Sebastián Moreno y Claudia Barril estrenan el documental que recoge el testimonio de los trabajadores de la Vicaría de la Solidaridad. Ambientada en una sala de interrogación, Habeas Corpus logra reconstituir con detalle, emoción y nostalgia la cara más desconocida de la Vicaría de la Solidaridad, el brazo más potente de la Iglesia contra la dictadura de Pinochet.
“A mi hijo se lo llevaron detenido hace dos días, fueron agentes de civil. Entraron violentamente a la casa. Se lo llevaron en un auto negro con vidrios polarizados. No dijeron dónde se lo llevarían”. Esa frase aún se escucha como un eco que vuelve al presente en los pasillos del archivo del Palacio Arzobispal, ahí donde en las cajas apiladas se encuentra el rastro del testimonio, el lugar en el que la memoria se convierte en el espacio de encuentro entre sufrimiento y esperanza, una relación de eterna contradicción.
Ya no son las madres angustiadas las que tocan la puerta. Tampoco son los abogados los que interrogan a los buscadores de vidas. Aquel lugar donde se armó la contrainteligencia para enfrentar a la dictadura, hoy regresa a través de un documental. Una pieza audiovisual que interpone ante el espectador el recurso Habeas Corpus, ese que le pide a la justicia que se presente el acusado ante el juez, pero a diferencia de hace 25 años nadie quiere probar la detención de un familiar en manos de los agentes de la dictadura, esta vez el director Sebastián Moreno y la directora Claudia Barril invocan el recurso para traer a los héroes de esas víctimas, aquellos hombres y mujeres que desde la Vicaría de la Solidaridad armaron la resistencia.
Norma Rojas llegó por primera vez al Comité Pro Paz por un tema personal. En julio de 1974 continuaban las detenciones tras el golpe y dos agentes de la Dina llegaron hasta su casa para llevarse a su marido.
–Ustedes lo van a matar, porque Marcos está enfermo –enfrentó Norma a los agentes.
–No, chiquitita. Tranquila, ¿usted cree que los militares somos asesinos?
–No, son militares –dijo con firmeza mirándolo a los ojos–. Nos vamos a encontrar en algún momento –cerró Norma. Ahí supo que sería la última vez que vería a su esposo.
Luego de las detención, Norma, angustiada, se acercó a un cura amigo que la envió al edificio arzobispal. Ahí se juntaban los familiares de los detenidos para reconstituir las detenciones buscando datos en común, levantando información útil que les sirviera para hallar a sus seres queridos. Así partió la contrainteligencia en Chile, con el comité Pro Paz que dio vida, en 1976, a la Vicaría de la Solidaridad. Fueron el instinto y la desesperación los que impulsaron una búsqueda interminable que terminó por construir una de las instituciones más reconocidas en la defensa de los Derechos Humanos en la historia del país.
[cita] Con el correr del tiempo, la Vicaría de la Solidaridad se transformó en un real centro de contrainteligencia, en su interior los trabajadores entendían que cada uno jugaba una pieza fundamental, asumían con compromiso la compartimentación de información y actuaban con audacia.[/cita]
En pleno corazón de Santiago, a un costado de la Catedral, bajo la fachada de la iglesia, y a solo cinco cuadras del Palacio de la Moneda, desde donde operaba la dictadura, comenzó un trabajo poco conocido hasta el día de hoy. Mucho se sabe de la Vicaría de la Solidaridad, pero poco de sus métodos. Un trabajo minucioso de recopilación y análisis donde la genialidad fue la rigurosidad y el profesionalismo de trabajadores, que, sin preparación y con más pasión que instrucción, lograron ser una molestia constante para los servicios de inteligencia de la dictadura.
Con el correr del tiempo, la Vicaría de la Solidaridad se transformó en un real centro de contrainteligencia, en su interior los trabajadores entendían que cada uno jugaba una pieza fundamental, asumían con compromiso la compartimentación de información y actuaban con audacia. El documental nació precisamente con la revisión del archivo fotográfico de la Vicaría para otro documental que realizaban los directores, La Ciudad de los Fotógrafos. Revisando las imágenes descubrieron fotos de agentes de la DINA y de la CNI que se encontraban al interior de la Vicaría o en sus alrededores. El autor de las fotos era nada más y nada menos que el portero de la Vicaría. Él era el encargado de fotografiar los eventos que realizaba la institución y aprovechaba, con ojo crítico, de retratar a los sospechosos para analizar posteriormente las imágenes y estar alertas.
