobby para futuras colaboraciones. El cabro chico de Ñuñoa que no tiene ni uno para tratarse –y hablo de mi primito Gustavo–, porque sus papás son jóvenes y con mal trabajo, recibió su silla de ruedas. Fue tratado con más dignidad de lo que lo tratara el servicio público. Y eso vale.
Pero, señores de la tele, falta sintonía con la gente. Más que nunca.
Y, claro, la Teletón finalmente es un fiel reflejo de la costumbre televisiva de mirarse el ombligo. Con los mismos rostros de siempre, sin innovación, sin riesgo. Exigiendo a los telespectadores que se metan la mano al bolsillo “generosamente” mientras les mostramos un evento rancio, añejo, retro –y no en el buen sentido– y que más encima está tan alejado de la gente como lo estuvo todo el año cada uno de los cerebros de los canales que nos vendieron programas poco emotivos, poco cercanos, poco interesantes.
A esta Teletón le falta corazón, el mismo que tantos anónimos ponen en trabajar en ella no 27 sino 40, 50, 200 horas sin un peso de por medio. Esos técnicos, productores, músicos, bailarines, tramoyas, maquilladores… Ese espíritu que no se ve en el área chica de la tele sino en el pasillo, en la cafetería. Ese es el espíritu del que carece cada día más nuestro evento solidario por excelencia.