Fue ese mismo fotógrafo el que, tal como relata el documental de Moreno y Barril, se hizo pasar por turista en el norte de Chile para buscar posibles lugares donde estuviesen escondidos cuerpos de detenidos desaparecidos a raíz de las denuncias que comenzaron a llegar al organismo. Fue la información el motor de la Vicaría de la Solidaridad. El proceso comenzaba con las denuncias de los familiares de las víctimas, desde que entraban por la puerta todo comenzaba a ser relevante. Cada detalle podría significar algo, desde descubrir a un infiltrado hasta un dato que pudiera dar con el paradero de un detenido.
La Vicaría tenía su propia oficina de análisis de datos, ahí trabajaba “el hombre de la inteligencia”, José Manuel Parada, quien procesaba la información entregada por los familiares y posteriormente por las víctimas que sobrevivieron a los centros de detención. En esa oficina, Parada junto al resto del equipo, levantaban las sábanas, fichas completísimas donde se recogía cada caso. En ellas se fragmentaban los datos entregados por los testimonios, desde el color de los autos, el tamaño, color de pelo y voz de los detentores, hasta ruidos que se podían sentir en los lugares de la detención. Así, con rigurosidad, cruzando datos y armando el puzzle lograron descubrir a los agentes de la DINA, identificando entre los más emblemáticos al Ronco, que correspondía a Manuel Moren Brito, o al Comandante Pablo, Miguel Krassnoff.
Al interior de la Vicaría de la Solidaridad la contrainteligencia era un trabajo arduo, complejo y de una prolijidad completísima. Sus protagonistas relatan en el documental que cualquier dato mal consignado podría deslegitimar completamente la labor que ejercían. En un momento donde todo era análogo, donde no se contaba con Excel o Internet, la contrainteligencia se convertía en una cuestión difícil, sin los recursos de los servicios de la dictadura debían actuar con rapidez, recolectando la misma información que la DINA o la CNI, pero para evitar detenciones, salvar vidas o encontrar el paradero de los detenidos. Es por esto que los interrogatorios muchas veces eran complejos, se presionaba a las víctimas para que los relatos fueran fidedignos, una labor emocionalmente muy pesada.
José Manuel Parada sufrió uno de los embates más duros de la dictadura a fines de marzo de 1985. El sociólogo y trabajador de la Vicaría investigaba el testimonio de Andrés Valenzuela, agente de la represión que llegó hasta el lugar para proteger su vida y salir del país luego de ser entrevistado por la periodista Mónica Gonzalez, a quien le dio a conocer información clave sobre las acciones cometidas por el Comando Conjunto, un grupo que reunía los servicios de inteligencias de las Fuerzas Armadas y Carabineros que estaban a cargo de eliminar al Comité Central del Partido Comunista. Mientras Parada procesaba los datos entregados por Valenzuela a la Vicaría, la Dirección de Comunicaciones de Carabineros lo secuestró junto a Manuel Guerrero y Santiago Nattino. Su cuerpo, degollado, apareció al costado de un camino rural en Pudahuel.
El espeluznante caso de Parada no logró frenar los esfuerzos de la Vicaría. Sus compañeros hasta el día de hoy recuerdan con dolor el suceso. El asesinato a sangre fría del “hombre de la inteligencia” dejó una cicatriz importante en los pasillos del Palacio Arzobispal que para sus colegas terminó por consolidar un compromiso inquebrantable con la defensa de los Derechos Humanos. La vida de la Vicaría continuó hasta 1992 y es recordada no solo por la ayuda legal, sino por las labores de contención y las innumerables actividades por la vida donde siempre se intentaba entregar una mirada de esperanza e ilusión. Ejemplo de esto fueron las vicariadas, que eran alianzas organizadas en la Vicaría para contener y alegrar las labores que día a día consumían emocionalmente a los protagonistas.
José Manuel Parada junto al resto de los trabajadores de la Vicaría de la Solidaridad conformaron un lugar de trabajo al alero de la Iglesia, donde personas de a pie, comunes y corrientes que compraban el pan por las mañanas en el kiosco de la esquina para desayunar con sus familias, que nunca se imaginaron en labores de contrainteligencia, durante el día se convertían en servidores de la resistencia a la dictadura. En un ejercicio didáctico, bajo la búsqueda de la verdad, Claudia Barril y Sebastián Moreno levantaron los interrogatorios que hoy nos arrojan de primera fuente la incansable búsqueda por la vida.